jueves, 11 de marzo de 2021

«Jack el Destripador», de Hugo Fregonese o una interesante versión libre del caso célebre.

 


Fino humor británico y números musicales para un asesino torturado por un trauma familiar o Jack el Destripador como pretexto narrativo. 

 

Título original: Man in the Attic

Año: 1953

Duración: 82 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Hugo Fregonese

Guion: Barré Lyndon, Robert Presnell (Novela: Belloc-Lowndes)

Música: Hugo Friedhofer

Fotografía: Leo Tover (B&W)

Reparto: Jack Palance, Constance Smith, Byron Palmer, Frances Bavier, Rhys Williams, Tita Phillips, Lisa Daniels, Sean McClory, Lilian Bond, Harry Cording, Isabel Jewell.

 

         Hugo Fregonese fue un argentino de Mendoza que siguió sus caminos cinematográficos en Usamérica, en Inglaterra y en su propio país, aunque no fue precisamente lo que llamamos «profeta en su tierra». A su etapa usamericana pertenece esta película inspirada en el célebre caso de Jack el Destripador, una suerte de producción B, pero excelentemente rodada y con un buen guion que desarrolla una historia inspirada en el famoso asesino que aterrorizó la ciudad de Londres a finales del XIX y que llegó a aparecer en obras literarias como La caja de Pandora, de Wedekind, cuya protagonista, Lulú muere asesinada por él.

         La seleccioné en la cinta de correr por la aparición en el reparto de Jack Palance, un rostro muy adecuado para una película de terror, sin duda, pero, contrariamente a lo que podríamos imaginar, el protagonista casi rebosa bondad y delicadeza, lo que lleva a que la sobrina de los propietarios de la casa en cuyo ático se hospeda acabe medio enamorándose de él. El matrimonio, encarnado por dos actores de reparto tradicionales: Frances Bavier y Rhys Williams, le dan a la película un toque de humor excelente que contribuye a distender los ánimos de los espectadores hasta que, como era lógico pensar, aparecen las sospechas sobre el inquilino que, habiendo pagado por adelantado y siendo un eminente patólogo clínico. La lucha entre las sospechas y las evidencias de mujer y marido constituyen un capítulo costumbrista de corte excelente.

         Como la sobrina de los hospederos es artista de variedades, con un número musical muy picante para la época, porque aparecen, ella y sus girls, bien ligeritas de ropa, la película tiene esa dimensión musical que incluso se completa con la interpretación de otra canción por parte de una mujer a la que acompañan los policías hasta su casa, donde será asesinada por «el Destripador», como recogen al día siguiente los periódicos y vocean los vendedores. La aparición de Scotland Yard, uno de cuyos agentes investigadores, se enamora de la cantante y rivaliza con el huésped de sus tíos, incorpora un triángulo amoroso cuyo desarrollo está más en función del acercamiento entre la sobrina y el huésped que en el progreso de las investigaciones, aunque el hecho de tomarse en serio las sospechas de la tía lo involucra más en la tensión policiaco-amorosa que se establece. Antes de ello, el patólogo, que trabaja hasta muy tarde por la noche, se ha sincerado con la sobrina cantante y en una notabilísima escena hemos conocido los antecedentes de la vergüenza profunda y dolorosa de un hijo que ha sufrido cómo la madre humilla al padre y cómo acababa sus días «en el arroyo», lo que provoca un trauma en el niño que acabará volviendo a su presente cuando, en otra de las buenas escenas de la película, advierta la lascivia con que los hombres miran los provocadores pasos de las chicas en el escenario, su «amada» incluida.

         No se trata tanto, como se advierte por lo dicho, de una versión tradicional de la truculenta historia de Jack el Destripador cuanto la historia de un asesino traumatizado por un recuerdo de infancia que lo induce al asesinato. ¿Qué hay de la verdadera historia de Jack the Ripper en la película? Pues una excelente ambientación victoriana, una hermosa y casi expresionista fotografía de los adoquines húmedos, las calles oscuras y la niebla londinense clásica, es decir, una puesta en escena cuidadísima, a la altura de la magnífica y fluida narración que consigue Fregonese, quien conduce el relato con una precisa economía de medios, puntuando con sobresaliente intriga los pasajes del relato que contribuyen a alimentar el interés de los espectadores. Por otro lado, las interpretaciones de Palance y de Constance Smith, que se desenvuelve con mucho arte en los pícaros números musicales y en el intento de redimir al hombre dolido que tanta compasión por sus heridas le inspira, son la baza fundamental, al margen del contrapunto humorístico de los tíos de ella. Palance, el único actor al que le calza como un guante lo de la cara «anfractuosa» como descripción de lo más destacado de su persona, consigue, desde su irrupción en escena, seducir a los espectadores, y, de hecho, se le echa de menos en las ocasiones en que la acción transcurre por la vía paralela de las investigaciones o las sospechas de sus hospedadores.

         Da igual que se conozca la historia de cabo a rabo, da igual que el ambiente, la fotografía y la puesta en escena nos remitan a otras películas con idéntico o parecido asunto, estamos ante una película muy digna de ser vista. ¡Y que nadie se pierda la persecución final de los coches de caballo, como si de un Ben-Hur victoriano se tratase! ¡Espléndida!

 

 

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