viernes, 19 de enero de 2024

«El regreso de las golondrinas», de Li Ruijun, o los bienaventurados.


La más triste, bella y dolorosa de las historias: la pureza de los marginados.

Título original: Yin Ru Chen Yanaka

Año: 2022

Duración: 131 min.

País:  China

Dirección: Li Ruijun

Guion: Li Ruijun

Reparto: Wu Renlin; Christina Hai; Guangrui Yang; Dengping Zhao; Cailan Wang; Yunzhi Wu; Zhanhong Ma.

Música: Peyman Yazdanian

Fotografía: Wang Weihua.

 

          El título y el avance de esta película me han llevado a ver una de las películas más emocionantes y conmovedoras que he visto desde hace mucho tiempo, exceptuando los dos Ordet, el de Molander y el de Dreyer. En el contexto de las políticas de expansión capitalista china, que intenta reducir las comunidades rurales y convertir a los agricultores en urbanitas y mano de obra barata, la película muestra el choque brutal entre el nuevo capitalismo, con tintes incluso mafiosos, y el viejo mundo rural chino «de toda la vida», personalizado, además, en el ínfimo peldaño de la escala social: los marginados, los idiotas, en términos dostoyevskianos, los corazones sencillos y ajenos aun a la explotación que sufren y contra la que no luchan, mientras son capaces de salir adelante con su trabajo honesto y su austeridad forzosa. Ma es una mujer con variadas patologías e incontinencia urinaria que es, a todas luces, un estorbo para su familia. Cao es el hijo taciturno y tomado por tonto en el seno de una familia que lo mantiene como un criado. Ambas familias se ponen de acuerdo para bendecir el matrimonio de ambos, de modo que se «independicen» a la fuerza y se valgan por ellos mismos.

          A partir de esta situación inicial, la historia de la relación entre ambos esposos obligados, quienes, ante la iniciativa de las autoridades de demoler las casas de adobe para trasladar a sus habitantes a los pisos en las ciudades, deciden construir por sí mismos la suya, un proceso totalmente artesanal y en el que vemos que son usadas las más elementales técnicas de construcción, con adobes secados al sol —¡Qué grandiosa, por cierto, la secuencia de la lluvia que cae sobre ellos y que obliga, en plena noche de verano, a ambos esposos a correr a protegerlos con plásticos para salvarlos!—,  un momento que marca el inicio, con ambos habiendo resbalado y caído sobre el barrizal formado, riendo como dos niños, una evolución afectiva intensísima, que no por ello va a cambiar sus vidas, sino a estrechar y hacer más dulce y llevadero el matrimonio forzado. El destino tiene esas cosas, a veces, la comunión de los desgraciados, de los abandonados por los dones de la Fortuna, se convierte en un regalo de los dioses, o de esos antepasados suyos de quienes, de forma ritual, como los romanos a sus lares, invocan su protección quemando billetes de banco en una pequeña hoguera, a modo de tributo y homenaje.

          La película fue merecidísima Espiga de Oro en Valladolid, ¡y no era para menos!, porque la película es un canto exultante de la comunión de las personas con la tierra y sus dones, con lo que cultivan con esfuerzo, el trigo y el maíz, y con los animales que la pueblan, no solo el asno que es su animal de trabajo y de locomoción, sino las gallinas que crían desde que incuban los huevos, hasta el cerdo que acaban comprando y, por supuesto, los nidos de las golondrinas que buscan sus aleros. De todo ello se deriva una visión poética del mundo rural que choca con el contexto deshumanizador de ese capitalismo del que hablábamos. Una familia mafiosa —«montada» en el lujo occidental y en la práctica ancestral de la sumisión al poderoso, a quien les compra a los campesinos sus cosechas y les estafa en el precio y el peso—, cuyo patriarca, enfermo, necesita transfusiones de un tipo de sangre que solo Cao posee en la comunidad, obliga al hombre a sacrificarse por el bien de la comunidad y, de tanto en tanto, es llevado a la ciudad para donar sangre para el señor feudal a quien ni siquiera conoce, pero sí al hijo de apariencia macarra que llega en un BMW a buscarlo. El detalle de la incontinente dejándose ir en el coche del «señorito Iván» de esta versión oriental de Los santos inocentes, se complementa con la protección plástica sobre la que se tienen que sentar ambos esposos cuando van a buscar a Cao para la siguiente donación.

          El proceso de conocimiento entre ambos esposos es tan lento como constante la colaboración estrecha entre ambos, a pesar de las incapacidades físicas de ella, desde el primer momento de su unión. Codo con codo siembran, levantan la casa, ¡su máximo orgullo!, crían sus bestias y se acompañan en la soledad compartida de su marginación social. No sé si es exagerado decir que nace el amor entre ellos, pero, para el espectador, no hay duda de que lo que sienten el uno por el otro, a pesar de alguna reacción destemplada, como cuando cargan los haces de espigas en su humilde carro, es una de las más bellas historias de amor que han pasado por nuestros televisores, pues solo poco más de 900 militantes del cine la vieron en pantalla —a mí me pasó desapercibida y, extrañamente, ningún amigo cinéfilo me habló de ella—, para recaudar poco más de 70.000€. Ello prueba, en última instancia, una cierta desorientación crítica, porque, a mi modesto entender, esta emotiva historia de estilizado aire neorrealista no solo se debería de haber visto masivamente, sino que debería de haber estado presente en la conversación de los aficionados a esa quintaesencia artificiosa de la vida que son las películas. Todo en ella: los paisajes, la música, una fotografía de calidad extraordinaria, las interpretaciones mayúsculas de dos actores cuyo trabajo se te mete por las entretelas del corazón hasta emocionarte de la manera más genuina posible. El director ha elegido un título que, curiosamente, parece beber en la tradición semítica, más que en la oriental, porque utiliza el versículo 3,19 del Génesis: «Polvo eres y en polvo te convertirás».

          Pero lo propio es dejar que el espectador se relaje, se tome su tiempo, respire hondo y se sumerja en los ritmos pausados de la naturaleza, que son los propios de este largometraje tan intenso. Renovarse espiritualmente es una bendición impagable. Esta película contribuye a ello con un poder imaginativo que nos reconforta. Jaime Vándor publicó un libro excepcional, cuyo título hubiera podido serlo, también de esta película tan terrible como hermosa: Los ricos de espíritu. Tal cual.

 

2 comentarios:

  1. La vimos en el cine en su momento y nos causó una grata impresión por la sensibilidad y humanidad que late tras los dos protagonistas, desdeñados por la comunidad. Lo has explicado muy bien. Salimos reconfortados. No te pierdas ahora Perfect Days, merece la pena la película de Win Wenders.

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    1. La de Wenders, leída en críticas, me da mucha pereza, por el artificioso guion en que se basa. No sé si esperaré a que llegue a Netflix o a Filmin...

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