viernes, 27 de noviembre de 2020

Los viajes de Sullivan» y «El milagro de Morgan Creek», de Preston Sturges, el elogio de la comedia terapéutica.

 

El arriesgado elogio de la comedia de “evasión” y los peligros sorteados de la comedia alocada. 

Título original: Sullivan's Travels

Año: 1941

Duración: 90 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Preston Sturges

Guion: Preston Sturges

Música: Leo Shuken, Charles Bradshaw

Fotografía: John F. Seitz (B&W)

Reparto: Joel McCrea, Veronica Lake, Robert Warwick, William Demarest, Franklin Pangborn, Porter Hall, Eric Blore, Robert Greig, Jimmy Conlin, Ray Milland.

 

Título original: The Miracle of Morgan's Creek

Año: 1944

Duración: 98 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Preston Sturges

Guion: Preston Sturges

Música: Leo Shuken, Charles Bradshaw

Fotografía: John F. Seitz (B&W)

Reparto: Eddie Bracken, Betty Hutton, Diana Lynn, William Demarest, Porter Hall, Emory Parnell, Al Bridge, Julius Tannen, Victor Potel, Brian Donlevy, Akim Tamiroff, Joe Devlin, Nora Cecil, Eddie Hall, Georgia Caine, Esther Howard, Hal Craig.

 

 

         Preston Sturges, a pesar de su relativamente corta obra, es uno de los grandes creadores de la comedia usamericana junto a autores como Capra o Wilder, más jóvenes que él. Sturges era un guionista de éxito, muy cotizado, que pasó al campo de la dirección para que no le estropearan sus guiones, precediendo a autores como Wilder o Huston. Y así comenzó una carrera de éxitos entre los cuales figuran estas dos películas sobre las que escribo hoy, pero todas sus obras tienen un marchamo de calidad que las equipara y hace inconfundiblemente suyas desde la primera que dirigió: El gran McGinty, en la que la crítica social y política tiene un peso decisivo. Sturges tenía predilección por lo que se llama la screwball comedy, la comedia alocada, uno de cuyos máximos exponentes es La fiera de mi niña, de otro gran genio de la comedia: Howard Hawks. Los viajes de Sullivan podría entenderse, al viejo estilo hermenéutico, como una “película de tesis” ejemplarmente desarrollada: Un autor de comedias sufre una crisis de responsabilidad social y decide dirigir una película en que se muestre el sufrimiento humano para conmover a los espectadores y lograr cambiar la sociedad para conseguir un mundo mejor. ¿Qué sabe él, sin embargo, del sufrimiento de los pobres? Nada. ¿Solución? Hacerse pasar por uno de ellos, convivir con ellos, empaparse de sus desgracias y narrar, después, desde la experiencia. Los compromisos con los estudios lo obligan a admitir ciertas condiciones que  desnaturalizan totalmente su “noble” intento, caricaturizándolo de un modo cruel y esperpéntico. La acidez crítica de Sturges, perfectamente entendido por un actor, Joel McCrea, en estado de gracia, consigue que un a idea disparatada se convierta en un perfecto retrato de las miserias humanas. En esas idas y venidas al y del mundo de la miseria, volverá en una de ellas, con una aspirante a actriz, la consagración de Veronica Lake, con quien acaba formando un dúo de vagabundos de opereta que redobla el interés de la infatuada aventura del director: un experto en hacer reír reconvertido en un aspirante a hacer llorar… La trama estállenla de episodios magníficos que acabarán llevando al protagonista a un severo penal donde, reprimido por el alcaide con la mano dura del terror de sus castigos, acabará enterándose de que “se ha suicidado”… Es un clásico, pero como es en blanco y negro imagino que miles de jóvenes han rechazado asomarse a la pantalla para, siquiera por curiosidad, saber de qué va una de las grandes comedias del cine. Ahí les estará esperando con un humor irreverente y unos gags magníficos que en modo alguno pueden ni siquiera compararse con las bobadas que, hoy en día, quieren hacernos pasar por comedias. La obra es, en el fondo, una apología de la comedia, y creo que la mejor que se haya rodado nunca, porque lo que era una película de tesis, confirma esta de modo irrefragable. Las interpretaciones son vitales para poder transmitir la carga corrosiva, y a menudo ingenua, que hay en el guion. Por ello, Sturges recurre a secundarios que aparecen una y otra vez en sus películas, porque le «garantizan» la comicidad con unos recursos tradicionales ya en las películas mudas. Es el caso, por ejemplo de William Demarest, que tiene en El milagro de Morgan Creek un protagonismo evidente y magnífico.

         El milagro de Morgan Creek es un ejercicio de cine funambulista, típico de un autor que roza constantemente la inverosimilitud para construir una historia en la que, a fuera de disparates argumentales, acaba dando forma a una crítica del cinismo social muy considerable, por más que se manifieste, como digo, en pequeños detalles. El motivo dinámico de la narración es la salida nocturna de una joven empleada en una tienda de discos para despedir a los jóvenes soldados que marchan al frente al día siguiente. La complicidad de su joven enamorado, quien sabe que no puede competir con nadie por el amor de la protagonista, de quien está enamorado desde que ambos eran niños, permite la salida, burlando el control de un padre policía que vela por la «integridad» de su hija, a pesar de que la sabihonda hermana pequeña es una convincente aliada de la mayor contra su doble «autoridad». El caso es, y así arranca la película, que la joven queda embarazada y casada sin que se sepa quién es el marido y padre de la futura criatura. El título mismo de la película, con la inclusión de la palabra «milagro» para referirse a una concepción «sin padre conocido» era, en 1944, un atrevimiento transgresor descomunal. Es decir, que la película se ha de ver teniendo presentes los estándares morales de aquellos años, no los actuales, porque, desde estos, el edificio entero de la película se derrumba como una «tontería» infumable. Construir, por lo tanto, con esos delicados mimbres una historia en la que prime el buen humor es un desafío muy notable. Reconozco que algunos de los recursos slapsticks de la película, por manidos, ni nos inmutan, pero otros, de más calado, como la flojera de piernas del “soldado” novio de la chica ante el juez que los casa o el del regreso de la fiesta de la joven, tras haberle abollado el coche a su cómplice, son estupendos. El contraste de las hermanas y la relación de ambas con el severo padre autoritario depara también muy buenos momentos, sobre todo por la excelente interpretación de la hermana menor, Diana Lynn, de exitosa carrera posterior. La puesta en escena de estudio,  en un pequeño pueblo perdido en el inmenso «continente» usamericano, facilita mucho la labor de recreación de ese «microcosmos» que se altera cuando la noticia de lo sucedido alcanza una difusión nacional y se convierte en un «imperativo ético» camuflar socialmente  la situación. He de reconocer que el protagonista, Eddie Bracken, contribuye notablemente a que el disparate argumental se encauce por unos terrenos realistas que les permitan a los espectadores seguir con interés la trama en busca del desenlace; pero no es menos cierto que representa un papel que Jerry Lewis hizo suyo con muchos mejores recursos. Aquí da la talla, desde luego, porque ser el indesmayable enamorado de quien ni siquiera se percata de tu presencia es algo ciertamente difícil, y él lo escenifica a la perfección. De hecho, Jerry Lewis, como ya dije en la crítica de Yo soy el padre y la madre, representa ese papel en la versión muy libre y musical que hizo Frank Tashlin de esta historia de Sturges. Con sus enormes aciertos y sus mínimas debilidades, es este un programa doble que satisfará a cualesquiera espectadores dispuestos a disfrutar con los primeros y a ser tolerante con las segundas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario