lunes, 3 de octubre de 2022

«The Flame», «City that never sleeps» y «Hell’s Half Acre», de John H. Auer, un ilustre desconocido, pero muy valorado por Scorsese.


  

Título original: The Flame

Año: 1947

Duración: 97 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John H. Auer

Guion: Lawrence Kimble. Relato: Robert T. Shannon

Música: Heinz Roemheld

Fotografía: Reggie Lanning (B&W)

Reparto: John Carroll, Vera Ralston, Robert Paige, Broderick Crawford, Henry Travers, Blanche Yurka, Constance Dowling, Hattie McDaniel, Victor Sen Yung, Harry Cheshire,
John Miljan, Gary Owens, Eddie Dunn, Jeff Corey
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Título original: City That Never Sleeps

Año: 1953

Duración: 90 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John H. Auer

Guion: Steve Fisher

Música: R. Dale Butts

Fotografía: John L. Russell (B&W)

Reparto:  Gig Young, Mala Powers, William Talman, Edward Arnold, Chill Wills, Marie Windsor, Paula Raymond, Otto Hulett, Wally Cassell, Ron Hagerthy, James Andelin, Tom Poston, Bunny Kacher, Philip L. Boddy, Thomas Jones.


Título original: Hell's Half Acre

Año: 1954

Duración: 90 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: John H. Auer

Guion: Steve Fisher

Música: R. Dale Butts

Fotografía: John L. Russell (B&W)

Reparto: Wendell Corey, Evelyn Keyes, Elsa Lanchester, Marie Windsor, Nancy Gates, Leonard Strong, Jesse White, Keye Luke, Robert Shield, Philip Ahn.

 

Los sólidos mimbres  del cine negro popular de excelente serie B: más allá de los estereotipos y más acá, ¡ay!, de los «clásicos».

La afición al cine tiene unas extrañas recompensas, porque, cuando no se tienen prejuicios a la hora de enfrentarse a cualquier película de la que se ignora todo, el crítico puede descubrir sorpresas tan agradables como esta tríada de thrillers, cada uno de los cuales tiene más virtudes que defectos y, si se da el caso de que a los mandos de la imagen final de dos de ellos esté un director de fotografía como John L. Russell, responsable de dos obras emblemáticas, Macbeth, de Orson Welles y Psicosis, de Alfred Hitchcock, las posibilidades de disfrutar de la aventura se multiplican exponencialmente.

A esa suerte hemos de añadir la posibilidad de explorar el lenguaje cinematográfico propio del thriller y el placer de recrearnos en cierta sintaxis sin la cual es imposible la adscripción genérica. Tomemos como ejemplo el arranque de The Flame: los pasos nocturnos de un sujeto con gabardina y sombrero que se dirige a un edificio de oficinas que atraviesa para llamar a la puerta de un local y abrir fuego contra el inquilino del mismo, quien, al darse el ejecutor la vuelta, aún tiene arrestos para disparar desde el suelo y herirlo mortalmente, aunque eso lo sabremos cuando lleguemos al final de la historia, lo que no impide que cierre la puerta y continúe andando hasta llegar a su casa, donde será detenido por la policía. Un flash back nos va a llevar al origen de la historia: un arruinado hijo de una familia adinerada urde un plan para casar a su amante con su hermanastro y heredar su fortuna a la muerte de él. Todo discurre con teórica normalidad hasta que ella se deja seducir por la bondad intrínseca del hermanastro y la ternura y el afecto verdadero hacen mella en su complicidad con el antiguo amante. Todo ello, en una mansión que corona un acantilado desde donde se toman planos soberbios de la playa, el mar, el acantilado y la luna. ¿Cómo se complica la historia? Muy sencillo, con la irrupción en escena de un maduro mafiosillo, un impecable Broderick Crawford, que se huele que hay un gatazo encerrado en las cautelas que observa la amante para ir a visitarlo. Añadamos una cantante de cabaret que tiene el protagonista por vecina, amiga a su vez del chantajista Crawford, y todo se enreda en una trama de celos, soberbia, chantaje y venganza cuyo final no es difícil adivinar, pero cuyo recorrido se hace con gusto. Que el hermanastro sea un aficionado al órgano, que suele tocar para relajarse en el inmenso caserón, le da un toque gótico a la historia que adquiere mayor densidad por la rivalidad entre la amante y la tía del hermanastro, quien sospecha de ella desde el mismísimo momento en que él la instala a su lado, antes de proponerle el matrimonio que ella acepta, primero estratégicamente, después, con total convicción. El drama consiste en que el hermano está, también, enamorado de su compinche, y esa pasión, al final irrefrenable e inútil, acaba devorándolo, lo que ocurre en una memorable conversación con Charlie, su valet chino. Salvo Crawford, en un papel testimonial, pero que le da un empaque y una solidez a la cinta muy notables, el trío amoroso son secundarios que tienen, en cintas de esta serie B mayúscula, su momento de gloria: John Carroll, Vera Ralston, Robert Paige. De Vera Ralston, hallo en  la Wikipedia una deliciosa anécdota: As a figure skater, she competed at the 1936 Winter Olympics, where she placed 17th. During the games, she personally met and reportedly insulted Adolf Hitler.[Hitler asked her if she would like «to skate for the swastika».  As she later boasted, «I looked him right in the eye, and said that I'd rather skate on the swastika. The Führer was furious».

En City that never sleeps, que también se inicia de noche, la ciudad se persosnifica y, en primera persona, como voz en off, nos habla de lo que sucede en sus entrañas, las historias que continuamente se desarrollan en ella, y escoge la de un policía de muy buena planta, Gig Young, a quien todos los espectadores recuerdan, con algunos años más, por su papel en Danzad, danzad, malditos, de Ssydney Pollack, que le valiço un Oscar; un policía, decía, que, amante de una veterana actriz de cabaret barato, está deseando abandonar su profesión y hacer dinero de verdad, no la miseria del sueldo que cobra. El título diríase, por el conocimiento común que tenemos de él, que alude a Nueva York, pero aquí la ciudad es Chicago, si bien una canción posterior se apropió de la expresión para adjudicársela a la Big Apple. El ambiente del cabaret, de las bambalinas y los camerinos, propiamente, la aparición del hombre mecánico en una vitrina expuesto al público, quien no sabe distinguir si es real o mecánico, y que tendrá un papel determinante en una parte del desenlace de la película, está fotografiado con un juego de claroscuros que conceden a la película un estatus bien definido en el ámbito del género policiaco. La presencia de un peso pesado secundario como Edward Arnold en el papel de un mafioso que quiere conseguir que el policía trabaje para él rescatando unos papeles comprometidos que ha de robar de la caja fuerte de una empresa, redondea la apuesta del director por conseguir una película con garantías de serie A, aunque, por producción, esta triada ha de encuadrarse entre lo mejor de la serie B. ¿Qué la caracteriza? Algo definitivo: los personajes no son estereotipos, sino encarnaciones de pasiones humanas elementales y perversas, a uno y otro lado de la legalidad. La trama, sin embargo, parece orquestarse para conseguir la redención del policía harto de serlo, y ahí entra en juego una perspectiva fabulosa sobre la que me abstengo de relatar nada. Doy a entender que la corrección política tiene algo que ver, pero recuerden la fecha de la película y que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo que no falta en la película es un buen repertorio de persecuciones policiales ya sea en tren, ya sea a pie, ya sea por la ciudad, ya por el tendido férreo. La puesta en escena de esas huidas, espacios tan habituales para ellas como los almacenes vacíos, las estaciones, las azoteas, etc., nos permite ver secuencias de acción muy logradas, algo muy importante para un thriller, por supuesto. Pero tampoco perdemos de vista la creciente tensión psicológica que ha de obligar al policía a «tomar partido». Ni siquiera  la amante de Arnold, quien organiza con un rival de su amante el chantaje que le hace  tras haber conseguido los papeles que lo comprometen, se queda en mero estereotipo, porque la muerte del viejo mafioso la lleva a denunciar al amante, quien, tras conseguir huir de la policía, un punto rocambolescamente, no duda en pasarle factura en un sórdido callejón aledaño al cabaret. Scorsese tenía en alta estima esta película, y quizá ello se deba al excelente nervio narrativo con que está narrada y a la aparición de una dimensión, llamémosle capriana, de Frank Capra, que nos permite rememorar la película desde una perspectiva muy diferente de con la que la hemos seguido, casi sin respirar…

Hell’s Hall Acre, cuyo título alude a uno de los barrios degradados de Honolulu tiene el mérito de haber sido uno de los primeros thrillers, si no el primero, rodado en Hawai, lo que, inevitablemente, suponía la inclusión de escenas folclóricas que, en todo caso, no entorpecen el desarrollo de una trama algo confusa y con algunos elementos, como la amnesia del protagonista, que no acaban de tener una explicación clara, lo cual no impide que la búsqueda del criminal de su pareja hawaiana se convierta en una película de persecución que tiene, contra todo pronóstico, un final sorprendente. Un ídolo de la música en Hawai se ofrece a la policía como responsable de la muerte de un chantajista que pretendía aprovecharse de la novia del cantante. Aclaremos que el protagonista es un secundario habitual, Wendell Corey, escalofriante en El asesino anda suelto, de Budd Boetticher y protagonista en El caso de Thelma Jordon, de Robert Siodmak, rol que también desempeña aquí con esa variante amnésica y un rostro desfigurado que genera una ambigüedad total en quien oye una estrofa de una canción y recuerda la dedicatoria, con idénticas palabras, del marido que fue a batallar al pacífico en 1941, que nunca volvió y al que las autoridades dieron por desaparecido en combate.  La huida del cantante, quien se refugia en los barrios peligrosos de la ciudad, no es algo que preocupe a la policía, porque, siendo amigo del comisario que investiga el caso de las dos muertes, la del mafioso y la de la novia del compositor, sabe que el único objetivo del músico es ajustar cuentas con el asesino de su amada. La presencia en Honolulu de quien cree haber descubierto a su marido, pues es idéntico a la foto que ella guarda de él, un papel desempañado por Evelyn Keyes con una elegancia y un saber hacer extraordinarios, añade una nueva perspectiva a la trama. Que Elsa Lanchester, la inolvidable novia de Frankenstein, tenga un papel de taxista que recuerda el que muchos años más tarde haría Winona Ryder en Noche en la Tierra, de Jim Jarmusch, añade un extra considerable de interés a la historia, porque cae fuera de todos los esquemas imaginables para tan notable actriz, esposa inseparable de Charles Laughton, con quien compartió laureles en Testigo de cargo, de Billy Wilder. Que la película derive la acción a los barrios bajos de Honolulu es otro de los factores que perite, en ese entramado de callejuelas en sombras, crear una atmósfera del mejor cine negro. Las actuaciones ajustadas del inspector jefe hawaiano Keye Luke, el posteriormente famoso maestro Po de la serie Kung Fu, y el «malvado» Phillip Ahn, también de relevante carrera posterior, redondean la tensa atmósfera de engaños, traiciones y trampas urdidas con relativa efectividad por la policía y el músico. Por fuerza ha de sorprendernos el primer final; pero no el segundo y definitivo. La película tiene suficientes atractivos como para seguirla con interés, a pesar de algunos puntos flojos del guion que salvan actores y actrices con enorme solvencia. Muy curiosa.

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