El humor blanco (roto) de Noel Clarasó para una historia *codornicesca…
Título original: Viaje de
novios.
Año: 1956
Duración: 88 min.
País: España
Dirección: León Klimovsky
Guion: Noel Clarasó, José
Luis Dibildos
Música: Odón Alonso
Fotografía: Godofredo
Pacheco
Reparto: Analía Gadé,
Fernando Fernán Gómez, Lida Baarova, Rolf Wanka, María Martín, Félix Fernández,
Maria Piazzai, Manuel Monroy, Elvira Quintilla, Manuel Alexandre, Aurora del
Alba, Rafael Alonso, Ángela Tamayo, Antonio Ozores.
Me van a
perdonar la debilidad, pero ya aviso desde el título para que nadie se llame a
engaño. La película es una bobada monumental, pero muy estimulante por
diferentes motivos, siendo los principales la puesta en escena, el
extraordinario color saturado de la película y las notables interpretaciones
de los actores, entre las que se ha de destacar el papel de recepcionista del
hotel de Antonio Ozores, una imitación bien hecha de Groucho Mar, esto es,
adaptando los tics del usamericano a la idiosincrasia propia del actor español,
tan reconocible siempre por su manera original de interpretar el humor, y, para
quien esto escribe, la excepcional interpretación de dos tortolitos recién
casados, Elvira Quintillá y Manuel Aleixandre, cuyas apariciones provocan
siempre una agradecida sonrisa e incluso alguna franca risa.
He calificado
el humor de la película de *codornicesco porque Clarasó puede considerarse
parte de esa generación con un humor con leve compromiso político y con críptico pero mordaz acento social, que se articuló en torno a la revista La Codorniz (“La
revista más audaz para el lector más inteligente”, un lema que aún podría usar
una revista que aspirara a ocupar el trono que dejaron vacante ella y, mucho
tiempo después, Hermano Lobo…). Clarasó es un escritor al que la crítica
no ha hecho aún la justicia que merece, y del que, modestamente, he reseñado, en Diario de un artista desencajado, algunas de sus obras que merecerían el lugar que, incomprensiblemente, no ocupa
en nuestra literatura. El guion que sirve de base a la película tiene
ingredientes básicos de su humor, si bien no es menos cierto que exige una
suerte de «complicidad» por parte del espectador sin el concurso de la cual la
obra puede parecer un auténtico disparate sin la más mínima gracia.
Se trata, por
lo tanto, de una propuesta que se ha de aceptar en sus términos exactos para no
querer ver la película que uno desea, sino la que le están ofreciendo, y
disfrutar de sus muchas cualidades. Que Juan (Fernando Fernán Gómez) vuelva de
África con el sueño cambiado y se encuentre en el aeropuerto de Barajas con su
esposa, Ana (Analía Gadé, una elegante y escultural argentina), con quien se ha
casado «por poderes» a través de un casamentero encarnado a la perfección por
Rafael Alonso (divertidísimo en su papel surrealista…), quien los lleva a un
hotelito de la sierra de Madrid especializado en «lunas de miel» es algo así como
una «petición de principio» que se ha de aceptar para que entremos en esa
aventura estática de la parejita que, aun casados, no casa ni con cola,
compartirán desde el enfrentamiento el inicio de su luna de hiel…, podríamos
decir.
A partir de la
llegada al hotel, el espectador descubre, alrededor de la pareja central, otras
parejas de recién casados que también disfrutan de su luna de miel, lo que
llevará a que, poco a poco, vayan entrando en relación, conociéndose e incluso
hasta intimando, de modo que, al final, estalle entre ellas y ellos lo que constituye
el núcleo central de la relación de la pareja protagonista: la guerra de sexos
como motivo temático central. Está claro que nadie puede esperar que le
ofrezcan La costilla de Adán, aunque en punto a conservadurismo
tradicional, poca diferencia hay entre una y otra película. En el hotel no
falta la joven artista que imanta la atención de los hombres y que dará pie a
alguna escena chispeante de esa «guerra
de sexos» y, por supuesto, la pareja mal avenida cuya decepción matrimonial
sirve de contraste con las *lunamieleras que se inician en ese difícil
arte de la vida en pareja…
Con esos
mimbres, León klimovsky, arropado, ya digo, por una puesta en escena que lo
tiene todo de exquisito decorado teatral, y de unas interpretaciones sobresalientes,
logra una película que yo he visto con complacencia aun a pesar de sus muchas
limitaciones y reconociendo, sin empacho, la gran bobada de base que subyace en
el argumento. Pero de eso justamente se trata, y eso la película lo satisface
con auténtica excelencia. Soy parcial, parcialísimo, incluso, pero hay algo en
ese humor que roza lo absurdo, cuando no cae de lleno en él, que recuerda las
mejores comedias de Mihura, a quien seguro que Clarasó, como cualquiera de
nosotros, admiraba.
A pesar de la
superficialidad tópica que define a la mayoría de los personajes, los intérpretes
consiguen darles una dimensión, una densidad específica, de las que la historia
no los provee, ¡o acaso sí y son ellos, precisamente, los que han sabido leerla
adecuadamente? En todo caso, y sea lo disparatada que sea la situación, los
actores consiguen arrancarnos una boba sonrisa de la que los primeros sorprendidos
somos quienes nos descubrimos «asintiendo» a la propuesta de la película y
pasando un rato del que en modo alguno hemos de avergonzarnos. Viaje de
novios es una película que «hay que saber ver» con la tolerancia que a
veces nos falta para acabar de juzgar sobre el valor de las obras artísticas.
Insisto, nadie se espere una obra de mérito; pero todos deberían poder
distinguir sin anteojeras, los muchos méritos que pueden advertirse en esta película
que, en su momento, fue todo un éxito y posibilitó que Fernando Fernán Gómez y
Analía Gadé hicieran otras muchas, como la que critiqué no hace mucho en este
mismo Ojo: Solo para hombres, mejor que la presente, pero con un sutil
hilo de unión entre ambas que ha de saber apreciarse…
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