martes, 25 de octubre de 2022

«Smile», de Parker Finn, o el terror de «susto» y poco más…

 

Confundir el cine de terror con los golpes de efecto amerita mediocridad narrativa… Un cine de «terror» para adolescentes…

 

Título original: Smile

Año: 2022

Duración: 115 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Parker Finn

Guion: Parker Finn

Música: Cristobal Tapia de Veer

Fotografía: Charlie Sarroff

Reparto: Sosie Bacon, Jessie T. Usher, Kyle Gallner, Caitlin Stasey, Kal Penn, Rob Morgan, Judy Reyes, Gillian Zinser, Kevin Keppy, Scot Teller, Nick Arapoglou, Sara Kapner, Setty Brosevelt, Jerry Lobrow, Perry Strong, Vanessa Cozart, Shevy Berkovits Gutierrez.

 

         Por azares que no vienen al caso vimos, mi Conjunta y yo, esta película en un cine de Calatayud, en parte porque estaba de la mano de Azar que lo hiciéramos para, a la salida, al pasar por la Colegiata, poder asistir a un concierto, gracias al cual la pudimos visitar, pues apenas hay días en que tal cosa pueda hacerse. La Colegiata, ¡fantástica! Smile, una decepción profunda más en este género de terror que parece haber perdido el oremus desde el advenimiento de Viernes 13 y Freddy Krueger, entre otras; pero no es el momento de sintetizar aquí la historia de un género en el que bien podrían entrar obras maestras como Repulsión, de Roman Polansky, desde luego, sino de advertir que los sustos, el uso de la música como instrumento privilegiado para crear tensión, etc, no justifican la adscripción al género, o lo hacen, en todo caso, como una posible serie B. El cine estaba lleno de adolescentes, y la acomodadora, como si regentara un colegio, hubo de emplearse a fondo para atajar sus inocentes desmanes...

         El estreno en la dirección de Parker Finn, así pues, no ha sido muy brillante, a mi juicio, pero en la película hay algunos planteamientos que nos indican que podía haber sido «otra cosa» muy distinta, porque la figura de la psiquiatra de urgencias que ha de lidiar con casos extremos en muy pocos minutos, y de cuya decisión incluso puede depender conservar o no la vida de los pacientes daba de sí no poco para captar y mantener la atención de los espectadores. Derivar, como hace, hacia las teorías de las conjuras, las cadenas paranormales de posesión y, finalmente, la explicitud de lo maligno en modo alguno contribuye a dotar ala película de la credibilidad que, en otros momentos, se había logrado, como en el enfrentamiento entre ambas hermanas acerca de la responsabilidad de cada cual en el suicidio de la madre, un hecho determinante de la trama y que se nos muestra desde el inicio de la película, o el enfrentamiento entre la pareja que convive antes de plantearse un próximo matrimonio.

         La trama se inicia a partir del suicidio de una paciente en la consulta de urgencias de un hospital, un hecho cometido ante la impasible y aterrorizada doctora a la que no deja de extrañarle la sonrisa con que la joven ingresada lleva a cabo su propia degollación. A partir de ese momento, y sin duda traumatizada por lo que ha visto, decide «escarbar» en el pasado de la joven, gracias a la ayuda del policía con quien estaba comprometida y a quien abandonó para iniciar una nueva vida. Coinciden, de nuevo, cuando él ha de interesarse, como policía, por las circunstancias del suceso, si bien ella no recurre a él hasta que su percepción de la realidad comienza a alterarse y se siente en peligro, amenazada no sabe exactamente por qué o por quién. De hecho, asistimos a un proceso de posesión que la propia doctora contempla entre perpleja y necesitada de saber todos los extremos de lo que está ocurriendo, porque hay una «cadena» de suicidios cuyos eslabones han muerto todos con la mueca de la sonrisa impresa en la cara.

         En esta película, como en cualquier otra en la que el terror se vehicula a través de lo inesperado, en forma de sustos, violentos movimientos de cámara, lentas aproximaciones de esta o el uso de la música que nos va preparando para lo esperado y, al mismo tiempo, inesperado, porque lo propio del género es sorprender al espectador con lo que menos imagina, hay un detalle que no puede pasar desapercibido al espectador, por zote que sea: la insistencia de la protagonista en repetir por activa y por pasiva que no está «loca» cuando todos sus actos indican justo lo contrario, y a ello se añade  la total  impasibilidad de los colegas y de su novio, que no aciertan a internarla para ser ayudada con las propias armas de la psiquiatría y/o el psicoanálisis. Reconozco, eso sí, que una técnica empleada en la trama: la presencia ante ella de la persona con quien habla por teléfono tiene la virtud de generar un estupendo desasosiego en el espectador. Pongamos por caso cuando recibe la visita de su psiquiatra y, tras descolgar el teléfono para responder a la llamada entrante, se da cuenta de que le está hablando al otro lado de la línea quien tiene delante, en cuya faz se dibuja una sonrisa que es preludio de «lo peor».

         Ignoro por qué la película ha derivado hacia modelos tan estandarizados del género, como la cabaña aislada donde ella se negó a ayudar a su madre para que le hicieran un lavad de estómago que la salvara, una decisión tan liberadora en su momento como esclavizadora en la vida adulta, porque jamás ha podido desprenderse de aquella culpa que ha dirigido, desde los cimientos, la construcción de su biografía.

         Aunque a ciertos críticos ni les ha convencido la actuación de Sosie Bacon, hija del actor Kevin Bacon, se ha de reconocer el considerable esfuerzo de la actriz por dotar de credibilidad la angustia del personaje, muy acertado en el proceso de desequilibrio que sufre, aunque cargue las tintas en exceso y tenga extraños momentos de lucidez que no se compadecen con el proceso de enajenación que está viviendo. En su conjunto, los recursos extranarrativos de que se vale el director para generar los sustos bien pudieran haber servido para otra cosa bien distinta si hubiera profundizado más en el «caso clínico» de la protagonista y, entonces sí, hubiera tenido total sentido el miedo de su pareja a saber con quién está conviviendo, porque el temor a la locura de ella por parte de él queda totalmente inexplorado, y es, sin embargo, una veta narrativa de indiscutible interés, porque la marginación que sufren los enfermos mentales es uno de los actuales problemas sociales que exigen una solución.

         A pesar de que, en resumen, resulta más efectista que especial, lamento mucho que el director haya desperdiciado tan buenos mimbres como tenía entre manos si no hubiera tenido que «perderse» por esas conjuras de medio pelo y por un final tan barroco como desperdiciado… Recuerden los espectadores que siempre tienen la opción de ver El hombre que ríe, de Paul Leni…

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