Un defectuoso guion no impide una realización briosa y efectiva: un thriller con excelentes secuencias y actuaciones veraces.
Título original: Quien a
hierro mata
Año: 2019
Duración: 107 min.
País: España
Dirección: Paco Plaza
Guion: Juan Galiñanes, Jorge
Guerricaechevarría
Música: Maika Makovski
Fotografía: Pablo Rosso
Reparto: Luis Tosar, Xan
Cejudo, Enric Auquer, Ismael Martínez, María Vázquez, Dani Currás, Pablo Guisa
Koestinger, Marcos Javier Fernández Eimil, María Luisa Mayol, Víctor Duplá,
Alberto Abuín.
Mi Conjunta vio
la escena de la encerrona de los chinos a los gallegos, antes de que siguiéramos
con la serie que compartimos, El método Kominsky, de Chuck Lorre, y le
pareció que era una película usamericana… Ello es indicio fiable de que la
película, por la parte de la espectacularidad de la acción, se acerca a modelos
foráneos que determinan, para regulín regulón, el estándar de thriller
de acción al que asimilarse. Por suerte, luego hay una visión local de lo que
es el narcotráfico en las Rías gallegas y un proceso psicológico de un
enfermero que ha perdido a su hermano drogadicto en los peores años del imperio
de las drogas en Galicia, lo que le supuso un trauma y un deseo instintivo de
venganza cuya realización solo podrá darse cuando en la residencia geriátrica
en la que trabaja es ingresado, por orden judicial, un capo del narcotráfico
prácticamente desahuciado. El capo, en vez de volver a su casa, escoge ser internado
en la residencia, y en cuanto se conoce a los hijos que intentan seguir el
negocio del padre sin la autoridad intrínseca de este se comprende
perfectamente el porqué de su decisión.
Vaya por
delante que esos dos psicópatas descerebrados e incapaces, a quienes los chinos
engañan como a gallegos, si se me permite la inversión del dicho, son una de
las grandes bazas de la película; pero no es menos cierto que la actuación del
hermano mayor obedece a un estrepitoso fallo de guion que permite alimentar los
sucesos por venir, cuya realización es impecable y consigue que demos por
buenas las muchas incongruencias de dicho guion, aunque tanto va el cántaro a
la fuente que… No todo lo permite el efectismo de muchas secuencias muy
logradas, y quizás hubiera debido el director someter el guion a la prueba de
la máquina de la verdad parta detectar todas esas congruencias que logran afear
una película que, de otro modo, hubiera sido uno de los grandes hitos del cine
psicológico y de acción, como lo fue, en su día Celda 211, de Daniel
Monzón.
Que Tosar ande
por medio no es de extrañar, porque se trata de una personalidad retorcida (por
el dolor y la humillación) y cuya venganza acabará entrando en un juego cruzado
de ellas que se llevará por delante su vida del mismo modo que se la llevó
cuando era joven y perdió a su hermano. Esos flashbacks con imágenes
distorsionadas, como de viaje alucinógeno, forman más parte del presente del
personaje que el nacimiento de su propio hijo, lo cual dice mucho de la
personalidad neurótica del personaje, abducido por la sed de venganza como si
de un western se tratase. Lo que sucede es que Tosar tiene unos primeros planos
tan anfractuosos, espeluznantes y expresionistas que son un regalo para el
espectador, aunque este tenga que disculpar ciertas imprevisiones y ciertas
incapacidades que no parecen muy congruentes con esa determinación vengativa. Así mismo, la presencia de Xan Cejudo en su último papel en la pantalla, porque murió poco después de acabada la película, lo que concede a su interpretación un macabro viso de verosimilitud que no merece, porque, renegando de los hijos como lo hace, resulta casi imposible identificarse con el afán vengativo del enfermero en vez de con su resignación ante la muerte, buscada lejos de su propia familia. Su papel, difícil y complejo, lo resolvió de una manera admirable.
Pero quien se
lleva la palma, a pesar de su innegable sobreactuación, es quien fuera
galardonado como actor revelación en los Goya, Enric Auquer, que compone un
psicópata de manual, mucho más pasado de vueltas que su propio hermano, con
quien se embarca en un negocio que acaba como el rosario de la aurora. En ese
cruce entre la historia del alijo y los dineros perdidos, y la inquina de los
colombianos ganada, lo que permitirá unas escalofriantes imágenes
ultrarrealistas en la cárcel, la película va permitiéndose un ritmo in
crescendo que, lastimosamente, se ve torpedeado por olvidos de guion tan
flagrantes como el del asesinato de un enfermero al que nadie echa de menos,
por ejemplo, y a quien los narcos buscan para facilitar el regreso del padre a
la casa, donde poder «convencerlo», ¡váyase a saber con qué métodos!, porque
los dos hijos son dos asesinos sin paliativos.
Quien a hierro
mata ya lleva en el título el desenlace, por lo que me voy a permitir una ligerísima
licencia arruina finales, pero la escena en contrapunto, estilo El Padrino,
lo merece. El hijo menor es asesinado coreográficamente en el patio de la
cárcel, al estilo de la conjura contra Julio César. Una sábana sobre él, como
un sudario, permite que «los colombianos» estafados lo cosan a puñaladas, mientras
que, al mismo tiempo, Antonio, el enfermero vengador, entra en su casa y el
visillo de la ventana le cubre la cara, como la sábana cubría al narco, poco
antes de descubrir que…
Ha de saberse
que el narco, respondiendo a los cuidados casi maternales que le dedica Antonio,
ha cambiado su testamento para declarar heredero legal de sus bienes al hijo
que tenga el enfermero, dejando a los suyos solo la legítima, lo que dispara,
ya se puede imaginar, la espiral de las venganzas.
La suprema
ironía de premiar al propio asesino de uno, estando incapacitado para hablar y
comunicarse cuando el enfermero le revela quién es y cuál es su misión, añade a
la película un giro desconcertante que pone de relieve la compleja moralidad de
las acciones de todos los protagonistas.
Reconozco que
la película, hechas todas las salvedades de credibilidad que el guion nos
exige, que no son pocas, porque el hermano mayor se mueve con total, libertad
mientras que su hermano está en la cárcel, como si no estuviera claro que
contra él hubiera de haberse expedido una orden de busca y captura, se sigue
con el morbo de los más bajos instintos, aquellos que apelan a tomarse la
justicia por la propia mano, una variedad individual de la ley de Lynch, aunque
en ese proceso, como no se ignora, acaben pagando justos por pecadores…
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