martes, 29 de junio de 2021

«Ingrid Bergman: Retrato de familia», de Stig Björkman y «Sylvia Plath: Dentro de la campana de cristal», de Teresa Griffiths: la intimidad vulnerable.

 


Título original: Jag är Ingrid

Año: 2015

Duración: 114 min.

País:  Suecia

Dirección: Stig Björkman

Guion: Stig Björkman, Dominika Daubenbüchel, Stina Gardell

Música: Eva Dahlgren, Michael Nyman

Fotografía: Eva Dahlgren, Malin Korkeasalo

Reparto: Documental, intervenciones de: Ingrid Bergman, Jeanine Basinger, Pia Lindström, Fiorella Mariani, Isabella Rossellini, Isotta Rossellini, Roberto Rossellini, Liv Ullmann, Sigourney Weaver. Voz: Alicia Vikander.

 


Título original: Sylvia Plath: Inside the Bell Jar

Año: 2018

Duración: 59 min.

País: Reino Unido

Dirección: Teresa Griffiths

Música: Guy Farley

Fotografía: Jonathan Partridge

Reparto: Documental.

 

  Dos aproximaciones biográficas sobre la inseguridad y la ambición del triunfo: Una actriz y una escritora: Ingrid Bergman y Sylvia Plath en busca de su lugar en el mundo.      


Dos mujeres muy distintas, dos vidas separadas por un abismo: el de la fortaleza vital mantenida contra viento y marea  y el de la vulnerabilidad psicológica. Ambas dan pie a dos documentales en los que las imágenes de época marcan de forma determinante el interés del espectador, porque no es lo mismo una vida en imágenes (con el riesgo implícito de caer biopic) que las imágenes de una vida, las cuales nos rescatan una visión, a menudo inédita, de la artista en cuestión.

         En el caso de Sylvia Plath hay pocas imágenes en movimiento y muchas fotografías que, bien montadas, nos permiten recrear lo que fue su estancia en Nueva York, inicio de una carrera literaria que tardaría lo suyo en traspasar las a menudo férreas lindes de la intimidad para acceder al gran público, algo que a ella le sucedería con posterioridad a su suicidio. No hace mucho, cuando vimos Nieva en Benidorm, de Coixet, nos sorprendió la referencia a Sylvia Plath y su vinculación con la localidad, donde pasó parte de su luna de miel con el poeta Ted Hughes, que alguna participación tuvo, indirecta, en el desengaño y la desolación de su esposa. La vida doméstica de la poetisa y autora de diarios y una novela decididamente autobiográfica no soportó la infidelidad del marido y acabó suicidándose, tras de lo cual, le llegó el reconocimiento a su obra, administrada, paradójicamente, por su marido, a quien se achaca la destrucción de una parte de sus diarios en los que se hablaba de su relación matrimonial. El documental, no obstante, se centra en la primera etapa de la vida intelectual de la escritora, cuando, siendo aún una adolescente, fue «becada» por una revista para instalarse en Nueva York con otras aspirantes a artistas para desarrollar sus capacidades. La vida de la ciudad en esos años, su juventud, el choque entre la mentalidad propia de una vida familiar muy restringida y controlada por su madre, y el bullicio y el dinamismo de la ciudad «que nunca duerme» permiten al espectador bucear en un momento de la historia de la ciudad en el que se va perfilando una nueva concepción de la mujer, alejándola del rol tradicional de ama de casa para convertirse en elemento dinamizador de un nuevo modo de entender a las mujeres y su relación con los hombres, aunque los desequilibrios psicológicos de la poetisa, quien con toda probabilidad padecía bipolaridad según los últimos diagnósticos, la llevaron a perecer en el intento. El documental presenta los valiosos testimonios de las jóvenes que compartieron con ella la aventura neoyorquina de abrirse a horizontes para los que se habían de tener no pocas cualidades. Es cierto que la poesía no es, en principio, un “arma social” que pueda abrir excesivas puertas, pero no es menos cierto que el contacto con el periodismo siempre ha abierto campos insospechados para los dominantes amantes de la escritura. Lo que llama la atención del espectador es esa aura de alejamiento que rodea a la autora, a la que, incluso aun sonriendo en grupos y fiestas, se la percibe sola y vuelta a su atormentado interior, en aquellos años, de fabulaciones que, andando el tiempo, se cumplirían para bien y para mal. Poco se sabía, entonces, de la bipolaridad y los peligrosos extremos, maniaco y depresivo, de la misma, y es muy posible que un tratamiento específico, como los actuales, la hubiera salvado la vida. En fin, especulaciones absurdas. El testimonio de la hija —su hermano también se suicidó— añade ese factor emocional que permite evocar su vida como un acto de belleza y de imposible supervivencia a las adversidades que a menudo conlleva el mero hecho de vivir.

         El documental, más largo, de Ingrid Bergman se sustenta sobre un material documental que la actriz cuidó desde bien pequeña y en la que ella aparece como protagonista de películas rodadas por su padre, un gran admirador de ambos, del cine y de ella, y por películas familiares rodada por ella misma o por allegados como, por ejemplo, su conflictivo emparejamiento con otro grande del cine, Rossellini, a quien ella buscó. El recuerdo de los padres, de sus diarios de última adolescencia y juventud, así como cartas a sus amigas y, después a su marido, de quien se separa temporalmente tras aceptar un contrato en Hollywood, permiten ir indagando en una personalidad muy abierta a nuevas experiencias vitales que fueron conformando una suerte de vida nómada en la que, a pesar de su indudable espíritu maternal, sus hijos fueron los grandes damnificados, no tanto por negligencia de ella, cuanto por la intensa necesidad de compartir más tiempo con ella y disfrutar de su alegría y de su cariño. Si la vida de los artistas a veces es dura, la de los hijos de los artistas no lo es menos, emocionalmente, al menos.

         El documental perfila la biografía de una profesional volcada en su carrera, con una entrega absoluta que la lleva a anteponerla a sus propias circunstancias familiares, lo que va forjando una independencia que solo se somete a alguien cuando ella lo desea, como fue el caso de su relación con Rossellini, con quien hizo algunas películas extraordinarias, Stromboli, Te querré siempre o Ya no creo en el amor. Hoy no nos hacemos cargo de lo transgresor que fue abandonar a su marido y su hijo en Usamérica para irse a vivir sin matrimonio de por medio con otro hombre, en Italia, pero la campaña mediática contra la actriz acabó convirtiéndose poco menos que en una aversión nacional contra la actriz, quien pasó mucho tiempo sin regresar para rodar allí, y donde no volvería a instalarse, porque tras la unión con Rossellini, se instaló en Francia y posteriormente en Inglaterra. Es gracioso oírle explicar la necesidad que tenía de rodar algo que no entrañara tan alto pathos dramático como los rodajes de Rossellini le imponían. Por eso aceptó rodar con Jean Renoir una deliciosa farsa cómica como Elena y los hombres y, más tarde, Anastasia, por la que recibió un Oscar.  Interesante sobremanera es su relación con otro importantísimo compañero de profesión, Ingmar Bergman, sueco como ella, y cuya «autoridad» tanto le imponía.

         La presencia ante cámara de los hijos, explicando la historia de sus padres, y más específicamente de su madre, consigue levantar ante los espectadores la biografía íntima de la actriz con una naturalidad exenta de poses e imposturas que los espectadores agradecemos de corazón. Son innumerables las anécdotas que salpican el relato y que consiguen esa magia de hacernos partícipes a los espectadores de la vida cotidiana de una actriz que, ya desde Casablanca, conquistó un lugar inexpugnable en nuestra memoria.

         Cuando volvió a Usamérica, un periodista, a pie de la escalerilla, por la que descendió majestuosa, le preguntó si se arrepentía de algo. Ella contestó que solo se arrepentía de lo que no hacía. Me parece una perfecta definición de su personalidad y de su carácter.

        

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario