Cine comunista militante en 1932, un año antes de la llegada de Hitler al poder. Denuncia social y optimismo histórico a partes iguales…
Título original: Kuhle Wampe oder: Wem gehört die Welt?
Año: 1932
Duración: 74 min.
País: Alemania
Dirección: Slatan Dudow
Guion: Bertolt Brecht, Ernst Ottwald
Música: Hanns Eisler
Fotografía: Günther Krampf
(B&W)
Reparto: Hertha Thiele, Ernst Busch, Martha Wolter, Adolf Fischer, Lili
Schoenborn-Anspach, Max Sablotzki, Alfred Schaefer, Gerhard Bienert, Martha
Burchardi, Carl Heinz Charrell, Helene Weigel.
Por pura chiripa de otras investigaciones
de tipo literario, me he tropezado con esta película de 1932 avalada por la
autoría del guion, del autor de La ópera de los tres reales, Bertolt Brecht y
por la descripción que en ella se hace de lo que se conoció en su momento como «los
campamentos del hambre», donde vivían todos aquellos cuantos eran expulsados,
por el paro y la indigencia, de la ciudad de Berlín. La película, adscrita al
realismo socialista, si bien con una técnica de objetivación para evitar la
lectura «sentimental» de la historia, comienza con el recorrido diario de los
jóvenes en busca de un trabajo que no encuentran, a pesar de recorrer en sus
bicicletas la ciudad. Recriminado por su padre por el hecho de no «aportar»
nada al hogar familiar, el hijo adolescente decide suicidarse. Se quita el
reloj y se lanza por la ventana desde un piso elevado del edificio donde vive.
El único comentario que se escucha en el corro de curiosos es el de «un parado
menos». La situación social en Alemania, a pesar de la tímida recuperación que
se había producido por la superación de la hiperinflación, era una auténtica
olla a presión, que acabó estallando del modo mas inesperado: con la llegada de
los nazis al poder. En la película se advierte el entusiasmo de la clase obrera
alemana frente a la adversidad, y se trazan dos retratos muy opuestos: el de
los «derrotados» que se ahogan en alcohol y el de los jóvenes que, a través del
deporte y de la vida sana, serán quienes «conquisten el futuro».
La película no
esconde una voluntad militante casi didáctica y no duda en potenciar
determinados valores que se simbolizan en el himno Solidaritätslied, de
Ernst Busch, con su clásico Vorwärts, «¡Avanza!», el estribillo de la
canción que era, curiosamente, la
cabecera del diario del SPD, y que se canta como broche de oro de unas competiciones
deportivas llevadas a cabo por la
juventud de los campamentos. Los juegos deportivos de las juventudes
entusiastas suponen un ejercicio de realización fílmica muy notable y pretenden
reflejar – e insuflar en los espectadores- esa suerte de optimismo histórico en
la «misión renovadora» de la sociedad que tenía la sana juventud comunista, tan
llena de esperanza y de ideales como ignorante de las fuerzas oscuras que
estaban trabajando, históricamente, para que un energúmeno mesiánico como
Hitler llegara al poder apenas un año después de la filmación de esa inyección
de optimismo a partir de la degradación económica de la clase obrera.
Esa objetividad que se busca roza en buena
parte del metraje con el espíritu documental, aunque las técnicas de montaje
soviéticas sirven para contraponer imágenes que refuerzan el discurso ideológico,
como cuando el ocioso padre de familia está leyendo en el periódico las
aventuras de la espía Mata-Hari y la mujer está haciendo cuentas en la libreta
de lo que cuestan los alimentos básicos que necesitan para sobrevivir.
La hija de la
familia, que se queda embarazada y se encuentra con la sorprendente negativa de
su novio a comprometerse con ella, se ve en la necesidad de abortar, porque ella
sola no puede hacer frente al embarazo y a aportar una nueva carga a la familia
que ya ha sido desahuciada de su piso y se ha visto obligada a trasladarse a
los campamentos del hambre, en los bosques de la ribera del lago Müggelsee. El
camino de la joven hacia el médico está jalonado por imágenes de bebes usados
por la publicidad de marcas de sobra hoy conocidas, como Nivea o Nestlé, un
ritmo frenético de impresiones subjetivas que chocan dialécticamente con la
decisión firme de la joven, en cuyos sentimientos hacia su novio indeciso no
parece influir tal decisión, y esa fue una de las razones, entre otras, que
condujeron a prohibir la película durante nueve meses, aunque luego fue
autorizada su exhibición.
La película,
desde su comienzo, tiene muchas virtudes fílmicas, y se le han de reconocer,
sobre todo porque nos ofrece un visión de la época ultrarrealista y podemos
hacernos una idea muy cabal de lo que supuso el final trágico de la República
de Weimar, que aquí se escamotea, porque no se trataba de hacer un discurso
derrotista, sino optimista y esperanzador para quienes sufrían una realidad tan
adversa como la existencia en esos propios campamentos. Vista hoy, está claro
que peca de ingenuidad por os cuatro costados, pero no deja de tener, como
digo, un alto valor documental. Los planos del barrio obrero, muy probablemente
el del barrio de Neuköln, al suroeste de la ciudad, al otro lado del aeropuerto
Templehof, que era, como se ve en la película, un laberinto de casas de seis
pisos. La gente los llamaba Mietkasertnen, cuarteles de alquiler, por su
color gris y su aire de fortaleza. Y no faltan ni siquiera los viejos veteranos
de guerra que, para ganarse la vida, tocaban piezas musicales en los patios de
vecinos, con la esperanza de sacar algunos céntimos con los que subsistir.
El núcleo
ideológico de la pieza se reserva, sin embargo, para una escena muy teatral en
el tren que lleva a la ciudad y que, al parecer, dirigió el propio Brecht. Es
lo más brechtiano de la película y adquiere la importancia de esas reflexiones
propias del autor, porque, tomando como pretexto una noticia sobre la quema de excedentes
de café en Brasil para poder mantener los precios, la discusión entre los
pasajeros deriva hacia una dialéctica inevitable entre mantener el statu quo o
transformar la sociedad de arriba abajo. Y todo acabó como ya sabemos…
Nota bene: La película se encuentra en YouTube, pero en Alemán. También se halla la escena final con subtítulos en inglés.
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