sábado, 6 de marzo de 2021

«La boda de Rosa», de Icíar Bollaín: la boda boba.

 

Autoestima pública neoliberal o una deseada mascletá de risas que, sin embargo,  fa figa por el verbenismo castizo mal entendido…

 



Título original: La boda de Rosa

Año: 2020

Duración: 100 min.

País:  España

Dirección: Icíar Bollaín

Guion: Icíar Bollaín, Alicia Luna

Música: Vanessa Garde

Fotografía: Sergi Gallardo, Beatriz Sastre

Reparto: Candela Peña, Sergi López, Nathalie Poza, Paula Usero, Ramón Barea, Xavo Giménez, María Maroto, Eric Francés, Lucín Poveda, María José Hipólito.

 

         Lo reconozco, habiéndonos ofrecido Icíar Bollaín un peliculón como Yuli, que pasó en los Goya sin pena ni gloria, no acabo de entender que se nos descuelgue con una comedieta que apunta en la buena dirección: la insoportable esclavitud de una mujer «ayudadora» que ha dado literalmente su vida por los demás y que, en el medio «dantesco» del camino de su vida, toma la sabia decisión de huir de los compromisos para comprometerse con su propio proyecto vital; pero que yerra en un desarrollo que mezcla drama y comedia a partes iguales con una galería de personajes a los que se retrata de forma tan escueta que es imposible verlos sino como torpes «figurantes» de la aventura de la protagonista.

Estaríamos, pues, ante una película que hace de la heroína, de quien, por su buena fe, abusan cuantos la rodean, en el trabajo y en la familia, una supuesta «heroína de nuestro tiempo», una mujer abusada que decide liberarse de todos los yugos, algunos incluso queridos, y reafirmarse en sí misma con esa ñoña energía de los libros de autoayuda: darse un baño de refuerzo positivo con una ceremonia que ni siquiera como disparate dinamizador de las contradicciones sociales logra disfrazar la bobería absurda que es. Bien mirada, se parece mucho, la película, a esas comedias románticas usamericanas que acaban en boda, pero no a El graduado, de Nichols, desde luego… Insisto, como elemento absurdo que irrumpe en los esquemas tradicionales del resto de personajes con quienes tantas cosas comparte no acaba de funcionar, dicha bobería. De ahí que el conato de drama que podría haber maquillado una supuesta «comedia levantina», espero que sin deseos de homenajear a Berlanga…, derive por la pendiente de esas escenas corales llenas de tanta alegría estereotipada de manual como la propia boda en la cala o la «fiesta» de las mujeres en la mercería.

De nuevo parece que las resbaladizas «buenas intenciones» han arruinado un planteamiento que, de indagar en los diferentes abusos que sufre la protagonista, con algo más de «mordiente», podría habernos deparado una excelente y necesaria película reivindicativa, porque el comienzo de la película, con la modista habiéndose de encargar ¡hasta del gato de la amiga! que se va de vacaciones y la expresión, ¡tan familiar!, de la devastación reflejada en su rostro, enfrentándose, para acabar el día, con la decisión de su padre, viudo, de instalarse con ella, porque es de entre los tres hijos «su ojito derecho»… prometía mucho, en efecto.

Es cierto que una comedia se construye con gags, pero hilvanar gags no es suficiente para construir una comedia. Lo prueba el excelente de la hija de la protagonista teniendo que dar de comer a sus gemelos al tiempo que intenta mantener una videoconferencia con su madre. Te arrancan la sonrisa, como algunos comentarios del hermano, un Sergi López tan apocado como desorientado en un papel en el que, exactamente, no sabe qué pinta en la narración, salvo el humilde papel de coro y coartada para que la protagonista lleve adelante su sueño de liberación neoliberal, antipodemita y de manual de autoayuda, porque de esa manera puede también entenderse el hecho de casarse con uno mismo como, habitualmente, nos casamos con nuestra opinión, con nuestra empresa o con nuestras aspiraciones de todo tipo: artísticas, deportivas, políticas…

La crítica de la institución familiar como un semillero de discordias emocionales, de rivalidades psicológicas y de intereses utilitaristas cae dentro de la perspectiva tradicional de las comedias transgresoras, pero en La boda de Rosa digamos que dicha institución está algo así como «achatada por los polos…», porque enseguida se advierte que se trata de buscar un complemento más o menos gracioso que esté a la altura de la supuesta, y real, bobería de la protagonista. A ello contribuye Sergi López con eficacia, y logra arrancar alguna sonrisa, ya digo, pero su propio personaje se desmorona a la que se rasca un poco en él, ¡y no digamos ya cuando de lo que se trata es de mantener la ficción de la boda! Cuando una bobería se alarga, es imposible que salgan a flote las buenas intenciones iniciales, tan magníficas como lo atestigua el maratón onírico que abre la película.

Los mejores momentos de la película son, sin duda, los del encuentro de la protagonista con el recuerdo de la madre, con su «obrador» de costurera, con el propio local que regentaba, ¡con esos hermosos maniquíes «retro»! y con la imagen del gato instalado junto a las cajas de los botones en las estanterías del local. Si bien se mira, hay un cierto parecido entre esa parte y la película de Coixet, La librería, que a mí me pareció un bodrio sentimetaloide de primera. La diferencia está en la sosería de Emily Mortimer y la actriz «de raza», se decía antes —e ignoro qué corrección política la ha sustituido— de Candela Peña, a quien ayer vi por partida doble: en el capítulo correspondiente de la segunda temporada de Hierro, ¡magnífica serie!, y en esta película en la que, por contraste, se aprecia mucho mejor la versatilidad interpretativa de la actriz.

Una película tan desequilibrada, sin armonía entre sus diferentes líneas temáticas, corre serios riesgos de acabar desinteresando al espectador, y eso es lo que a mí me ocurrió. Celebraba algunos momentos, pero veía enseguida la búsqueda de «momentos» para cada miembro del reparto, una confidencia a calzón quitao aquí, un abrazo muy emotivo allí, una perplejidad acullá, y los raudales de previsibilidad en lo que los demás esperan de nosotros y lo que nosotros no hemos sabido entender de los demás…, pero con un exceso de sol, de playa y de las redichas buenas intenciones. La España plurilingüística está bien resuelta, porque los cambios de un idioma a otro son la moneda corriente en los territorios bilingües, y más aún en las familias de diferente origen regional, como es el caso de la de Rosa. Otra cosa es el indispensable realismo que media entre los «proyectos personales» y la realización material de los mismos, y en estos días de pandemia vemos cómo se las ven y desean algunos para mantener a flote esos proyectos en los que han invertido su vida. Hay en ese aspecto, algo de buenismo de color de rosa en la aventura empresarial de Rosa por el que la película pasa de puntillas, huyendo del «realismo sucio» para centrarse en la «emotividad sentimental», muy en línea con los tiempos actuales en que los sentimientos eclipsan las razones. Ya veremos cómo acaba esa contienda…

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario