Dos screwball
ácidas tan modernas como el día en que
se estrenaron: La primera versión de The Front Page y, para Kubrick, una
de las 10 mejores películas que vio jamás: Roxie Hart.
Título original: The Front Page
Año: 1931
Duración: 101 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Lewis Milestone
Guion: Bartlett Cormack
(Obra: Ben Hecht, Charles MacArthur)
Fotografía: Glen MacWilliams
(B&W)
Reparto: Adolphe Menjou, Pat
O'Brien, Mary Brian, Edward Everett Horton, Walter Catlett, George E. Stone,
Mae Clarke, Slim Summerville, Matt Moore, Frank McHugh, Clarence Wilson, Fred
Howard, Phil Tead, Eugene Strong, Spencer Charters, Maurice Black, Effie Ellsler,
Dorothea Wolbert.
Título original: Roxie Hart
Año: 1942
Duración: 75 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William A. Wellman
Guion: Nunnally Johnson, Ben Hecht (Obra: Maurine Dallas Watkins)
Música: Alfred Newman
Fotografía: Leon Shamroy
(B&W)
Reparto: Ginger Rogers, Adolphe
Menjou, George Montgomery, Lynne Overman, Nigel Bruce, Phil Silvers, Sara
Allgood, William Frawley, Spring Byington, George Chandler.
El placer del cine acaba conmigo
y es responsable, en parte, del lento progreso de mi obra literaria, pero
confieso que veo películas que me impulsan, nada más haber visto el último
plano, a venirme al ordenador y contribuir a que mis conciudadanos del mundo se
apresuren a verlas para disfrutar como yo lo he hecho. Sin embargo, la primera,
Un gran reportaje, la vi hace un año, más o menos, y no recuerdo por qué
no hice su crítica, aunque quizás se debiera a ese soseras de Pat O’Brien que
es, acaso, el único gran defecto de una película que, en conjunto, es mil veces
superior a Luna nueva y a Primera plana, tanto cinematográficamente
como desde el punto de vista de la ironía corrosiva que, en esta primera versión
del clásico teatral de Ben Hecht, alcanza niveles de despiadada dureza y brutal
cinismo al que no se acercan ni Hawks ni Wilder. La segunda, Roxie Hart,
de Wellman —cuya biografía da para una película biográfica que nos recordara
por qué lo apodaron Wild Bill…—, la acabo de ver ayer por la noche y, abriendo ahora
este archivo para saber que tengo pendiente la crítica, ya no he podido
resistirme y aquí estoy: deseando que todos los aficionados al cine la vean. Que
figure en el puesto décimo de las mejores películas vistas por Stanley Kubrick algo
querrá decir, ¿no?
Ambas, además,
cuentan con la inestimable firma del prodigioso Ben Hecht en la elaboración del
guion, lo que las emparenta más allá de lo que en principio pueda parecer,
porque ese estilo agresivo de las preguntas y respuestas cortantes e inmorales,
la visión de unos medios periodísticos al servicio del sensacionalismo, no de
la verdad, y la presencia de juguetes rotos sociales que sirven para satisfacer
la sed de novedades de los lectores habituales de la prensa, cuando aún la
televisión no existía, en el 31 y apenas tenía tres años de vida, en el 42, no
se había hecho en exclusiva con las audiencias.
Un gran reportaje
nos cuenta lo mismo que ya nos contaron Hawks y Wilder, pero la manera de
contarlo de Milestone, con un blanco y negro muy contrastado, de auténtico cine
negro, y unos planos en los que los contenidos de la puesta en escena, detalle
accesorios como los calendarios precódigo Hays, por ejemplo, incluidos, la
descripción de los periodistas en un lugar de trabajo marcado por sus rutinas y
un movimiento de la cámara que consigue un ritmo narrativo insólito para
desarrollarse la acción en espacios cerrados y tan opresivos, consigue
llevarnos a través del desarrollo de la historia con una agilidad incomparable.
El propio arranque de la película, con la prueba de carga de la horca para la
ejecución y el encuentro entre uno de los ejecutores y los periodistas de la
sala de prensa nos indican, claramente, cuál ha de ser el tono de la comedia.
De igual manera, la presentación del antagonista por excelencia, el implacable
director del Diario donde trabaja Hildy, Walter Burns, con un trávelin
excelente en la infraestructura del diario, buscando a sus matones para que
encuentren al periodista perdido, crean ya un tono que no decaerá en toda la
película, antes al contrario irá ganando interés a medida que avance la trama.
Si Pat O’Brien es, prácticamente, un estorbo, la aparición de Adolphe Menjou y,
en la sala de prensa del «remilgado» Edward Everett Horton, uno de los grandes
actores del cine, y curioso director no acreditado de The Dad’s Choice,
elevan el nivel del reparto, junto con los otros periodistas, acabados retratos
de la frivolidad y el cinismo, a una excelencia que, en eso sí, está muy cerca
de las otras versiones posteriores, porque la categoría de los actores y actrices
de los que se ven en el cine usamericano es proverbial. El juego de primeros
planos, de contra planos, de picados y contrapicados con que se desenvuelve
Milestone en la sala de prensa del penal donde ahorcarán al acusado es un
repertorio que consigue ese ritmo narrativo ágil y, en algunos momentos,
vertiginoso, del que hablaba, sin mencionar esos encuadres con profundidad de
campo que nos muestra la ciudad recortada, a lo lejos, por la ventana. El ritmo
con que se interrumpe el plácido esperar de los periodistas cuando Williams se
escapa, es una sucesión de primeros planos, de travelines y de zooms que parece dispararlo
todo hacia un crescendo que atrapa al espectador como si nunca hubiera visto
esa historia de la que ya se contabilizan cuatro versiones cinematográficas,
aunque, a mi modesto parecer, ninguna tan vitriólica como la presente de Lewis
Milestone, a pesar de Pat O’Brien, por supuesto, aunque también él se supera a
sí mismo en el rush final de la película…
Roxie Hart
comparte con la anterior una visión nada favorable de la prensa, pero en este
caso se suma un abogado, Adolphe Menju, que orquesta toda una representación emotiva
para impedir que su clienta pueda ser acusada del asesinato que sí cometió. La película es, toda ella, un largo flash
back contado por un periodista que echa de menos aquellos reportajes y
personajes de los años 29 y 30, tras el crack de la Bolsa, es decir, la
historia contada en Un gran reportaje. Encabezando el reparto,
junto a Adolphe Menjou, aparece Ginger Rogers en un papel de pizpireta
bailarina, simple como una veta de tocino, pero llena de encanto físico y con
una aptitud soberbia para el baile, del que ofrece dos muestras espectaculares
en la película, aunque no sea un musical, sobre todo el número individual
montado en las escaleras, en el más puro estilo de los bailes de Fred Astaire
con objetos cotidianos, a los que era tan aficionado.
En el
apartamento que ocupa con su marido, alguien es asesinado. El marido se ofrece
como culpable en defensa propia. Más tarde se entera de que su mujer lleva una
doble vida como bailarina y entonces la acusa a ella de haberlo cometido. Su
empresario y un periodista ven un gran negocio en una actriz sometida a un
proceso popular que le dará un renombre del que, después se pueden beneficiar.
Y aquí es donde entra el más «tramposo» de los abogados imaginables, un Menjou
en plena posesión de sus facultades interpretativas para llevar adelante un «caso»
que convertirá poco menos que en un folletín, maternidad e la prisionera
incluida antes de llegar a la sala donde se celebrará el más esperpéntico de los
juicios que haya visto en el cine.
La película es
una comedia cruel e irrespetuosa, una comedia negra en la que prácticamente no
hay secuencia con unos diálogos corrosivos o gags tan impecables como el de la
lucha de dos internas que soluciona expeditivamente la guardesa de la prisión
donde la protagonista aguarda el juicio.
Llama la atención,
¡y muy poderosamente!, la capacidad del cine usamericano para conseguir estos
retratos sociales de la sociedad usamericana que, sin lugar a dudas, han contribuido
poderosamente a cimentar sus valores democráticos y su proverbial libertad de
expresión. La ultima parte de la historia de Roxie, las sesiones del juicio, constituyen
una auténtica obra maestra de la comedia, y no pierdan los espectadores el giro
irónico final, cuando el narrador regresa del flashback a la actualidad
y se nos ofrece el verdadero desenlace de la historia de Roxie…
¡Menudo
programa doble, este de Milestone y Wellman, dos directores infravalorados
respecto de las grandes estrellas que todos conocemos y cuyas películas
admiramos! Prepárense para ver dos películas de 90 y 79 años más jóvenes,
dinámicas y creativas que el 90% de los estrenos que puedan ofrecernos hoy las
salas de cine. Les recuerdo a los espectadores que Roxie Hart es la segunda
versión de una obra de Maurine Dallas
Watkins, Chicago, de la que se había rodado una versión muda en 1927,
antes de que se convirtiera en musical
de la mano de Bob Fosse, versionado después en el cine por Rob Marshall, y galardonada
con seis Oscar. Y, sin embargo, esa versión de Marshall es más que notablemente
inferior a esta película de uno de los grandes del cine, Wild Bill A.
Wellman.
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