domingo, 28 de marzo de 2021

«The limping man», de Cy Endfield, otro represaliado del macartismo.

 

Un thriller narrado con nervio, excelente puesta en escena y unos exteriores sugestivos, pero con un final deplorable que no anula todo lo anterior.

 

Título original: The Limping Man

Año: 1953

Duración: 76 min.

País: Reino Unido

Dirección: Cy Endfield (Acreditado como Charles de Latour)

Guion: Ian Stuart Black, Reginald Long, Anthony Verney

Música: Arthur Wilkinson

Fotografía: Jonah Jones (B&W)

Reparto: Lloyd Bridges, Moira Lister, Alan Wheatley, Leslie Phillips, Hélène Cordet, Andre Van Gyseghem, Tom Gill, Bruce Beeby, Rachel Roberts, Lionel Blair, Charles Bottrill, Robert Harbin, Verne Morgan, Marjorie Hume, Raymond Rollett, Jean Marsh.

 

         Estoy descubriendo una veta del cine inglés muy curiosa, la de los directores que, exiliados por obra destructiva e inquisitorial del macartismo, hallaron refugio en Gran Bretaña y contribuyeron a la creación de un estilo de cine negro que, respetando los grandes aciertos del cine usamericano, incorporaba un «toque» propio, relacionado, como es obvio suponer, con los hábitos de investigación de esa institución de renombre universal que es Scotland Yard, cuyo nombre, para los curiosos, tiene que ver con el edificio que ocupaba la policía, en ningún caso con Escocia. Cy Endfield firmó algunas de sus obras con pseudónimo, como esta en la que usó el de Charles De Latour. Por un crítico de FilmAffinity sé, además, que la referencia de la novela y del novelista en la que supuestamente se inspira la película son un referente falso, lo que induce a pensar en que la historia sea obra suya o de otros represaliados por la inquisición anticomunista que se enseñoreó del Senado usamericano en los años 50.

         Que el protagonista sea Lloyd Bridges, padre de dos famosos actores en nuestros días, Jeff y Beau, añade un punto de curiosidad al visionado, porque vamos fijándonos en la herencia fisionómica que dejó en sus hijos y en los gestos, miradas o sonrisas que delaten la descendencia. La historia comienza en un avión en el que un exmilitar regresa a Inglaterra para reunirse con la mujer de la que se enamoró perdidamente cuanto estuvo destinado en Inglaterra. Han pasado seis años y, nada más bajar del avión, el pasajero que caminaba delante de él hacia el control de pasaportes y la retirada del equipaje cae abatido por los disparos de un tirador que, desde una notable distancia hace un blanco exacto. Retenido por la policía, inmediatamente vemos los modos de acción de una pareja de investigadores de muy distinta naturaleza, y entre los que la disparidad de criterios alimentan una esgrima verbal que parece prometer lo suyo, además de que uno de ellos, el más joven, se pasa la película insinuándose a todas las sospechosas de buen ver a las que han de entrevistar, lo que le da un punto de humor británico que se agradece. La enamorada del piloto ha sido la amante durante de este tiempo de un mafioso a quien haber sido dado por muerte le resuelve el problema del acoso policial, pero se lo oculta al recién llegado, quien no acaba de comprender lo que pasa, aunque intuye el peligro en el que se halla su enamorada. La puesta en escena londinense está muy bien buscada, y las escenas en el pub al lado de un callejón que da al río recuerdan poderosamente, la excepcional Promesas del este de Cronenberg, por ejemplo. Como el supuestamente fallecido era el marido de una actriz que se dedica a los trucos de magia y a la canción, la trama se interna en el siempre sugerente espacio de los camerinos, los bastidores y la tramoya teatral, donde siempre se encuentran rincones y ángulos que permiten enfoques sorprendentes para la acción de los protagonistas.  Lo que prevalece es la implicación del enamorado en la búsqueda del modo como salvar a su futura mujer del peligro cierto que la acecha, razón por la cual la policía pretende «atarlo en corto». Finalmente, la colaboración entre ambos llegará hasta el primer y autentico desenlace en el anfiteatro de la sala, el espectacular remate de un descubrimiento que supone un giro de guion no por utilizado menos efectista, pero ahí quiero yo que lo vean los aficionados.

         Del segundo desenlace no digo ni mu, salvo lamentar que lo hubieran rodado. La película es muy potable y no merecía ese chafarrinón que algo la ensombrece.  Como recuperación, no obstante, de un cine que tuvo su época y su público, que creó unos modos de contar que rescatamos en obras mayores de autores como Losey, por ejemplo,  no es tiempo perdido verla y pasar un rato estupendo de buen cine, por más que pase por B, por su producción, que no por las buenas artes derramadas en ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario