Una obra solo
aparentemente «menor» de un genio del cine: excelente comedia policiaca con
un reparto de lujo.
Título original: Alfred Hitchcock's Stage Fright
Año: 1950
Duración: 110 min.
País: Reino Unido
Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Whitfield Cook. Historia:
Selwyn Jepson
Reparto: Marlene Dietrich; Jane Wyman; Michael Wilding; Richard Todd; Alastair
Sim; Sybil Thorndike; Kay Walsh; Miles Malleson; André Morell; Patricia
Hitchcock; Hector Mac Gregor; Joyce Grenfell.
Música: Leighton Lucas
Fotografía: Wilkie Cooper.
No está,
obviamente, entre las grandes películas del autor inglés, y tampoco se trata de
una película de su etapa inglesa anterior a su viaje a Usamérica, aunque se
rodara en Inglaterra y fuera de producción inglesa, pero, por el reparto, ya
advertimos que se rueda de lleno en su mejor época, aunque antes de filmar Vértigo
o Psicosis, por supuesto. Es decir, que no se trata de una película
primeriza, pero tampoco de las más conocidas, aunque, a mi parecer, debería de
tener mejor eco crítico y respuesta popular de la que hasta ahora ha tenido, no
solo por la construcción de la trama, sino, sobre todo, porque un elemento habitual
en las películas de Hitchcock, el humor, se extiende aquí a toda la película y
la convierte en una comedia detectivesca en la que, además, una mujer toma las
riendas del asunto hasta que se mete en un callejón sin salida, del que, sin
embargo, sabe salir airosa, máxime estando su vida en juego.
Con un
planteamiento así, Sir Alfred explota al máximo su don para la comedia y nos
asoma a una familia muy peculiar, con los padres separados, aunque en buenos
términos, y con una hija muy espabilada que exhibe una relación de complicidad
con su padre muy sobresaliente y divertida. Es lo que tiene el cine, además,
cuando actores y actrices, como Wyman y Alastair Sim entran en escena: el espectador
espera, encandilado, sus apariciones. Las de Wyman son constantes; las de Sim,
en menor número, pero siempre jocosas. Si añadimos la presencia ambigua y
soberbia de Marlene Dietrich, como una cantante intrigante y deseosa de
liberarse de un incómodo y posesivo marido, y sumamos la de un estilizadísimo y
ultrabritánico detective Smith, ordinary Smith (Smith «a secas») interpretado
por Michael Wilding, el resultado no
puede ser otro que un disfrute muy ajustado a la historia, muy centrada, esta,
en un caso que solo admita una vuelta de tuerca: la del desenlace, felizmente
resuelta por el director. De nuevo, como
en cientos de películas, aparece una feria como escenario de la acción, y a mí
me parece que esa monografía aún no escrita merecería serlo, porque si el cine
era atracción de feria en sus comienzos, le ha sido fiel al nacimiento y ha
convertido ese espacio lúdico, mágico y también, por qué no, perverso, en uno
de sus escenarios favoritos, a juzgar por el número astral de películas en las
que aparece. Ahí queda hecha la sugerencia.
La historia se
cuenta en tan breves palabras que ya creo haberlo hecho con las pinceladas que
he ido dando en la presentación de ella. Quizás falte añadir que el guion añade
una suplantación de personalidad de la asistente del personaje de la Dietrich
para que la joven detective aficionada pueda buscar el modo como salvar al amigo
a quien se acusa de asesinato y quien posee el traje manchado de sangre de la
actriz, a quien incriminaría directamente en la muerte del marido. La escena de
la feria, en la que un crío es enviado por el padre de la protagonista con una
muñeca ensangrentada para amedrentar a la cantante, quien se ve forzada a
interrumpir su magnífica interpretación de La vie en rose, es una de las
mejores de la película, junto con el intercambio de primerísimos planos de la
joven y el hipotético asesino, a quien ha escondido de la policía en el almacén
de utilería del teatro, concretamente en una carroza. La escena previa a la conquista
de la muñeca en el barracón del tiro al blanco de la feria es una escena cómica
de mucho nivel y alta efectividad, y contrasta con la que sigue a continuación.
En fin, no
quiero chafarle a nadie el desenlace, pero sí puedo asegurar a quienes no hayan
visto esta película de Hitchcock que van a reconocer en ella el surtido retórico
habitual del director y que a su ya tradicional cameo como personaje que pasa
por allí, se añade esta vez la presencia de su hija con un papel muy menor. Tampoco
puedo dejar de mencionar la archicuriosa historia de amor entre la protagonista
y el policía, con una escena antológica en un taxi. De hecho, si se repasa
escena a escena la película, lo sorprendente es no caer en la cuenta de la
maestría que Hitchcock aplicó con tanta generosidad en películas sin la
ambición de otras, tradicionalmente tenidas por obras «mayores». La entrega del
genio es patente en muchos planos de Pánico en la escena, y se da por de contada
la maestría con que hace fluir una historia absolutamente banal, tópica y que,
en otras manos hubiera quedado en algo anodino. Estas obras supuestamente «menores»
son ideales para comprobar el método de trabajo del autor, porque la creatividad
se demuestra, sobre todo, en el modo como se eleva muy considerablemente el
interés del espectador en una obra cuyo interés narrativo intrínseco es prácticamente
nulo. Véase, pues, como una introducción al reconocido método creativo de un director
que tardó lo suyo, todo sea dicho de paso, en ser considerado el maestro
indiscutible que es, uno de los más grandes directores que ha tenido la
Historia del cine.
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