Título original: The Flame
Año: 1947
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John H. Auer
Guion: Lawrence Kimble. Relato: Robert T. Shannon
Música: Heinz Roemheld
Fotografía: Reggie Lanning (B&W)
Reparto: John Carroll, Vera Ralston, Robert Paige, Broderick Crawford, Henry Travers, Blanche Yurka, Constance Dowling, Hattie McDaniel, Victor Sen Yung, Harry Cheshire,
John Miljan, Gary Owens, Eddie Dunn, Jeff Corey.
Título original: City That Never Sleeps
Año: 1953
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John H. Auer
Guion: Steve Fisher
Música: R. Dale Butts
Fotografía: John L. Russell (B&W)
Reparto: Gig Young, Mala Powers, William Talman, Edward Arnold, Chill Wills, Marie Windsor, Paula Raymond, Otto Hulett, Wally Cassell, Ron Hagerthy, James Andelin, Tom Poston, Bunny Kacher, Philip L. Boddy, Thomas Jones.
Título original: Hell's Half Acre
Año: 1954
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John H. Auer
Guion: Steve Fisher
Música: R. Dale Butts
Fotografía: John L. Russell (B&W)
Reparto: Wendell Corey, Evelyn Keyes, Elsa Lanchester, Marie Windsor, Nancy Gates, Leonard Strong, Jesse White, Keye Luke, Robert Shield, Philip Ahn.
Los sólidos mimbres del cine negro popular de excelente serie B: más allá de los estereotipos y más acá, ¡ay!, de los «clásicos».
A esa suerte hemos de añadir la posibilidad de explorar el lenguaje
cinematográfico propio del thriller y el placer de recrearnos en cierta sintaxis
sin la cual es imposible la adscripción genérica. Tomemos como ejemplo el
arranque de The Flame: los pasos nocturnos de un sujeto con gabardina y
sombrero que se dirige a un edificio de oficinas que atraviesa para llamar a la
puerta de un local y abrir fuego contra el inquilino del mismo, quien, al darse
el ejecutor la vuelta, aún tiene arrestos para disparar desde el suelo y
herirlo mortalmente, aunque eso lo sabremos cuando lleguemos al final de la
historia, lo que no impide que cierre la puerta y continúe andando hasta llegar
a su casa, donde será detenido por la policía. Un flash back nos va a
llevar al origen de la historia: un arruinado hijo de una familia adinerada
urde un plan para casar a su amante con su hermanastro y heredar su fortuna a
la muerte de él. Todo discurre con teórica normalidad hasta que ella se deja
seducir por la bondad intrínseca del hermanastro y la ternura y el afecto
verdadero hacen mella en su complicidad con el antiguo amante. Todo ello, en
una mansión que corona un acantilado desde donde se toman planos soberbios de
la playa, el mar, el acantilado y la luna. ¿Cómo se complica la historia? Muy sencillo,
con la irrupción en escena de un maduro mafiosillo, un impecable Broderick
Crawford, que se huele que hay un gatazo encerrado en las cautelas que observa
la amante para ir a visitarlo. Añadamos una cantante de cabaret que tiene el protagonista
por vecina, amiga a su vez del chantajista Crawford, y todo se enreda en una
trama de celos, soberbia, chantaje y venganza cuyo final no es difícil
adivinar, pero cuyo recorrido se hace con gusto. Que el hermanastro sea un
aficionado al órgano, que suele tocar para relajarse en el inmenso caserón, le
da un toque gótico a la historia que adquiere mayor densidad por la rivalidad
entre la amante y la tía del hermanastro, quien sospecha de ella desde el mismísimo
momento en que él la instala a su lado, antes de proponerle el matrimonio que
ella acepta, primero estratégicamente, después, con total convicción. El drama
consiste en que el hermano está, también, enamorado de su compinche, y esa pasión,
al final irrefrenable e inútil, acaba devorándolo, lo que ocurre en una
memorable conversación con Charlie, su valet chino. Salvo Crawford, en
un papel testimonial, pero que le da un empaque y una solidez a la cinta muy
notables, el trío amoroso son secundarios que tienen, en cintas de esta serie B
mayúscula, su momento de gloria: John Carroll, Vera Ralston, Robert Paige. De Vera Ralston, hallo en la Wikipedia una deliciosa anécdota: As a
figure skater, she competed at the 1936 Winter Olympics, where she placed 17th.
During the games, she personally met and reportedly insulted Adolf Hitler.[Hitler
asked her if she would like «to skate for the swastika». As she later boasted, «I looked him right in
the eye, and said that I'd rather skate on the swastika. The Führer was furious».
En City that never sleeps, que también se inicia de noche, la
ciudad se persosnifica y, en primera persona, como voz en off, nos habla de lo
que sucede en sus entrañas, las historias que continuamente se desarrollan en
ella, y escoge la de un policía de muy buena planta, Gig Young, a quien todos
los espectadores recuerdan, con algunos años más, por su papel en Danzad,
danzad, malditos, de Ssydney Pollack, que le valiço un Oscar; un policía,
decía, que, amante de una veterana actriz de cabaret barato, está deseando
abandonar su profesión y hacer dinero de verdad, no la miseria del sueldo que
cobra. El título diríase, por el conocimiento común que tenemos de él, que
alude a Nueva York, pero aquí la ciudad es Chicago, si bien una canción
posterior se apropió de la expresión para adjudicársela a la Big Apple. El
ambiente del cabaret, de las bambalinas y los camerinos, propiamente, la
aparición del hombre mecánico en una vitrina expuesto al público, quien no sabe
distinguir si es real o mecánico, y que tendrá un papel determinante en una
parte del desenlace de la película, está fotografiado con un juego de
claroscuros que conceden a la película un estatus bien definido en el ámbito
del género policiaco. La presencia de un peso pesado secundario como Edward
Arnold en el papel de un mafioso que quiere conseguir que el policía trabaje
para él rescatando unos papeles comprometidos que ha de robar de la caja fuerte
de una empresa, redondea la apuesta del director por conseguir una película con
garantías de serie A, aunque, por producción, esta triada ha de encuadrarse entre
lo mejor de la serie B. ¿Qué la caracteriza? Algo definitivo: los personajes no
son estereotipos, sino encarnaciones de pasiones humanas elementales y perversas,
a uno y otro lado de la legalidad. La trama, sin embargo, parece orquestarse para
conseguir la redención del policía harto de serlo, y ahí entra en juego una
perspectiva fabulosa sobre la que me abstengo de relatar nada. Doy a entender
que la corrección política tiene algo que ver, pero recuerden la fecha de la
película y que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo que no falta en la
película es un buen repertorio de persecuciones policiales ya sea en tren, ya
sea a pie, ya sea por la ciudad, ya por el tendido férreo. La puesta en escena
de esas huidas, espacios tan habituales para ellas como los almacenes vacíos,
las estaciones, las azoteas, etc., nos permite ver secuencias de acción muy
logradas, algo muy importante para un thriller, por supuesto. Pero tampoco
perdemos de vista la creciente tensión psicológica que ha de obligar al policía
a «tomar partido». Ni siquiera la amante
de Arnold, quien organiza con un rival de su amante el chantaje que le
hace tras haber conseguido los papeles
que lo comprometen, se queda en mero estereotipo, porque la muerte del viejo
mafioso la lleva a denunciar al amante, quien, tras conseguir huir de la policía,
un punto rocambolescamente, no duda en pasarle factura en un sórdido callejón
aledaño al cabaret. Scorsese tenía en alta estima esta película, y quizá ello
se deba al excelente nervio narrativo con que está narrada y a la aparición de
una dimensión, llamémosle capriana, de Frank Capra, que nos permite rememorar
la película desde una perspectiva muy diferente de con la que la hemos seguido,
casi sin respirar…
Hell’s Hall Acre, cuyo título alude a uno de los
barrios degradados de Honolulu tiene el mérito de haber sido uno de los
primeros thrillers, si no el primero, rodado en Hawai, lo que, inevitablemente,
suponía la inclusión de escenas folclóricas que, en todo caso, no entorpecen el
desarrollo de una trama algo confusa y con algunos elementos, como la amnesia
del protagonista, que no acaban de tener una explicación clara, lo cual no
impide que la búsqueda del criminal de su pareja hawaiana se convierta en una película
de persecución que tiene, contra todo pronóstico, un final sorprendente. Un
ídolo de la música en Hawai se ofrece a la policía como responsable de la
muerte de un chantajista que pretendía aprovecharse de la novia del cantante.
Aclaremos que el protagonista es un secundario habitual, Wendell Corey, escalofriante
en El asesino anda suelto, de Budd Boetticher y protagonista en El
caso de Thelma Jordon, de Robert Siodmak, rol que también desempeña aquí
con esa variante amnésica y un rostro desfigurado que genera una ambigüedad
total en quien oye una estrofa de una canción y recuerda la dedicatoria, con idénticas
palabras, del marido que fue a batallar al pacífico en 1941, que nunca volvió y
al que las autoridades dieron por desaparecido en combate. La huida del cantante, quien se refugia en
los barrios peligrosos de la ciudad, no es algo que preocupe a la policía,
porque, siendo amigo del comisario que investiga el caso de las dos muertes, la
del mafioso y la de la novia del compositor, sabe que el único objetivo del músico
es ajustar cuentas con el asesino de su amada. La presencia en Honolulu de
quien cree haber descubierto a su marido, pues es idéntico a la foto que ella
guarda de él, un papel desempañado por Evelyn Keyes con una elegancia y un
saber hacer extraordinarios, añade una nueva perspectiva a la trama. Que Elsa
Lanchester, la inolvidable novia de Frankenstein, tenga un papel de taxista que
recuerda el que muchos años más tarde haría Winona Ryder en Noche en la
Tierra, de Jim Jarmusch, añade un extra considerable de interés a la
historia, porque cae fuera de todos los esquemas imaginables para tan notable
actriz, esposa inseparable de Charles Laughton, con quien compartió laureles en
Testigo de cargo, de Billy Wilder. Que la película derive la acción a
los barrios bajos de Honolulu es otro de los factores que perite, en ese
entramado de callejuelas en sombras, crear una atmósfera del mejor cine negro.
Las actuaciones ajustadas del inspector jefe hawaiano Keye Luke, el posteriormente
famoso maestro Po de la serie Kung Fu, y el «malvado» Phillip Ahn, también de
relevante carrera posterior, redondean la tensa atmósfera de engaños,
traiciones y trampas urdidas con relativa efectividad por la policía y el músico.
Por fuerza ha de sorprendernos el primer final; pero no el segundo y definitivo.
La película tiene suficientes atractivos como para seguirla con interés, a
pesar de algunos puntos flojos del guion que salvan actores y actrices con
enorme solvencia. Muy curiosa.
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