jueves, 11 de enero de 2024

«De repente, el paraíso», de Elia Suleiman, una mirada palestina.

 

La naturaleza del lugar y el observador silencioso: otro cine palestino.

 

Título original: It Must Be Heaven

Año: 2019

Duración: 97 min.

País: Palestina

Dirección: Elia Suleiman

Guion: Elia Suleiman

Reparto: Ali Suliman; Elia Suleiman; Holden Wong; Robert Higden; François Girard; Gael García Bernal; Sebastien Beaulac; Raia Haidar; Alain Dahan; Basil McKenna; Aldo Lopez;

Stephen Mwinga.

Fotografía: Sofian El Fani.

 

          La verdad es que desde Intervención divina, de 2002, hasta esta De repente, el paraíso, han pasado algo más que los años, aunque las bases fundamentales de su cinematografía siguen intactas y aun  acentuadas, porque Elia Suleiman es un hombre de imágenes y de muy pero que muy pocas palabras. De hecho, en esta última, no pronuncia ni una, de donde los críticos han sacado las dos referencias de obligado cumplimiento: Tati y Keaton. Suleiman, es cierto, se ha inspirado más en el francés que en el americano, y ello se observa fácilmente no solo en su presencia como testigo del mundo que lo rodea, sino por la selección de los espacios, con composiciones muy pictóricas y, sobre todo, por las acciones casi surrealistas que no se apartan de cierta lógica ciudadana que nos parece «normal» hasta que las vemos en la pantalla hasta casi alcanzar el grado de hipérbole. Insisto, son las imágenes las que construyen por sí mismas el discurso y es el espectador el que ha de desentrañar el significado último que estas tienen, y ahí hasta puede discrepar del director y actor, porque, al cabo, se trata del viejo juego del juicio de intenciones. No es ya como el cierre de Intervención divina en que una terrorista palestina, siguiendo el estilo de cine wuxia, ridiculiza a los tiradores israelíes que se ejercitan con blancos que las representan. Aquel ejercicio de desquite metafórico y comprometido ha sido sustituido, en esta visión crítica del mundo global, sobre todo del occidental, por el juego malabar del «sospechoso» en el aeropuerto con el detector de metales del control de seguridad. No hay una posición «militante», salvo indirectamente, esto es, la que se desprende de las imágenes, como cuando el personaje, al regresar a Nazareth, va al supermercado y la secuencia nos muestra a todos los israelíes armados, dentro y fuera del establecimiento. Esa manera indirecta de reflejar el drama de la imposible convivencia entre palestinos e israelíes va apareciendo, con tonos críticos hacia ambos bandos a lo largo de la película, como en la parodia del acto propalestino en Nueva York, con el único aplauso al unísono en la interminable presentación de los innumerables oradores. Sí, la mirada palestina del personaje se nos ofrece desde lo más cercano, la relación con sus vecinos, y la conversación con el vecino cazador alcanza unas cotas de lirismo extraordinario y conmovedor, además de divertido, y sus dos viajes, a París y a Nueva York, llevando bajo el brazo la propuesta de hacer la película que estamos viendo. El productor europeo refleja perfectamente la evolución ideológica que hay entre Intervención divina y esta obra, filmada tras una década de silencio. Curiosamente, el despliegue de medios técnicos ha dado un salto cualitativo tan extraordinario que la película nos entra por los ojos con una complacencia estética que muy a menudo nos hace olvidar, y ello acaso sea también voluntad del autor, la sangrante herida del conflicto que no acaba de resolverse en una convivencia respetuosa, probablemente con dos estados que colaboren en ve de enfrentarse a muerte. La calidez humana del personaje lo da a entender, ciertamente. La historia mínima de la película nos habla de un personaje que ha sufrido una pérdida, y que se asoma a la realidad con una mirada inquisitiva, perpleja, curiosa, intuitiva y desprejuiciada; un clon del objetivo de la cámara, dispuesto a fijarse en aquello que la realidad nos ofrece, para bien o para mal, manteniendo la exquisita neutralidad del observador maravillado ante el poliformismo de lo real. Una vez que se ha paseado por la Palestina ocupada, el protagonista decide llevar a su contacto en París el proyecto de una película sobre Palestina. Aunque le alaban el proyecto, no tardan en desentenderse de él, porque no es exactamente lo que ellos entienden por una «película palestina». ¡Cómo va a serlo! La película rechazada es la que vemos, y no se ciñe a los territorios ocupados, sino a la visión de la sociedad globalizada que tiene un palestino. Muy a menudo, la realidad se nos presenta como un espectáculo de danza contemporánea adaptada a situaciones muy diferentes. Y de hecho, esa realidad coreográfica preside la mayoría de las escenas de la película. Destriparé una de excepcional lirismo. Estando en la habitación de su hotel, recoge un pajarillo, un humilde gorrión que ha entrado en su cuarto y lo alimenta. Cuando se sienta a trabajar en su ordenador, el pájaro se posa en la mesa y poco a poco, va acercándose al ordenador hasta dar un buen brinco y colocarse delante de la pantalla. El protagonista lo retira, para poder seguir tecleando, pero el pajarillo lo vuelve a intentar: ballet de nuevo, sí, pero lleno de una ternura muy marcada y emotiva. Finalmente, el protagonista se acerca a la ventana y le indica al pajarillo la dirección que ha de seguir para seguir siendo un animal libre, no encarcelado en una habitación de hotel, y el pájaro sale volando en la dirección indicada. Toda la película está llena de escenas semejantes, más o menos crudas, pero todas ellas con una puesta en escena de paisajes naturales y urbanos que suelen respetar la simetría más rigurosa. El ingenuo Tati suele provocar algunos alborotos con su habitual torpeza, pero este retoño de aquel cine maravilloso mantiene las distancias y fía la inteligibilidad de sus secuencias a la expresividad de sus ojos. Hay en su figura algo de la fragilidad ontológica de Woody Allen, pero, ¡afortunadamente!, nada de su verborrea furiosa. La tranquilidad que transmite la película nos habla de un modo pasivo de entender el mundo que quizás haya de ser asociada a la ideología de la no-violencia de Gandhi. De momento, el personaje, con quien simpatizamos enseguida, ha escogido la mirada irónica como vehículo de comunicación para convencernos de que vivimos en el más extraño de los paraísos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario