lunes, 21 de octubre de 2024

«Soy Nevenka», de Icíar Bollaín, una película necesaria.

 

El viejo caciquismo que se resiste a morir: el caso espeluznante del depredador sexual y laboral Ismael Álvarez, exalcalde de Ponferrada.

 

Título original: Soy Nevenka

Año: 2024

Duración: 110 min.

País:  España

Dirección: Icíar Bollaín

Guion: Icíar Bollaín, Isa Campo. Novela: Juan José Millás

Reparto: Mireia Oriol; Urko Olazabal; Ricardo Gómez; Carlos Serrano; Font García; Lucía Veiga; Mabel del Pozo; Pepo Suevos; Luis Moreno; Javier Gálego: Mercedes del Castillo; Miguel Garcés; David Blanka; Xavier Estévez.

Música: Xavier Font

Fotografía: Gris Jordana.

 

          Quizás lo más significativo de la «oportunidad» sociopolítica de contar esta historia resida en el terrible hecho de que no se haya podido rodar en el lugar donde transcurrieron los hechos: Ponferrada. No es una historia novedosa, y quienes sigan la actualidad y la política en España recordarán perfectamente lo que se dio en llamar «el caso Nevenka», cuando en realidad debió de haberse llamado «el caso Ismael Álvarez», quien, en su calidad de alcalde de Ponferrada por el PP, fue denunciado por su concejala de Hacienda, Nevenka Fernández, por doble acoso: sexual y laboral.

          Quienes «descubran» en estos días el caso gracias a la valiente y honesta película de Icíar Bollaín, una directora muy sensible a la lacra del acoso sexual, y autora de una de las grandes películas rodadas en España sobre el dominio sexual y emocional ejercido por el hombre contra la mujer: Te daré mis ojos; van a descubrir algo más que un caso individual, porque la radiografía sobre la mentalidad acosadora de ciertos hombres pertenece a una herencia machista secular contra la que cualesquiera esfuerzos para desterrarla siempre son pocos, y todos ellos necesarios.

          La película, en consecuencia, retoma el caso desde el principio, desde que a Nevenka, cuya familia se mueve en la órbita de influencia del PP en Ponferrada, y muy especialmente en la del alcalde populista Ismael Álvarez, la proponen como aspirante a entrar en las listas del PP de Ponferrada para convertirse en concejal del Ayuntamiento. El alcalde no tarda en poner sus codiciosos ojos libidinosos en la joven candidata, veintiséis años, recién licenciada y estudiante de un máster, y no tardará en ir, de forma casual al principio, y con espíritu cinegético después, planteando un asedio que, tras salir elegida y ser nombrada Concejal de Hacienda, se irá incrementando progresivamente hasta seducirla y poseerla sin que la joven acabe de estar segura de que quiere hacer lo que hace.

          Estamos ante un caso, pues, con muchas ramificaciones: la corrupción política en una pequeña ciudad; el acoso sexual a una subordinada; las dudas de conciencia de una mujer que, sin desearlo explícitamente, se ha dejado arrastrar a una relación sexual con un hombre mucho mayor que ella y que conoce a sus padres, quienes dependen, en gran medida, de su favor municipal; del silencio y la complicidad de una mediana localidad con un alcalde populista que se ha ganado con favores arbitrarios la voluntad de sus conciudadanos; los entresijos del funcionamiento de un grupo político en un Ayuntamiento en el que la mayoría absoluta impide cualquier labor de oposición… Como se advierte por este abanico temático, a Bollaín le ha salido la más chabroliana de sus películas, y trata el caso biográfico de su heroína con absoluta honestidad, como se refleja, sobre todo, en el proceso interior de Nevenka, en el doloroso calvario que atraviesa la protagonista desde que «decide» dejar de someterse al implacable y abusivo dominio machista que el alcalde ejerce sobre ella, valiéndose de su autoridad, de su condición de amigo de los padres y de su condición de jefe directo con quien despacha casi cada día asuntos municipales de interés y profunda dimensión pública, porque el alcalde busca en ella una voz sumisa que acepte cuanto él le imponga, sobre todo los proyectos que suponen negocios con los que se lucrará directa e indirectamente: no en balde confiesa que él, más que político, es, sobre todo, un «hombre de empresa».

          La historia, por supuesto, está contada desde el punto de vista de la protagonista, pero lo llamativo es la nula empatía que el espectador siente ante la joven brillante y atractiva físicamente que está empeñada en hacerse valer como gestora municipal y figura política en cierne; una proyección en la que tiene mucho que ver la fijación que siente el alcalde por ella, que se manifiesta en toda su crudeza tras la muerte de su esposa. Nada, entonces, detiene el acoso cinegético que mezcla a medias el burdo tono sentimental y la urgencia del deseo sexual. Tal falta de empatía con la protagonista, a la que vemos meterse en la boca del lobo a medias sabiéndolo, a medias ignorándolo, y tentando una suerte que puede volverse contra ella: su propia madre le ha advertido de la falta de escrúpulos y de la fama de mujeriego del tal Ismael, vox populi, al parecer; esa falta de empatía va a ir transformándose lentamente a medida que la joven progrese hacia la vivencia estremecedora de los abusos sexuales y laborales, supuestamente disfrazados de «relaciones libres» entre ambos, consentidas y con un sustrato de afecto que se esgrime el alcalde como la coartada perfecta. De hecho, leyendo a posteriori sobre el caso, me ha llamado poderosamente la atención la defensa acérrima que hizo del alcalde un artista tan «progresista» como Amancio Prada; posición que parece, en todo, equivalente a la política de ojos cerrados de Goytisolo ante las reiteradas violaciones a su nieta en su casa de Marruecos, según se cuenta en el documental hecho por la propia nieta, y que ha merecido un oportuno artículo de Ignacio Echevarría denunciando esta «rebeldía» antisistema de quienes, en según qué casos, plenamente  delictivos, miran para otro lado.

          Quizás por el retrato que emerge de estas líneas, no está de más decir que el espectador en ningún momento puede empatizar con Ismael, con el alcalde. Y, sin embargo, hay en la interpretación de ese personaje, a cargo de Urko Olazabal, un prodigio de actuación que muy probablemente la miseria y depravación del personaje real puede impedir ver en toda su magnificencia. ¡Hasta tal punto llega la verosimilitud que Olazabal imprime en su personaje! A mí, particularmente, me ha parecido uno de los puntos fuertes de la película, porque esa interpretación tan fidedigna permite que vaya creciendo el personaje de Nevenka a partir de ese momento traumático de la «encerrona» para ir a la boda de un concejal los dos solos, el alcalde y ella, quienes, para colmo, han de alojarse en una sola habitación. Desde ese momento, la actriz hace muy suyo el acoso miserable que está sufriendo y que la lleva a una depresión y a la necesidad de salir de Ponferrada para «refugiarse» en sus amistades de Madrid, donde estudió la carrera, incluido Lucas, quien se convertirá, posteriormente, en su marido y sostén en el duro trance de decidir denunciar a un poderoso, sin tener la certeza de que su causa vaya a ser sancionada favorablemente por la Justicia. En ese sentido, el juicio y la tremenda actuación del fiscal constituyen un desenlace tan elocuente que el abogado defensor apenas ha de hacer otra cosa sino permitir que se desnude, en toda su miseria, el machismo que solo concibe la relación con la mujer, no en términos de igualdad, sino de propiedad. Ese proceso depresivo, que incluye una baja preceptiva para hacer frente a sus responsabilidades municipales, permite, finalmente, la ansiada empatía del público con un personaje frágil, tan segura de sus errores como de su profunda e íntima necesidad de reivindicar su propia dignidad a decir que no y a no tener que soportar la manipulación y el desprecio laboral y humano que sufre no solo por el alcalde, sino también por sus adláteres e incluso por mujeres que, comprendiendo su postura, deben su lealtad a quien gobierna la ciudad con un control absoluto de las haciendas y las personas, es decir, la perfecta encarnación de uno de los grandes males de nuestro siglo XIX, aún vigente en el XXI: el caciquismo.

          A nuestros autores realistas y naturalistas les hubiera gustado mucho esta película, salvando los anacronismos, porque se desnuda, desde cuanto ha de sufrir la víctima, los mecanismos de un sistema de dominio, de control y de explotación que era habitual en su siglo y lo sigue siendo, aunque en menor medida, en el nuestro.

         

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