Un ejercicio de estilo de Aldrich con un homenaje a Dan Duryea, un tough gay clásico del cine negro.
Título original: World for Ransom
Año: 1954
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Aldrich
Guion: Lindsay Hardy, Hugo Butler
Música: Frank De Vol
Fotografía: Joseph F. Biroc
(B&W)
Reparto: Dan Duryea, Gene Lockhart, Patric Knowles, Reginald Denny,
Nigel Bruce, Marian Carr, Arthur Shields, Douglass Dumbrille, Carmen D'Antonio,
Keye Luke, Clarence Lung, Lou Nova.
Aprovechando el éxito de una
serie de televisión de mucho éxito dos años antes, China Smith, Robert Aldrich
accedió a rodar una película con el mismo personaje y los mismos escenarios, un
exótico Singapur en el que se «cuecen», tras los tensos años bélicos de la
Guerra de Corea, asuntos turbios que incluyen el secuestro de científicos y el
acceso a los secretos de las bombas de hidrógeno como «arma definitiva» de dominación
global. Así las cosas, un detective privado es contratado por la cantante de un
cabaret para que investigue a su marido, porque tiene la impresión de que anda
metido en asuntos nada limpios y teme por que le pueda ocurrir algo
irreparable. No tardamos en saber que la mujer estuvo enamorada del detective,
que su marido se la «robó», que el detective bañó en alcohol sus penas y que no
ha perdido ni su sagacidad para las pesquisas ni su atractivo para la mujer, quien
mantiene con él una calculada estrategia de atracción y jarros de agua fría,
porque solo si a su marido le hubiera pasado algo irremediable ella estaría
dispuesta a volver con él.
La película, ya digo, está inspirada en
la serie y recoge de esta los dos protagonistas centrales, el ambiente y una
puesta en escena que usa, al parecer los mismos decorados de la propia serie,
aunque la abundante penumbra de las escenas en esos exteriores de Singapur
estiliza estos para ajustarlos a la mejor tradición del noir, un género
en el que, un año después, Aldrich realizará una obra maestra: El beso
mortal. Si unimos a ese ambiente saturado de humo, tinieblas y sombras escurridizas
la aparición de personajes como el mafioso chino que «doblega» violentamente al
protagonista, el indómito usamericano de origen irlandés Mike Callahan para
ponerlo a su servicio; un gobernador
inglés encarnado por Nigel Bruce, quien con esta película se despedía del mundo
del cine, al que tanto había contribuido, en parte como el inmortal Watson,
junto a Basil Rathbone, el Holmes por excelencia, o la presencia de Arthur
Shields, el hermano pequeño del icono fordiano Barry Fitzgerald, nos vamos percatando
de que Aldrich es capaz de levantar una película de relativamente bajo
presupuesto para dotarla de una dignidad mínima que perite verla incluso con
deleite, porque la sola presencia de Duryea, que domina toda la película, basta
para ello. Hay una suerte de estudio anatómico del rostro del actor que nos
depara unos planos que satisfarían la vanidad fotogénica de cualquiera.
Como obra en la que se mezclan los asuntos
internacionales, el espionaje y las relaciones amorosas, con números musicales
en cabarets exóticos, no puede quedar fuera de ello la acción pura y dura del
investigador en colaboración insólito con un militar inglés con quien congenia
para tratar de liberar al científico que mantiene secuestrado la banda de malhechores
cuyo jefe se hospeda, abiertamente, en el mejor hotel de la ciudad, a la espera
de que el gobierno británico le pague cinco millones de libras para devolverle
al científico.
Una vez que Callahan logra escapar de
la inminente detención de que es objeto, por considerársele sospechoso de la muerte
de un fotógrafo que suele trabajar para él, se inicia esa fase final de la acción
que, hechas todas las salvedades de rigor en estos casos (es decir, lo
infinitamente tontos y torpes que son los secuestradores y la facilidad con la
que los «buenos» consiguen sus objetivos), se ha de decir que cumple con las expectativas a las que la película
nos abocaba. Como en ese final de espías se mezcla también la resolución del triángulo
amoroso que vertebra la película, bien estará que sean los espectadores quienes
juzguen si, efectivamente, está a la altura o no de las expectativas que a
ellos les haya suscitado el desarrollo de la historia. Yo anticipo, eso sí, que
he quedado complacido. No me cabe duda de que Aldrich aceptó el encargo para ir
perfilando unas maneras de rodar que le permitieran abordar obras de mayor envergadura,
como El beso mortal. Hay, incluso, tomas originales que, años después, serán calcadas
milimétricamente en películas como Autumn Leaves, por ejemplo. Aquí, en World
for Ransom, Aldrich consiguió «trabajar» muy eficazmente la creación de atmósferas,
con unos resultados inmejorables, teniendo en cuenta, además, la poca ambición
inicial del proyecto, pensada como un mero lucimiento interpretativo para un
actor entonces en su mejor momento y que no defrauda, a pesar de su notorio envejecimiento,
lo más mínimo. El tough gay del cine negro de siempre, revalida aquí,
con creces, su cetro, aunque con un toque imprevisto de ternura que lo humaniza
singularmente.
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