Título
original: La collectionneus
Año: 1967
Duración: 82 min.
País: Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música: Blossom Toes
Fotografía: Néstor Almendros
Reparto: Patrick Bauchau, Haydee Politoff, Daniel Pommereulle, Alain
Juffroy, Dennis Berry, Mijanou Bardot, Annik Morice
Título original: Le Beau Mariage
Año: 1982
Duración: 97 min.
País: Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música: Ronan Girre
Fotografía: Bernard Lutic
Reparto: Béatrice Romand, André Dussollier, Arielle Dombasle, Huguette Faget, Thamila Mezbah, Feodor Atkine.
Título original: Conte de printemps
Año: 1990
Duración: 112 min.
País: Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música: Ludwig van Beethoven
Fotografía: Luc Pages
Reparto: Anne Teyssedre, Florence Darel, Hugues Quester, Eloise Bennet.
Título original: Conte d'hiver
Año: 1992
Duración 114 min.
País: Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música: Sebastien Erms
Fotografía: Luc Pages
Reparto: Charlotte Vêry, Frédéric van den Driessche, Michel Voletti, Ava Loraschi, Rosette, Haydée Caillot, Christiane Desbois, Danièle Lebrun, Hervé Furic, Roger Dumas, Marie Rivière.
Título original: Conte d'été
Año: 1996
Duración: 113 min.
País: Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música: Philippe Eidel, Sebastien Erms
Fotografía: Diane Baratier
Reparto: Melvil Poupaud, Amanda Langlet, Aurélia Nolin, Gwenaëlle Simon, Aimé Lefèvre, Alain Guellaff, Evelyne Lahana, Yves Guérin, Franck Cabot.
Título original: Conte d'automne
Año: 1998
Duración: 111 min.
País: Francia Francia
Dirección: Éric Rohmer
Guion: Éric Rohmer
Música Claude Marti, Gérard Pansanel, Pierre Peyras, Antonello Salis
Fotografía: Diane Baratier
Reparto: Béatrice Romand, Marie Rivière, Didier Sandre, Alain Libolt, Alexia Portal, Stephane Darmon, Aurelia Alcais.
El mago del panta rei o la cámara transparente: la reflexión que no cesa y la vida, ¡ay!, que pasa…
Hacía tiempo que tenía ganas de “volver a Rohmer”, porque Rohmer es, propiamente, un espacio, más que un relato o una narración cinematográfica al uso de los tiempos. De hecho, muchas de sus películas, aun teniendo un trasfondo realista, en el que incluso puede haber alguna referencia histórica muy de pasada, parecen haber sido rodadas al margen de esa realidad que le nutre, como si los personajes que pululan —¡hay que ver lo que llegan a andar los personajes de Rohmer!— por ellas no tuvieran otro interés en la vida que las relaciones humanas, habitualmente amorosas, que se sobreponen a otros intereses legítimos, como el trabajo, la ambición, el éxito social, entre otros.
Al terminar de ver estas seis calas que aún no había visto de su ingente obra, me dio por pensar que suprimiendo los títulos de crédito de todas ellas, bien podrían empalmarse una tras otra —el orden sería la única participación creativa en semejante acto— con total naturalidad y, tenía para mí, sin que el espectador notara que había cambiado de personajes y escenarios. Una suerte de Comedia humana fílmica en la que incluso no faltan autoreferencias que permitirían poder entender así buena parte de la obra de Rohmer, si no toda. Pongamos por caso la segunda de ellas, La buena boda, protagonizada por un personaje literalmente «odioso» a fuer de irracional, y protagonizado por Beatrice Romand con un poder de convicción que consigue con suma facilidad el aborrecimiento del espectador. La trama es sencilla, una joven amante de un hombre casado decide separarse y, para cambiar totalmente de vida, casarse. Conoce al primo de su mejor amiga, una artesana, un abogado muy propiamente interpretado por un joven André Dussollier que, tras seguirle brevemente el juego a la amiga de su prima, abomina de ella cuando esta se empeña en querer «cazarlo» a toda costa, revelando toda la fragilidad de una joven desesperada y tan pertinaz en su objetivo que literalmente se ciega y es incapaz de ajustarse al principio de realidad. Recordemos que la película se abre con esta cita de La Fontaine: Quel esprit ne bat la campagne ? / Qui ne fait châteaux en Espagne ? (“Qué alma no recorre los campos / quién no hace castillos en el aire”). Esa característica de los personajes de Rohmer, querer «forzar» la realidad para adecuarla a los propios deseos o necesidades o expectativas aparece en otras películas. En estas seis, en Cuento de primavera, en el que una de las protagonistas, que odia la relación de su padre divorciado con una jovencita a quien detesta, se empeña en querer «liarlo» con una atractiva profesora de filosofía a quien ha conocido en una fiesta y a quien ha invitado a pasar unos días en su casa, un piso magnífico que solo habita ella, porque el padre viaja a menudo. También aparece en Cuento de otoño, en el que la futura nuera de una viticultora se empeña en buscarle pareja a su futura suegra, y no se le ocurre sino pensar en el profesor de filosofía con quien tuvo una relación intensa y con quien sigue manteniendo una buena amistad, para relativa y calmada desesperación de su actual «novio», a quien ella trata con la frialdad propia de la indiferencia. Añádase a ello que su mejor amiga ha tenido la misma idea y ha concertado, vía anuncio personal en la prensa, una cita con un ejecutivo maduro y elegante a quien engaña sobre sus propósitos hasta el último momento, lo que genera un tono de comedia muy logrado, por el saber hacer natural de ambos personajes, una característica que define todo el cine de Rohmer: todos sus actores y actrices están, al modo de Bresson, sacados de la vida misma y en ningún caso se diría de ellos que fueran actores y actrices profesionales. Lo de la Comedia humana lo decía porque, la madre viticultora está interpretado, con un tono muy distinto de La buena boda, por la misma actriz con 17 años más: Beatrice Romand, quien da la impresión e que, durante todo este tiempo, haya seguido esperando la boda que, ¡trucos y misterios del arte!, le llega en plena madurez, cuando ya ni siquiera la esperaba.
Rohmer se mueve con igual soltura y excelente planificación de las tomas en la naturaleza como en la ciudad, y da igual que ruede en su amada Bretaña, escenario de muchas de sus películas, en la agresiva París de intenso tráfico y metros y autobuses, en la Costa Azul o en pequeñas ciudades como Nevers, a las que tan aficionado es, dada la belleza de todas esas pequeñas ciudades de provincia en donde Chabrol situó la mayor parte de sus narraciones. En La coleccionista, por ejemplo, la casa rural y las playas de la Costa Azul acaban casi convertidas en personajes, junto con la estridulación de los grillos, una suerte de antropomorfización que acabará influyendo en la deriva seductora del personaje que llega a dicha casa para reunirse con un amigo y tener unas vacaciones solitarias y «reparadoras» y se tropieza con una joven atractiva con la que ha de convivir y cuyas «conquistas» dan título a la película. El moroso proceso de seducción y de resistencia a la misma, por parte de quien ha preferido no acompañar a su novia a Londres para tener esa experiencia solitaria en la naturaleza, donde, sin embargo, seguir haciendo negocios para alcanzar su sueño de abrir una galería de arte en París, da toda la sensación, sin embargo, de ser un ejercicio a medio camino entre el onanismo y la castidad como perversión. La película se abre con un encadenado de planos que recorren el cuerpo en biquini de la joven y, tras la separación de los amantes, la llegada del joven a la casa y el juego casi dieciochesco de las seducciones y las renuncias o la perversión de la virtud a los que, sin embargo, la joven parece totalmente ajena, porque, frente al retorcimiento masculino, ella encarna el goce de la naturaleza, como extensión humana de la que los rodea en ese paraje casi idílico, porque frecuentan playas solitarias y en los alrededores de la casa solo la fauna y la flora se erigen como, ya lo he dicho antes, casi protagonistas.
Las películas de Rohmer no distinguen entre la juventud y la madure a la hora de describir sus vivencias amorosas, aunque no son pocas en las que se eligen unas u otras edades como protagonistas. En Cuento de verano, por ejemplo, cuyo rodaje fue posterior al de invierno, rompiendo este la progresión cronológica de las estaciones, hay una suerte de emocionado retrato de la juventud que se abre a las experiencias amorosas en un mes de playa en la Bretaña a través de un joven tímido y tirillas, pero muy resultón, amante de la música, que aparece allí porque le dejan la casa y porque ha de reunirse con su novia, quien, sin embargo, ha preferido irse de viaje de vacaciones a España. Durante la espera, conoce a una antropóloga que trabaja en la crepería de su tía, con quien anuda una amistad no exenta de tentaciones seductoras, aunque ella deja bien claro que tiene novio, al que también espera. La capacidad de Rohmer para ir complicando la trama, en este caso con la descarada seducción del joven por parte de una conocida que lo excita con tanta pasión como con intensa severidad ataja sus intentos de acceso carnal, forma parte de esos recursos realistas del autor, quien parece tener un don para retratar la espontaneidad en estado puro, algo que en muy pocas películas puede verse, dado el artificio con que se nos ofrecen tantas actuaciones supuestamente «estelares» y que arruinan, sin embargo, el sacrosante principio de verosimilitud, sin el cual no hay película que se sostenga, y ese principio se aplica también a películas no realistas, por supuesto. Cuando vuelve la novia, cuya ciclotimia, hoy te quiero, hoy te desprecio, trae al joven al retortero, advierte el infierno en que puede convertirse un mes de plácidas vacaciones; tres chicas con quienes está comprometido al mismo tiempo y a quienes tanto teme desairar como animar, sabiendo, para colmo, que con la única con la que mejor se siente, con la que habla libremente durante sus largos paseos por el camino que recorre las hermosas playas de la localidad de Dinard, lo tienen desorientado, indeciso y muy confuso. Aprender, en edad tan joven, a distinguir entre la amistad y el amor, cuando las urgencias sexuales obran por medio, no es cosa fácil, y Rohmer explora ese conflicto en el joven con un tono sereno y en el marco de la amable comedia de costumbres que son la mayoría de sus películas.
Cuento de invierno es una película que sigue los cánones del resto de las aquí traídas, pero en ella Rohmer juega con lo fabuloso como un elemento que determina los acontecimientos. Dos jóvenes, en unas espectaculares imágenes veraniegas, tienen un apasionado romance veraniego y, al despedirse, ella le da su dirección y, por un lapsus terrible, cambia la población. Él, además, para mayor complicación, se va a hacer las Américas. Tras el momento veraniego inicial, entramos ya en el invierno de la vida y vemos a la protagonista con una hija de cinco años y dividida entre dos amores de muy distinta naturaleza: un bibliotecario intelectualoide y un peluquero fornido y apasionado para quien trabaja y con quien planea, cuando consiga el divorcio, irse a vivir a Nevers, una pequeña población de la que Rohmer extrae planos bellísimos, porque, como si fuera un tributo a su hospitalidad, el director nos ofrece un hermoso paseo turístico por la ciudad. Las dudas de la protagonista son de hecho el fundamento de su esperanza: volver a encontrarse por azar con el amadísimo padre de su hija. El retrato de los dos amantes de la joven son una delicia, tanto la virilidad del peluquero como el intelectualismo barato del bibliotecario. La visión de una representación de El cuento de invierno de Shakespeare anima definitivamente a la joven a separarse de ambos hombres y a esperar, con mayor fundamento, el fabuloso encuentro con el amor perdido. El espectáculo teatral cae del lado de lo maravilloso, tanto por la interpretación como por el vestuario como por el color de calidad táctil. Me abstengo de chafar el final, pero se ha de reconocer que, en principio, el personaje de la protagonista casi se vuelve tan odiosa como la de La buena boda, porque transmite toda la impresión de la mujer voluble que no atiende ni a emociones ni a razones y que, aun sacando de quicio a sus amantes, está segura de que ninguno de ellos acabará usando la violencia que, como en los filmes policiacos «se masca en el ambiente». Es muy frecuente, ya lo he dicho, este tipo de personajes en el cine de Rohmer, y él sabe retratarlos con una propiedad absoluta, como si fueran de su propiedad intelectual.
Las mil y una revueltas del laberinto del amor son recorridas en estas películas con una dicción clara, diamantina: desde la impostura, hasta el fanatismo pasando por la abulia, el falso entusiasmo, las añagazas, los errores de concepto y todas las ignorancias del mundo, y todo ello sin dejar nunca de tener una medio sonrisa en los labios que acompaña la visión de tantas fragilidades y a menudo falsas fortalezas psicológicas y emocionales. Todo ello, también, en el marco de un realismo de la vida cotidiana exento, eso sí, de problemas de supervivencia o de pobreza o de marginación. Diríase que el ámbito natural de Rohmer es el de la case media, emprendedora o intelectual o artística, y él el entomólogo que , paradójicamente, clava en esos personajes entre minúsculos y grandiosos, el alfiler de su lente objetiva para poder analizarlos el espectador con toda comodidad y sacar un buen número de conclusiones, además de un placer indiscutible
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