viernes, 4 de junio de 2021

«Quien a hierro mata», de Paco Plaza o una encrucijada de venganzas.



Un defectuoso guion no impide una realización briosa y efectiva: un thriller con excelentes secuencias y actuaciones veraces. 

 

Título original: Quien a hierro mata

Año: 2019

Duración: 107 min.

País: España

Dirección: Paco Plaza

Guion: Juan Galiñanes, Jorge Guerricaechevarría

Música: Maika Makovski

Fotografía: Pablo Rosso

Reparto: Luis Tosar, Xan Cejudo, Enric Auquer, Ismael Martínez, María Vázquez, Dani Currás, Pablo Guisa Koestinger, Marcos Javier Fernández Eimil, María Luisa Mayol, Víctor Duplá, Alberto Abuín.

 

         Mi Conjunta vio la escena de la encerrona de los chinos a los gallegos, antes de que siguiéramos con la serie que compartimos, El método Kominsky, de Chuck Lorre, y le pareció que era una película usamericana… Ello es indicio fiable de que la película, por la parte de la espectacularidad de la acción, se acerca a modelos foráneos que determinan, para regulín regulón, el estándar de thriller de acción al que asimilarse. Por suerte, luego hay una visión local de lo que es el narcotráfico en las Rías gallegas y un proceso psicológico de un enfermero que ha perdido a su hermano drogadicto en los peores años del imperio de las drogas en Galicia, lo que le supuso un trauma y un deseo instintivo de venganza cuya realización solo podrá darse cuando en la residencia geriátrica en la que trabaja es ingresado, por orden judicial, un capo del narcotráfico prácticamente desahuciado. El capo, en vez de volver a su casa, escoge ser internado en la residencia, y en cuanto se conoce a los hijos que intentan seguir el negocio del padre sin la autoridad intrínseca de este se comprende perfectamente el porqué de su decisión.

         Vaya por delante que esos dos psicópatas descerebrados e incapaces, a quienes los chinos engañan como a gallegos, si se me permite la inversión del dicho, son una de las grandes bazas de la película; pero no es menos cierto que la actuación del hermano mayor obedece a un estrepitoso fallo de guion que permite alimentar los sucesos por venir, cuya realización es impecable y consigue que demos por buenas las muchas incongruencias de dicho guion, aunque tanto va el cántaro a la fuente que… No todo lo permite el efectismo de muchas secuencias muy logradas, y quizás hubiera debido el director someter el guion a la prueba de la máquina de la verdad parta detectar todas esas congruencias que logran afear una película que, de otro modo, hubiera sido uno de los grandes hitos del cine psicológico y de acción, como lo fue, en su día Celda 211, de Daniel Monzón.

         Que Tosar ande por medio no es de extrañar, porque se trata de una personalidad retorcida (por el dolor y la humillación) y cuya venganza acabará entrando en un juego cruzado de ellas que se llevará por delante su vida del mismo modo que se la llevó cuando era joven y perdió a su hermano. Esos flashbacks con imágenes distorsionadas, como de viaje alucinógeno, forman más parte del presente del personaje que el nacimiento de su propio hijo, lo cual dice mucho de la personalidad neurótica del personaje, abducido por la sed de venganza como si de un western se tratase. Lo que sucede es que Tosar tiene unos primeros planos tan anfractuosos, espeluznantes y expresionistas que son un regalo para el espectador, aunque este tenga que disculpar ciertas imprevisiones y ciertas incapacidades que no parecen muy congruentes con esa determinación vengativa. Así mismo, la presencia de Xan Cejudo en su último papel en la pantalla, porque murió poco después de acabada la película, lo que concede a su interpretación un macabro viso de verosimilitud que no merece, porque, renegando de los hijos como lo hace, resulta casi imposible identificarse con el afán vengativo del enfermero en vez de con su resignación ante la muerte, buscada lejos de su propia familia. Su papel, difícil y complejo, lo resolvió de una manera admirable.

         Pero quien se lleva la palma, a pesar de su innegable sobreactuación, es quien fuera galardonado como actor revelación en los Goya, Enric Auquer, que compone un psicópata de manual, mucho más pasado de vueltas que su propio hermano, con quien se embarca en un negocio que acaba como el rosario de la aurora. En ese cruce entre la historia del alijo y los dineros perdidos, y la inquina de los colombianos ganada, lo que permitirá unas escalofriantes imágenes ultrarrealistas en la cárcel, la película va permitiéndose un ritmo in crescendo que, lastimosamente, se ve torpedeado por olvidos de guion tan flagrantes como el del asesinato de un enfermero al que nadie echa de menos, por ejemplo, y a quien los narcos buscan para facilitar el regreso del padre a la casa, donde poder «convencerlo», ¡váyase a saber con qué métodos!, porque los dos hijos son dos asesinos sin paliativos.

         Quien a hierro mata ya lleva en el título el desenlace, por lo que me voy a permitir una ligerísima licencia arruina finales, pero la escena en contrapunto, estilo El Padrino, lo merece. El hijo menor es asesinado coreográficamente en el patio de la cárcel, al estilo de la conjura contra Julio César. Una sábana sobre él, como un sudario, permite que «los colombianos» estafados lo cosan a puñaladas, mientras que, al mismo tiempo, Antonio, el enfermero vengador, entra en su casa y el visillo de la ventana le cubre la cara, como la sábana cubría al narco, poco antes de descubrir que…

         Ha de saberse que el narco, respondiendo a los cuidados casi maternales que le dedica Antonio, ha cambiado su testamento para declarar heredero legal de sus bienes al hijo que tenga el enfermero, dejando a los suyos solo la legítima, lo que dispara, ya se puede imaginar, la espiral de las venganzas.

         La suprema ironía de premiar al propio asesino de uno, estando incapacitado para hablar y comunicarse cuando el enfermero le revela quién es y cuál es su misión, añade a la película un giro desconcertante que pone de relieve la compleja moralidad de las acciones de todos los protagonistas.

         Reconozco que la película, hechas todas las salvedades de credibilidad que el guion nos exige, que no son pocas, porque el hermano mayor se mueve con total, libertad mientras que su hermano está en la cárcel, como si no estuviera claro que contra él hubiera de haberse expedido una orden de busca y captura, se sigue con el morbo de los más bajos instintos, aquellos que apelan a tomarse la justicia por la propia mano, una variedad individual de la ley de Lynch, aunque en ese proceso, como no se ignora, acaben pagando justos por pecadores…

        

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