viernes, 5 de enero de 2024

«Cargo 200», «Morfina» y «Me too», de Aleksei Balabánov, ¡excelso descubrimiento!


Título original: Gruz 200

Año: 2007

Duración: 90 min.

País:  Rusia

Dirección: Aleksei Balabánov

Guion:  Aleksei Balabánov

Reparto: Agniya Kuznetsova; Aleksei Poluyan; Aleksey Serebryakov; Leonid Gromov; Yuri Stepanov; Leonid Bichevin; Natalya Akimova; Mikhail Skryabin.

Fotografía: Aleksandr Simonov

 

 





Título original: Morfiy (Morphia)

Año: 2008

Duración: 110 min.

País:  Rusia

Dirección: Aleksei Balabánov

Guion:  Sergei Bodrov Jr.. Novela: Mikhail A. Bulgakov

Reparto: Leonid Bichevin;  Katarina Radivojevic; Ingeborga Dapkunaite; Sergey Garmash; ; Aleksey Istomin; Aleksandr Mosin; Andrey Panin; Svetlana Pismichenko;

Fotografía: Aleksandr Simonov.

 

 









Título original: Ja tozhe khochu

Año: 2012

Duración: 83 min.

País:  Rusia

Dirección: Aleksei Balabánov

Guion: Aleksei Balabánov

Reparto: Oleg Garkusha, Yuri Matveyev, Aleksandr Mosin, Alisa Shitikova, Vyacheslav Ivanov, Aleksei Balabanov

Música: Leonid Fyodorov

Fotografía: Aleksandr Simonov.

 

Un director excepcional prematuramente fallecido: Aleksei Balabánov. Dos obras maestras y una curiosidad mafioso-religiosa.

 

Confieso que he descubierto a Balabánov porque lo tenía guardado mi hijo en «para ver después». Curiosón como soy, y después del reciente atracón soviético que me di, me he metido a comprobar cómo podría ser el cine ruso de hoy al margen de los autores consagrados. La primera sorpresa, Cargo 200, me dejó tan impresionado que no lo dudé ni un minuto: «necesitaba» ver más películas de un autor que tanto me había impresionado con una película a medio camino entre El coleccionista, La matanza de Texas y Fargo, con una ambientación social rusa que te permite ver el proceso de descomposición de un régimen autoritario sustentado sobre la transgresión desde el poder y sobre la arbitrariedad de las conductas, amén de sobre unas verdades de catecismo soviético en el que, por lo que se ve en la película, ya nadie ni cree ni observa su cumplimiento. La conversación inicial entre dos miembros eminentes de la sociedad, un militar y un catedrático de «ateísmo» da paso a la irrupción de las jóvenes generaciones enormemente distanciadas de sus mayores y con unas actitudes vitales y una estética más cercana al modelo usamericano que a otro posible. Para más inri, el joven protagonista, mafiosillo de algún pelo…, lleva una llamativa camiseta con las siglas del país CCCP, aunque va a ser el vehículo para que la hija del jefe político de la zona y miembro eminente del Partido sea secuestrada en una granja en la que, poco antes, el catedrático de ateísmo ha pedido ayuda para que le arreglen el coche, camino de su casa. El granjero que domina a su mujer y a otros empleados es un ser fervientemente religioso y acaba entablando una feroz batalla dialéctica con el ateo profesional, si bien por el ambiente, por la atmósfera que rodea el comportamiento de todos los personajes en la casa, el espectador tiene constantemente la impresión de que el pobre catedrático no va a salir vivo de allí. Pero sale. Y peor le va, como he dicho, a quienes llegan después: el joven novio de la hija del militar y la amiga de esta, hija del jefe del Partido, con quien el marchoso joven se ha liado en el baile. Ciego de vodka, el joven se desmorona mientras el granjero pretende aprovecharse de la joven, a la que acaba escondiendo su mujer en un cobertizo. Ello no obsta para que un enigmático personaje mudo aparezca y se quede con el botín de la joven, a la que viola con el cuello largo de una botella, después de haber matado sin contemplación alguna al empleado que quería protegerla. Poco después se la lleva en un sidecar a un complejo industrial donde vive con su madre, alcohólica, y encierra a la muchacha, atándola a los barrotes de la cama donde la conserva como un animal. A esas alturas del relato, no tardamos en averiguar que el secuestrador es miembro de la policía a quien el jefe del partido exige que den con ella lo antes posible. Así mismo, nos enteramos de a qué hace referencia el enigmático título de la película, Cargo 200: a los cadáveres repatriados de la guerra de Afganistán, que son distribuidos por sus lugares de origen para que los entierren casi en la intimidad, sin hacer duelos públicos de ninguna clase. El cadáver repatriado es, precisamente, el novio de la secuestrada, con quien amenaza constantemente a su secuestrador, quien, en un alarde de humor negrísimo, lleva el ataúd a su casa, lo abre, condecora al soldado fallecido y después lo saca y lo acuesta en la cama donde mantiene a la joven secuestrada, una joven que es violada por amigos del secuestrador, quien, por una peculiar impotencia, se limita a contemplar la degradación de la joven. Y hasta ahí me es lícito contar, porque las situaciones, que no construyen relato lineal ninguno, parecen cuadros que describen con despiadado vigor la decadencia del régimen soviético y el atisbo de las jóvenes mafias que, a nivel macroeconómico van a dominar, años después, el paso de la URSS a la Rusia capitalista, pero aún muy «sovietizada». La habilidad de Balabánov para construir espacios opresivos es incomparable, y la guarida del policía secuestrador con la madre alcoholizada y adicta a la televisión se lleva la palma, desde luego. Resulta muy sorprendente la capacidad para crear atmósferas que comunican más a través de los detalles que mediante una línea argumental expuesta a través de diálogos. Y luego está el humor negro, presente a lo largo de toda la película, con una intensidad que roza lo macabro, especialidad de la casa, como se puede comprobar en el «clásico» del naturalismo que rodará a continuación: Morfina.

          Frente a la anterior, Morfina es un relato clásico, con una estética preciosista muy cuidada, que se advierte en la recreación tanto de los interiores como en la visión panorámica de los espacios naturales bellísimos bajo las diversas tormentas de nieve que son recurrentes en la película. La singularidad de esta película «majestuosa» que hubiese hecho las delicias del exquisito director de Doctor Zhivago estriba en que se basa en varias narraciones de Mijail Bulgákov, el celebérrimo autor de El maestro y Margarita, quien toma como materia narrativa su propia experiencia como médico rural y su propia adicción a la morfina, tal y como crudamente se retrata en la película. Podríamos considerar el relato como un ejemplo de autoficción, aunque el protagonista Polyakov, tiene vida propia y un destino muy otro que el del propio escritor, siempre díscolo bajo los soviets y siempre en constante peligro de ser depurado por no someterse a la pleitesía obligatoria. La película refleja la experiencia inicial de un médico que llega a un centro médico ubicado en el más agreste de los lugares y cómo, para enfrentarse a las adversidades profesionales, recurre a la morfina, a fin de estar lo suficientemente calmado para aplicar los tratamientos adecuados a cada caso. La crudeza de dichos «casos», desde la amputación de una pierna a una traqueotomía, realizadas ambas con una verosimilitud impactante, parece justificar la adicción del joven y agraciado doctor a quien no le faltan los favores femeninos en su «destierro», aunque la progresión de la adicción a la que se suma, por la curiosidad de experimentar qué se siente, la enfermera que deviene su amante habitual. La vida cotidiana, pues, en un centro médico al que llegan los pacientes en trineos llevados por caballos, el único medio de transporte en un territorio permanentemente nevado en el que, para atender una urgencia se aventura el doctor exponiéndose al peligro, en una secuencia maravillosa, de la persecución de una manada de lobos a los que el doctor hace frente con la pistola que siempre lleva en su maletín profesional, y que a mí me ha recordado el pasaje muy parecido del Robinson Crusoe, cuando, atravesando los Pirineos se ven asediados por otra manada. El trasfondo social de la historia es la Revolución de los Soviets y a ella se hace referencia cuando el protagonista y su médico ayudante llegan a la mansión de un noble en la que, frente a las exquisiteces aristocráticas de los propietarios y sus desdenes hacia la gente inferior, el protagonista opta por bajar a la cocina y compartir el vodka con el servicio, poco antes de buscar un rincón donde inyectarse la dosis de morfina que le pide el cuerpo. Aunque Bulgákov vivió su adicción durante tres años, y luego nunca más volvió a recaer en ella, su protagonista sigue una evolución muy diferentes, intento de rehabilitación incluida. Un tramo final de la película que tendrá un desenlace que Balabánov describe como una fusión entre el cine y la vida, de modo espectacular, y del que no puedo ni siquiera insinuar nada. La majestuosa fotografía de la película, la recreación de interiores y los paisajes son bazas determinantes para convencernos de que estamos ante una película con voluntad de clásico, porque las actuaciones sobresalientes de todo el elenco contribuyen poderosamente a persuadirnos de haber visto una película hermosa, terrible y triste como pocas. Como escribió Bulgákov en el relato: «La muerte de sed es una muerte paradisíaca, beatífica, en comparación con la sed de morfina»

          La más reciente de las tres películas, Me Too, es una obra desconcertante, tensa y propia del género de las road movies, pues sigue esa estructura. Con un inicio propio de una película sobre mafiosos, el protagonista abate a tiros a cuatro jóvenes con quienes se cruza en un callejón, la historia nos presenta a cuatro hombres y una mujer, quien ejerce la prostitución a pesar de tener la carrera de Filosofía, que se unen en un viaje hacia la felicidad teletransportada que se produce, milagrosamente, en una vieja iglesia abandonada, en la que un misterioso rayo luminoso abduce a aquellos que desean fervientemente la felicidad, ser transportados hasta ella, hartos de llevar una vida sumida en la angustia, la desesperanza y el sinsentido. El segundo personaje que aparece es un viejo músico moderno con su guitarra a cuestas, quien expresa también su necesidad de conseguir esa esquiva felicidad. Un músico muy religioso. Porque crisis existencial y religión se entrecruzan en la película, y constituye un tema de fondo del director, porque en Cargo 200 el catedrático de ateísmo acaba dirigiéndose a un templo ortodoxo para interesarse qué ha de hacer para ser bautizado, acaso después de saber que se ha salvado milagrosamente de su paso por la granja, cuyos propietarios observa, al pasar con su coche, cómo son detenidos por la policía. La película pasa por algunos lugares habituales de la vida rusa, como una sauna y, después, «rescatan» a un compañero del «comandante», qu3e está siendo sometido a una cura de rehabilitación tras haber sido abandonado por su esposa a causa de su alcoholismo. El compañero recoge a su padre y los cuatro hombres siguenm su camino. Después cogerán a una autoestopista, la prostituta. Cuando llegan a las inmediaciones del templo en ruinas, hay un control militar en el que se les indica que las mujeres no pueden pasar, excepto que hagan la travesía desnudas y a pie, lo que ella hace sin dudarlo ni un segundo.  Poco después, cuando la mujer se encuentra con los hombres, el padre del alcohólico muere y su hijo lo entierra. El discurso apocalíptico del protagonista mezcla teorías milenaristas, saberes esotéricos y antiguas mitologías, un caldo de cultivo propio para buscar una salida mística extrema, aunque no son pocas las advertencias, a través de otros personajes secundarios, de que no todos son admitidos para la teletransportación, y, de hecho, los alrededores helados del templo están llenos de cadáveres que dan fe de que aunque sean muchos los llamados, pocos son los escogidos. En la medida en que Me too es una película itinerante, con personajes poco expresivos y desesperanzados, la realización de Balabánov se nutre de pequeños detalles que permiten sumar a la peripecia metafísica de los personajes notas de color ambiental que enriquecen la narración poderosamente. La querencia por los planos amplios y la decadencia de edificios y espacios interiores contribuyen a la sensación de degradación última que justifica, a su manera, esa búsqueda metafísica milagrosa. Es destacable, además, la aparición del propio director en la historia, quien se suma a esa búsqueda espiritual de la felicidad de sus protagonistas, como le cuenta al mafioso, poco antes de morir sin haber tenido la suerte de ser teletransportado.

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