lunes, 15 de marzo de 2021

«La mascota del regimiento», de John Ford o un western hindú.

 

¡Hasta con el «cine familiar» se atrevía John Ford para entregarnos una obra divertida, emocionante y bélica (dentro de lo que cabía…)! 

Título original: Wee Willie Winkie

Año: 1937

Duración: 100 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion: Julien Josephson, Ernest Pascal (Historia: Rudyard Kipling) (Obra: Mordaunt Shairp, Howard Ellis Smith )

Música: Alfred Newman, Louis Silvers, Cyril J. Mockridge, Edward B. Powell

Fotografía: Arthur C. Miller (B&W)

Reparto: Shirley Temple, Victor McLaglen, C. Aubrey Smith, June Lang, Michael Whalen, Cesar Romero, Constance Collier, Douglas Scott, Gavin Muir, Willie Fung, Brandon Hurst, Lionel Pape, Clyde Cook, Bunny Beatty, Lionel Braham.

 

         Confieso que las películas de ambientación colonial, a pesar de haber películas enormes como El hombre que pudo reinar, de John Huston, no me han atraído nunca; no así el cine hindú propiamente dicho, como la Trilogía de Apu, de Satyajit Ray, unas de las obras cumbres del cine de todos los tiempos. Por ello mismo, me resistía a entrar en La mascota del regimiento, un título ridículo para el original We Willi Winkie, que alude a un personaje tradicional del folclore escocés presto a meterse en un berenjenal tras otro. En cuanto, siguiendo mi camino de ver «todo Ford», me he adentrado finalmente en la película, me he llevado un sorpresón de mucho cuidado, tanto que estoy dispuesto a jurar sobre cualquier película del maestro que esta es una de las más grandes que ha rodado. La presencia de la pizpireta Shirley Temple pudiera parecer que Ford se avino a rodar a su servicio —entonces en la cumbre de su popularidad como niña prodigio— , cuando, en realidad, ocurrió justo lo contrario, Temple tuvo la gran fortuna de participar en una película fordiana hasta la médula, y supo formar parte de una historia en la que incluso el protagonismo es capaz de robárselo el inconmensurable Victor McLaglen, en un papel muy suyo, muy de Ford y a todas luces entrañable, porque el dúo que es capaz de formar con la aspirante a soldado convierte la película en una delicia difícil de superar, porque se reúnen dos monstruos de la naturalidad: la graciosísima Temple y el cascarrabias por excelencia del cine mundial.

 

         La historia es tan simple como hermosamente realizada por Ford, siempre atento a los detalles minúsculos que le dan músculo a la historia. Una joven viuda con su hija se reúne con su padre en el fuerte en el que está destacado, ejerciendo una labor de control de los señores feudales indios que luchan contra la dominación colonial de su país. El coronel, que no admite otro trato más que ese, ni el de padre ni el de abuelo, está interpretado por otro gran secundario del cine inglés y usamericano. C.Aubrey Smith, el coronel Zapt de El prisionero de Zenda,  de John Cromwell, representa la más tradicional idiosincrasia inglesa, del mismo modo que el personaje de McLaglen la escocesa, y ve, en la llegada de hija y nieta, más un estorbo que un placer.

         Desde el mismo inicio de la película, cuando llegan madre e hija a la estación y son recibidas por McLaglen se apunta la trama de los insurgentes, quienes intentan pasar armas de contrabando, momento en que su cabecilla es detenido. Se trata del actor de origen hispano-cubano César Romero, que aparece guapísimo como Rajá hindú, para deleite de la niña que guarda para él un collar que ha perdido en el forcejeo de su detención. Más adelante, la relación entre niña y proscrito dará un resultado narrativo muy potente, con la huida, con un ayudante indio del fuerte, a la fortaleza donde se refugia, un encuentro lleno de encanto por la inocencia infantil desde la que se ridiculiza un enfrentamiento que tiene un alto coste en vidas humanas. Pero dejemos el final para el final.

         La relación entre el sargento y la niña puede considerarse el núcleo central de la historia, sobre todo porque está llena de escenas de alta comicidad que, en el desarrollo de esa amistad entre ambos darán pasa a las de gran emotividad, como la mismísima muerte del sargento, filmada con una delicadeza exquisita por Ford al eliminar de plano al moribundo y centrar el encuadre en el ramo de flores que le regala la niña para que se recupere. De  hecho, es el aflojamiento de los dedos alrededor de las flores lo que representa el deceso. Antes, hemos vivido inolvidables escenas de la vida militar como si estuviéramos en un fuerte en el far west. Yen todas ellas, la presencia de la joven actriz añade un plus de calidad, cómica y dramática, de muchos quilates.

         Del mismo modo que la niña desarrolla una relación de amistad con el sargento, la película nos muestra cómo va desarrollándose la del acercamiento con su abuelo, a quien acaba ganándose de un modo muy natural, sin afectación ni empalagos de tipo alguno. Corre pareja esa relación con el distanciamiento con su hija, lo que incluso lleva a que la hija quiera abandonar el fuerte para regresar a Londres, tras haberse enamorado de un capitán a quien acaban arrestando por haber abandonado su puesto.

         La acción llega con el intento de los correligionarios del Rajá de liberarlo de su prisión, una refriega militar en la que el sargento acabará herido para perder poco después la vida. Ahí Ford se manifiesta «por derecho» de su filmografía y borda con suma energía esa incursión que libera al prisionero, a quien la niña ha hecho llegar, inocentemente, una nota en la que se le avisaba de tal rescate.

         Posteriormente, la expedición de la niña para pedirle al Rajá que no luche contra su abuelo, porque la Reina de Inglaterra quiere proteger a todos sus súbditos y conseguir que se hagan ricos… moviliza al abuelo para ir en su busca y rescate, porque la imagina secuestrada por el bandido. En fin, las secuencias finales entran dentro del cine conciliador apto para todo el público, que disfruta tanto de la ingenuidad de la niña como de la tensión dramática con que se aprestan ambas fuerzas a entrar en una lucha que…

         Ford tenia el don del detalle para captar la profundidad de los sentimientos y las noblezas o las vilezas del carácter de las personas, así como su lado más ridículo. Es ese prodigio de la vida viva, no filmada, el que se produce en esta película, en una India recreada en California, y en cada secuencia Ford nos la ofrece en su total integridad.

         No pasen por alto la escena en la que la niña piropea a McLaglen de niño en una foto que tiene en su mesita de noche… o aquella otra en la que, habiéndosele prohibido instruir a la pequeña como a una recluta, le corrige la posición de los brazos cuando ella quiere que le enseñe el arte de boxear… En fin, nada como Wee Willie Winkie para pasar un rato fantástico y muy emotivo.

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