jueves, 25 de enero de 2024

«Pánico en la escena», de Alfred Hitchcock, el humor al servicio del suspense.

 

Una obra solo aparentemente «menor» de un genio del cine: excelente comedia policiaca con un reparto de lujo.

 

Título original: Alfred Hitchcock's Stage Fright

Año: 1950

Duración: 110 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alfred Hitchcock

Guion: Whitfield Cook. Historia: Selwyn Jepson

Reparto: Marlene Dietrich; Jane Wyman; Michael Wilding; Richard Todd; Alastair Sim; Sybil Thorndike; Kay Walsh; Miles Malleson; André Morell; Patricia Hitchcock; Hector Mac Gregor; Joyce Grenfell.

Música: Leighton Lucas

Fotografía: Wilkie Cooper.

 

          No está, obviamente, entre las grandes películas del autor inglés, y tampoco se trata de una película de su etapa inglesa anterior a su viaje a Usamérica, aunque se rodara en Inglaterra y fuera de producción inglesa, pero, por el reparto, ya advertimos que se rueda de lleno en su mejor época, aunque antes de filmar Vértigo o Psicosis, por supuesto. Es decir, que no se trata de una película primeriza, pero tampoco de las más conocidas, aunque, a mi parecer, debería de tener mejor eco crítico y respuesta popular de la que hasta ahora ha tenido, no solo por la construcción de la trama, sino, sobre todo, porque un elemento habitual en las películas de Hitchcock, el humor, se extiende aquí a toda la película y la convierte en una comedia detectivesca en la que, además, una mujer toma las riendas del asunto hasta que se mete en un callejón sin salida, del que, sin embargo, sabe salir airosa, máxime estando su vida en juego.

          Con un planteamiento así, Sir Alfred explota al máximo su don para la comedia y nos asoma a una familia muy peculiar, con los padres separados, aunque en buenos términos, y con una hija muy espabilada que exhibe una relación de complicidad con su padre muy sobresaliente y divertida. Es lo que tiene el cine, además, cuando actores y actrices, como Wyman y Alastair Sim entran en escena: el espectador espera, encandilado, sus apariciones. Las de Wyman son constantes; las de Sim, en menor número, pero siempre jocosas. Si añadimos la presencia ambigua y soberbia de Marlene Dietrich, como una cantante intrigante y deseosa de liberarse de un incómodo y posesivo marido, y sumamos la de un estilizadísimo y ultrabritánico detective Smith, ordinary Smith (Smith «a secas») interpretado por Michael Wilding, el  resultado no puede ser otro que un disfrute muy ajustado a la historia, muy centrada, esta, en un caso que solo admita una vuelta de tuerca: la del desenlace, felizmente resuelta por el director.  De nuevo, como en cientos de películas, aparece una feria como escenario de la acción, y a mí me parece que esa monografía aún no escrita merecería serlo, porque si el cine era atracción de feria en sus comienzos, le ha sido fiel al nacimiento y ha convertido ese espacio lúdico, mágico y también, por qué no, perverso, en uno de sus escenarios favoritos, a juzgar por el número astral de películas en las que aparece. Ahí queda hecha la sugerencia.

          La historia se cuenta en tan breves palabras que ya creo haberlo hecho con las pinceladas que he ido dando en la presentación de ella. Quizás falte añadir que el guion añade una suplantación de personalidad de la asistente del personaje de la Dietrich para que la joven detective aficionada pueda buscar el modo como salvar al amigo a quien se acusa de asesinato y quien posee el traje manchado de sangre de la actriz, a quien incriminaría directamente en la muerte del marido. La escena de la feria, en la que un crío es enviado por el padre de la protagonista con una muñeca ensangrentada para amedrentar a la cantante, quien se ve forzada a interrumpir su magnífica interpretación de La vie en rose, es una de las mejores de la película, junto con el intercambio de primerísimos planos de la joven y el hipotético asesino, a quien ha escondido de la policía en el almacén de utilería del teatro, concretamente en una carroza. La escena previa a la conquista de la muñeca en el barracón del tiro al blanco de la feria es una escena cómica de mucho nivel y alta efectividad, y contrasta con la que sigue a continuación.

          En fin, no quiero chafarle a nadie el desenlace, pero sí puedo asegurar a quienes no hayan visto esta película de Hitchcock que van a reconocer en ella el surtido retórico habitual del director y que a su ya tradicional cameo como personaje que pasa por allí, se añade esta vez la presencia de su hija con un papel muy menor. Tampoco puedo dejar de mencionar la archicuriosa historia de amor entre la protagonista y el policía, con una escena antológica en un taxi. De hecho, si se repasa escena a escena la película, lo sorprendente es no caer en la cuenta de la maestría que Hitchcock aplicó con tanta generosidad en películas sin la ambición de otras, tradicionalmente tenidas por obras «mayores». La entrega del genio es patente en muchos planos de Pánico en la escena, y se da por de contada la maestría con que hace fluir una historia absolutamente banal, tópica y que, en otras manos hubiera quedado en algo anodino. Estas obras supuestamente «menores» son ideales para comprobar el método de trabajo del autor, porque la creatividad se demuestra, sobre todo, en el modo como se eleva muy considerablemente el interés del espectador en una obra cuyo interés narrativo intrínseco es prácticamente nulo. Véase, pues, como una introducción al reconocido método creativo de un director que tardó lo suyo, todo sea dicho de paso, en ser considerado el maestro indiscutible que es, uno de los más grandes directores que ha tenido la Historia del cine.

                                                                      

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