Fino humor británico y números musicales para un asesino torturado por un trauma familiar o Jack el Destripador como pretexto narrativo.
Título original: Man in the Attic
Año: 1953
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Barré Lyndon, Robert
Presnell (Novela: Belloc-Lowndes)
Música: Hugo Friedhofer
Fotografía: Leo Tover
(B&W)
Reparto: Jack Palance, Constance Smith, Byron Palmer, Frances Bavier,
Rhys Williams, Tita Phillips, Lisa Daniels, Sean McClory, Lilian Bond, Harry
Cording, Isabel Jewell.
Hugo Fregonese fue un argentino de
Mendoza que siguió sus caminos cinematográficos en Usamérica, en Inglaterra y
en su propio país, aunque no fue precisamente lo que llamamos «profeta en su
tierra». A su etapa usamericana pertenece esta película inspirada en el célebre
caso de Jack el Destripador, una suerte de producción B, pero excelentemente rodada
y con un buen guion que desarrolla una historia inspirada en el famoso asesino
que aterrorizó la ciudad de Londres a finales del XIX y que llegó a aparecer en
obras literarias como La caja de Pandora, de Wedekind, cuya
protagonista, Lulú muere asesinada por él.
La seleccioné
en la cinta de correr por la aparición en el reparto de Jack Palance, un rostro
muy adecuado para una película de terror, sin duda, pero, contrariamente a lo
que podríamos imaginar, el protagonista casi rebosa bondad y delicadeza, lo que
lleva a que la sobrina de los propietarios de la casa en cuyo ático se hospeda
acabe medio enamorándose de él. El matrimonio, encarnado por dos actores de
reparto tradicionales: Frances Bavier y Rhys Williams, le dan a la película un
toque de humor excelente que contribuye a distender los ánimos de los
espectadores hasta que, como era lógico pensar, aparecen las sospechas sobre el
inquilino que, habiendo pagado por adelantado y siendo un eminente patólogo clínico.
La lucha entre las sospechas y las evidencias de mujer y marido constituyen un
capítulo costumbrista de corte excelente.
Como la sobrina
de los hospederos es artista de variedades, con un número musical muy picante
para la época, porque aparecen, ella y sus girls, bien ligeritas de ropa,
la película tiene esa dimensión musical que incluso se completa con la
interpretación de otra canción por parte de una mujer a la que acompañan los
policías hasta su casa, donde será asesinada por «el Destripador», como recogen
al día siguiente los periódicos y vocean los vendedores. La aparición de
Scotland Yard, uno de cuyos agentes investigadores, se enamora de la cantante y
rivaliza con el huésped de sus tíos, incorpora un triángulo amoroso cuyo
desarrollo está más en función del acercamiento entre la sobrina y el huésped
que en el progreso de las investigaciones, aunque el hecho de tomarse en serio
las sospechas de la tía lo involucra más en la tensión policiaco-amorosa que se
establece. Antes de ello, el patólogo, que trabaja hasta muy tarde por la noche,
se ha sincerado con la sobrina cantante y en una notabilísima escena hemos
conocido los antecedentes de la vergüenza profunda y dolorosa de un hijo que ha
sufrido cómo la madre humilla al padre y cómo acababa sus días «en el arroyo»,
lo que provoca un trauma en el niño que acabará volviendo a su presente cuando,
en otra de las buenas escenas de la película, advierta la lascivia con que los
hombres miran los provocadores pasos de las chicas en el escenario, su «amada»
incluida.
No se trata
tanto, como se advierte por lo dicho, de una versión tradicional de la truculenta
historia de Jack el Destripador cuanto la historia de un asesino traumatizado
por un recuerdo de infancia que lo induce al asesinato. ¿Qué hay de la
verdadera historia de Jack the Ripper en la película? Pues una excelente
ambientación victoriana, una hermosa y casi expresionista fotografía de los
adoquines húmedos, las calles oscuras y la niebla londinense clásica, es decir,
una puesta en escena cuidadísima, a la altura de la magnífica y fluida
narración que consigue Fregonese, quien conduce el relato con una precisa
economía de medios, puntuando con sobresaliente intriga los pasajes del relato
que contribuyen a alimentar el interés de los espectadores. Por otro lado, las
interpretaciones de Palance y de Constance Smith, que se desenvuelve con mucho
arte en los pícaros números musicales y en el intento de redimir al hombre dolido
que tanta compasión por sus heridas le inspira, son la baza fundamental, al margen
del contrapunto humorístico de los tíos de ella. Palance, el único actor al que
le calza como un guante lo de la cara «anfractuosa» como descripción de lo más
destacado de su persona, consigue, desde su irrupción en escena, seducir a los
espectadores, y, de hecho, se le echa de menos en las ocasiones en que la acción
transcurre por la vía paralela de las investigaciones o las sospechas de sus
hospedadores.
Da igual que se
conozca la historia de cabo a rabo, da igual que el ambiente, la fotografía y
la puesta en escena nos remitan a otras películas con idéntico o parecido
asunto, estamos ante una película muy digna de ser vista. ¡Y que nadie se
pierda la persecución final de los coches de caballo, como si de un Ben-Hur
victoriano se tratase! ¡Espléndida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario