Título original: Flirting
with Fate
Año: 1916
Duración: 57 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Christy Cabanne
Guion: Robert M. Baker. Historia: Robert M. Baker
Fotografía: William Fildew (B&W)
Reparto: Douglas Fairbanks, Jewel Carmen, Howard Gaye, W.E. Lawrence,
George Beranger, Dorothy Haydel, Lillian Langdon, Wilbur Higby, J.P. McCarty
Título original: The World Gone Mad
Año: 1933
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Christy Cabanne
Guion: Edward T. Lowe
Fotografía: Ira H. Morgan
(B&W)
Reparto: Pat O'Brien, Evelyn Brent, Neil Hamilton, Mary Brian, Louis
Calhern, J. Carrol Naish, Buster Phelps, Richard Tucker, John St. Polis, Geneva
Mitchell, Wallis Clark, Huntley Gordon.
Título original: Jane Eyre
Año: 1934
Duración: 62 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Christy Cabanne
Guion: Adele Comandini.
Novela: Charlotte Brontë
Música: Ralph Shugart
Fotografía: Robert H. Planck (B&W)
Reparto: Virginia Bruce, Colin Clive, Beryl Mercer, David Torrence,
Aileen Pringue, Edith Fellows, John Rogers, Jean Darling, Lionel Belmore,
Jameson Thomas, Ethel Griffies, Claire Du Brey, William Burress, Joan Standing,
Richard Quine.
Título original: The Man Who Walked Alone
Año: 1945
Duración: 70 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Christy Cabanne
Guion: Christy Cabanne, Robert Lee Johnson
Música: Karl Hajos
Fotografía: James S. Brown
Jr. (B&W)
Reparto: Dave O'Brien, Kay Aldridge, Walter Catlett, Guinn 'Big Boy'
Williams, Isabel Randolph, Smith Ballew, Nancy June Robinson, Ruth Lee, Chester
Clute, Vivien Oakland, Vicki Saunders.
De ayudante de Griffith a director todoterreno y todogenérico: un artesano con notable caligrafía y sutil maestría: Christy Cabanne.
La Historia del Cine es terreno
abonado para los linces de filmoteca (del mismo modo que hay «ratas de biblioteca») y tienen terreno para
gastar una vida, ciertamente, descubriendo películas y sacando a la luz nombres
olvidados de directores, actores, actrices y profesionales sin cuenta de esa industria en
la que tanto ingenio se reúne para conseguir que el ojo cosmológico nos saque
de lo cotidiano para embebernos en las luces con tanto relieve de las más
diversas ficciones.
A nadie,
imagino, le dice nada, hoy, el nombre de Christy Cabanne, cuyas películas nadie
ha visto en FilmAffinity y sobre quien la Wikipedia exhibe un
laconismo digno de otras causas, porque quien empezó en el cine como ayudante
de dirección de Griffith, e incluso filmó una película en régimen de coautoría
con él, de la que solo se conservan diez minutos, bien hubiera merecido que se
guardara más información acerca de su relevante papel en una industria que
consume ingenios como otros materias primas más elementales.
A lo tonto, a
lo tonto, he acabado viendo cuatro películas de este autor perdido en la densa
niebla del más feroz olvido, y he de decir que se comprende a la perfección que
deviniera uno de los más prolíficos de la Historia de Hollywood, porque su
maestría en el dominio de la narración y la elección de las historias, supongo
que en estrecha colaboración con los grandes estudios, permiten un placentero
visionado de cada una de ellas.
He escogido Flirting
with Fate , de su época muda, porque no he podido encontrar las que rodó
con Lillian Gish y porque no me resistía a ver, en sus comienzos, al gran ídolo
de aquellos años Douglas Fairbanks, quien tanto me impresionó en la crepuscular
La vida privada de Don Juan, de Alexander Korda, criticada en este Ojo,
y, en mi juventud, en El ladrón de Bagdad, de Raul Walsh. La historia es
sencilla, pero tiene un componente de comedia slapstick en la que la agilidad
corporal de Faibanks destaca casi por encima de la trama amorosa. Un pintor sin
blanca ha ìntado el retrato de una mujer de la que se ha enamorado. Un amigo
suyo le dice que se trata de una rica heredera a quien él se la presentará. La
madre de ella desconfía de él y la acerca a un joven rico, pero a ella la pasión
espontánea del pintor la seduce. Por un malentendido de vodevil —él, tímido,
ensaya la declaración de amor con una amiga de ella y la rica heredera los ve
sin ser vista— todo se quiebra y él, tras un intento de suicidarse con el gas
de la habitación y salir con vida, decide pagar a un pistolero los últimos
dineros que le quedan para que lo mate, de modo que él no sepa nunca cuándo le
llegará la hora: un recurso narrativo excelente, por cierto, porque da pie a
unas situaciones muy graciosas en lo que queda de pelçicula, sobre todo cuando
el pintor recibe una herencia de un millón de dólares de una vieja tía suya y
la enamorada ha deshecho el equívoco a través de su amiga. Pero ahí lo dejo,
porque la hora escasa que dura la película, y al margen de los amaneramientos
de actuación propios de la época, generosa en ellos, creo que los espectadores
se lo pasarán bien.
The World
Gone Mad, con una estrella secundaria como Pat O’Brien, es una de las siete
películas que rodó ese año, lo cual habla bien a las claras del nivel de quien
ya había sido protagonista —a mi parece muy flojo— en Un gran reportaje,
de Lewis Milewstone, la primera y muy ácida
versión de The Front Page , de Ben Hecht —la más conocida es la de Billy
Wilder, Primera Plana— ; quizás por eso aquí actúa como un intrépido
periodista que contribuye poderosamente a desvelar el misterio del asesinato
del Fiscal del Distrito, liquidado por una banda de gánsters en relación
directa con los prohombres de la ciudad. La película, un contundente alegato
contra la corrupción política y empresarial, se deja ver con mucho agrado,
porque O’Brien compone un periodista desinhibido y rápido de mente y de verbo
que lleva con fortuna el peso de la película. Llaman la atención, en la redacción
de su diario, dos carteles colgados en las paredes: Write it Right y, en
el despacho del Redactor Jefe: Tell it in the first paragraph. Pero lo
que más me ha chocado ha sido el ingenioso modo de entrar en la habitación del periodista
por parte del rufián que ha de liquidarlo: pasa un diario por debajo de la puerta,
empuja la llave para que caiga en él, rescata el diario con la llave y entra
limpiamente, sin ser oído, en la morada del reportero…¡Para que luego digan que
no se aprenden cosas en el cine…! El doble juego de la vampiresa de turno anima
el cotarro lo suficiente como para que la trama se siga, ya digo, con
suficiente delectación como para olvidar que estamos haciendo, en realidad, un ejercicio
de deleitosa militancia exploradora.
Jane Eyre es,
cronológicamente, la tercera adaptación cinematográfica tras las de 1910, de Theodore
Marston y la de 1921, de Hugo Ballin. Se trata de una adaptación muy cosida
a la historia original, salvo en la parte final, en la que se aparta algo de él
para facilitar el metraje ajustado. En términos generales, la excelente interpretación
de los protagonistas, Virginia Bruce y Colin Clive, proporcionan una sentida
veracidad a la historia y logran que, al menos este espectador, que comenzó a
verla con cierto escepticismo, la siga con positivo interés. El enfoque
naturalista, que no acentúa el romanticismo inherente a la historia, potencia
una visión ajustada al conflicto ético que se le presenta a la protagonista,
quien, «forzosamente», hade renunciar al proyectado matrimonio en aras de la
fidelidad a los sacrosantos principios de la religión en la que ha sido
educada. La parte del internado tiene escenas muy conseguidas, y el misterio de
la loca en la casa consigue crear, de forma muy convincente, la amenaza latente
que, en uno u otro momento. El poder emocional de la orfandad y de la virtud
recompensada, así como del amor que supera todas las amenazas y se sobrepone
incluso a la ceguera del amante era un valor cinematográfico seguro, sin duda,
y de ahí la atención que le prestó Cabanne. Hay tomas de la mansión, por
cierto, que recuerdan mucho las arquitecturas de Escher. Supongo que a esta
Jane Eyre se acercarán cuantos aficionados tiene la historia y, sobre todo, las
adaptaciones que se han ido haciendo y aún se hacen, dado el carácter de clásico
de la novela. No creo que esta les defraude.
The man who
walked alone es una comedia basada en el malentendido que se desarrolla a
partir de un autoestopista que es recogido por una rica heredera, dispuesta a «ser
casada» en breve, después de haber pinchado y, tras los graciosos e infructuosos
intentos de ella de cambiar la rueda, es ayudado por un exsoldado que cojea
levemente y que se dirige a «cualquier parte» y, especialmente, al pueblo donde
nació, donde curiosamente tiene la familia de la protagonista una mansión. La
historia tiene un prólogo en el que ambos protagonistas acaban encerrados en
prisión, de la que salen para, al poco, volver a entrar, tras entrar
clandestinamente en la casa donde ella dice que «trabaja». El tono general de
la película no se acerca a la screwball comedy, pero, en manos de otro
director, bien hubiera podido acabar derivando hacia ese género, porque el
encadenado de malentendidos lo facilita. La llegada de la madre, con la hermana
pequeña de la protagonista y una tía de esta supone un giro muy gracioso justo
antes de que se presente «el novio», con quien ya se advierte que la novia no
tiene ninguna química, de la que ha derrochado con el extraño, ahora convertido
en chófer de la familia. Me resisto a desvelar la continuación, porque, aunque
la historia se desarrolla en escenarios interiores básicamente, con un marcado
acento teatral, la trama está muy bien construida y tiene un final espectacular,
y muy usamericano. No creo que me guíe el sectarismo ni el afán de notoriedad
por haber descubierto la obra de Cabanne, totalmente desconocida para casi todo
el mundo, pero he de reconocer que, incluso tras este pequeño maratón de cuatro
películas, aún me ha quedado ánimo para ver la única película que Bela Lugosi
rodó en color, y a las órdenes de Cabanne: Scare to Death, quien tocó, a
lo largo de nada menos que 166 películas, todos los géneros habidos y por
haber.
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