Autoestima pública
neoliberal o una deseada mascletá de risas que, sin embargo, fa figa por el verbenismo castizo mal
entendido…
Título original: La boda de
Rosa
Año: 2020
Duración: 100 min.
País: España
Dirección: Icíar Bollaín
Guion: Icíar Bollaín, Alicia
Luna
Música: Vanessa Garde
Fotografía: Sergi Gallardo,
Beatriz Sastre
Reparto: Candela Peña, Sergi
López, Nathalie Poza, Paula Usero, Ramón Barea, Xavo Giménez, María Maroto,
Eric Francés, Lucín Poveda, María José Hipólito.
Lo reconozco,
habiéndonos ofrecido Icíar Bollaín un peliculón como Yuli, que pasó en
los Goya sin pena ni gloria, no acabo de entender que se nos descuelgue con una
comedieta que apunta en la buena dirección: la insoportable esclavitud
de una mujer «ayudadora» que ha dado literalmente su vida por los demás y que,
en el medio «dantesco» del camino de su vida, toma la sabia decisión de huir de
los compromisos para comprometerse con su propio proyecto vital; pero que yerra
en un desarrollo que mezcla drama y comedia a partes iguales con una galería de
personajes a los que se retrata de forma tan escueta que es imposible verlos
sino como torpes «figurantes» de la aventura de la protagonista.
Estaríamos, pues, ante una película que
hace de la heroína, de quien, por su buena fe, abusan cuantos la rodean, en el
trabajo y en la familia, una supuesta «heroína de nuestro tiempo», una mujer
abusada que decide liberarse de todos los yugos, algunos incluso queridos, y
reafirmarse en sí misma con esa ñoña energía de los libros de autoayuda: darse
un baño de refuerzo positivo con una ceremonia que ni siquiera como disparate
dinamizador de las contradicciones sociales logra disfrazar la bobería absurda
que es. Bien mirada, se parece mucho, la película, a esas comedias románticas
usamericanas que acaban en boda, pero no a El graduado, de Nichols, desde luego…
Insisto, como elemento absurdo que irrumpe en los esquemas tradicionales del
resto de personajes con quienes tantas cosas comparte no acaba de funcionar,
dicha bobería. De ahí que el conato de drama que podría haber maquillado una
supuesta «comedia levantina», espero que sin deseos de homenajear a Berlanga…, derive
por la pendiente de esas escenas corales llenas de tanta alegría estereotipada de
manual como la propia boda en la cala o la «fiesta» de las mujeres en la
mercería.
De nuevo parece que las resbaladizas «buenas
intenciones» han arruinado un planteamiento que, de indagar en los diferentes
abusos que sufre la protagonista, con algo más de «mordiente», podría habernos
deparado una excelente y necesaria película reivindicativa, porque el comienzo de
la película, con la modista habiéndose de encargar ¡hasta del gato de la amiga!
que se va de vacaciones y la expresión, ¡tan familiar!, de la devastación
reflejada en su rostro, enfrentándose, para acabar el día, con la decisión de
su padre, viudo, de instalarse con ella, porque es de entre los tres hijos «su
ojito derecho»… prometía mucho, en efecto.
Es cierto que una comedia se construye con
gags, pero hilvanar gags no es suficiente para construir una comedia. Lo prueba
el excelente de la hija de la protagonista teniendo que dar de comer a sus gemelos
al tiempo que intenta mantener una videoconferencia con su madre. Te arrancan
la sonrisa, como algunos comentarios del hermano, un Sergi López tan apocado
como desorientado en un papel en el que, exactamente, no sabe qué pinta en la
narración, salvo el humilde papel de coro y coartada para que la protagonista
lleve adelante su sueño de liberación neoliberal, antipodemita y de manual de
autoayuda, porque de esa manera puede también entenderse el hecho de casarse
con uno mismo como, habitualmente, nos casamos con nuestra opinión, con nuestra
empresa o con nuestras aspiraciones de todo tipo: artísticas, deportivas, políticas…
La crítica de la institución familiar como
un semillero de discordias emocionales, de rivalidades psicológicas y de
intereses utilitaristas cae dentro de la perspectiva tradicional de las
comedias transgresoras, pero en La boda de Rosa digamos que dicha
institución está algo así como «achatada por los polos…», porque enseguida se
advierte que se trata de buscar un complemento más o menos gracioso que esté a
la altura de la supuesta, y real, bobería de la protagonista. A ello contribuye
Sergi López con eficacia, y logra arrancar alguna sonrisa, ya digo, pero su
propio personaje se desmorona a la que se rasca un poco en él, ¡y no digamos ya
cuando de lo que se trata es de mantener la ficción de la boda! Cuando una
bobería se alarga, es imposible que salgan a flote las buenas intenciones
iniciales, tan magníficas como lo atestigua el maratón onírico que abre la película.
Los mejores momentos de la película son,
sin duda, los del encuentro de la protagonista con el recuerdo de la madre, con
su «obrador» de costurera, con el propio local que regentaba, ¡con esos
hermosos maniquíes «retro»! y con la imagen del gato instalado junto a las
cajas de los botones en las estanterías del local. Si bien se mira, hay un
cierto parecido entre esa parte y la película de Coixet, La librería,
que a mí me pareció un bodrio sentimetaloide de primera. La diferencia está en
la sosería de Emily Mortimer y la actriz «de raza», se decía antes —e ignoro
qué corrección política la ha sustituido— de Candela Peña, a quien ayer vi por
partida doble: en el capítulo correspondiente de la segunda temporada de
Hierro, ¡magnífica serie!, y en esta película en la que, por contraste, se
aprecia mucho mejor la versatilidad interpretativa de la actriz.
Una película tan desequilibrada, sin armonía
entre sus diferentes líneas temáticas, corre serios riesgos de acabar
desinteresando al espectador, y eso es lo que a mí me ocurrió. Celebraba
algunos momentos, pero veía enseguida la búsqueda de «momentos» para cada
miembro del reparto, una confidencia a calzón quitao aquí, un abrazo muy emotivo
allí, una perplejidad acullá, y los raudales de previsibilidad en lo que los
demás esperan de nosotros y lo que nosotros no hemos sabido entender de los
demás…, pero con un exceso de sol, de playa y de las redichas buenas
intenciones. La España plurilingüística está bien resuelta, porque los cambios
de un idioma a otro son la moneda corriente en los territorios bilingües, y más
aún en las familias de diferente origen regional, como es el caso de la de
Rosa. Otra cosa es el indispensable realismo que media entre los «proyectos
personales» y la realización material de los mismos, y en estos días de
pandemia vemos cómo se las ven y desean algunos para mantener a flote esos
proyectos en los que han invertido su vida. Hay en ese aspecto, algo de
buenismo de color de rosa en la aventura empresarial de Rosa por el que la
película pasa de puntillas, huyendo del «realismo sucio» para centrarse en la «emotividad
sentimental», muy en línea con los tiempos actuales en que los sentimientos
eclipsan las razones. Ya veremos cómo acaba esa contienda…
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