miércoles, 13 de marzo de 2024

«El parador del camino», de Jean Negulesco y la fotografía de Joseph LaShelle.

 


Entre el melodrama y el cine negro… una sobresaliente Ida Lupino.

 

Título original: Road House

Año: 1948

Duración: 95 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Jean Negulesco

Guion: Edward Chodorov. Historia: Margaret Gruen, Oscar Saul

Reparto:  Ida Lupino; Cornel Wilde; Celeste Holm; Richard Widmark; O.Z. Whitehead;

Robert Karnes; George Beranger; Ian MacDonald; Grandon Rhodes.

Música: Cyril J. Mockridge

Fotografía: Joseph LaShelle (B&W).

 

          Que Joseph LaShelle, ganador de un Oscar por la cinematografía de Laura, y después nominado en otras ocho ocasiones, esté al mando de la atmósfera lumínica que respira la película es algo así como ponerse a rodar sabiendo que has de hacer muy poco para no malograr tanta sabiduría fílmica como, en efecto, aparece en esta película con una historia sencilla, local y sin misterio, pero con una intensidad en el modo como la viven sus personajes que podemos cifrar en la sobresaliente actuación de la «Bette Davis de los pobres», como se definió Ida Lupino, de idéntica manera que se autotituló la «Don Siegel de los pobres» cuando se pasó a la dirección y nos regaló obras que van ganando crédito con el paso del tiempo, algunas de las cuales están criticadas en este Ojo.

          Que aparezca Richard Widmark, un clásico del cine negro, con ese arte para llevar la gabardina y los sombreros, como dueño de un bar de carretera con sala de espectáculos y bolera, indica que algo turbio —la psicología que bordaba Widmark— acabará cociéndose en la historia. Nuestra sorpresa es que durante la mitad de la película, la película se acerca más al melodrama que al cine negro, porque la llegada de Widmark con Lilly, Ida lupino, para convertirse en «animadora» del local y aumentar los beneficios de sus locales, va a despertar, casi inmediatamente, una atracción salvaje en el socio de Widmark, un honesto, rudo, trabajador y atlético Cornel Wilde, todo un prodigio de limitación expresiva que, sin embargo, «funciona» con eficacia, sobre todo en las situaciones límite y en los primeros planos con Lupino, que es quien, en realidad, organiza su caza, a pesar de que Wilde tiene clara conciencia de que ella ha llegado de la mano de su jefe y de que este le ha revelado que se ha enamorado de ella, lo que prueba una escena en que el enamorado se toma la libertad de entrar en la habitación de ella sin su permiso,  con el desayuno en una bandeja y un búcaro de flores, aunque lo que provoca es la queja de la «violación de la intimidad» por parte de ella. Con un casi encadenado, de esa escena pasamos, poco después, a la repetición de la misma escena, pero esta vez en el club, donde ella está practicando las lecciones que Wilde le ha impartido a requerimiento de Widmark, lecciones en las que la Lupino despliega un sucinto vestuario tan propio para la bolera como para bolear a la res como una gaucha… El caso es que lo despierta, pero después le lleva una bandeja con el desayuno, y ahí ya sabemos que todo acabará mal, porque se cruzan dos historias de amor que, estando Widmark por medio, no se puede resolver «hablando civilizadamente».

          Nada más llegar a la pequeña población, Wilde le pone doscientos dólares en la mano y le sugiere que se vaya, dando a entender que ya ha habido otras antes que ella y que las cosas no han acabado bien. Pero Lilly es una mujer resuelta y dispuesta a gobernar su propia vida, algo que la va a enfrentar a los dos hombres a los que acaba seduciendo. Nada más iniciar su carrera como cantante en el local, la interpretación de One for My Baby, el éxito de Johnny Mercer que popularizó Frank Sinatra y con el que Ida Lupino se atreve con una maravillosa y melódica voz ronca —su papel «exige» que fume durante toda la obra de modo compulsivo, aunque en la hora de las confidencias amorosas sabremos que, en parte, se debe a la frustración de no haber podido ser una cantante de ópera— que seduce no solo a los clientes, sino al propio Wilde, hasta ese momento reacio a su presencia, por lo que se ve en la obligación de disculparse con ella.

          La puesta en escena del local,  la profundidad de campo que se consigue en las tomas de la bolera, las tomas aéreas del centro de la pequeña localidad, el caserón de Widmark y algunos exteriores, como la salida al lago, con una toma desde el jeep, con una celosa Lilly de las evoluciones acuáticas de Wilde y la otra trabajadora del local,  Celeste Holm, que suma dos acciones distintas en un solo plano que las une, de modo que, al final, acabará decidiéndola a improvisar un bañador y acercarse a «su» pieza, por si acaso…
Celeste Holm consiguió un Oscar por La barrera invisible, de Elia Kazan, y trabajo en Eva al desnudo, de Mankiewicz, entre otras.

          El modo como progresa la acción y se va afianzando el idilio entre Lilly y Wilde se «trunca» cuando Widmark regresa del viaje de negocios que estaba haciendo con una licencia matrimonial que quiere someter a la firma de Lilly, algo que ella vivirá como una «imposición», pero que, para Wilde, empleado de Widmark, supone algo así como un decreto de expulsión del campo de juego. Es ella quien lo convence para defender su amor y enfrentarse a su jefe, algo que finalmente hace, pero con el resultado esperado por la audiencia y, en parte, por el empleado: Widmark hará todo lo posible para impedirlo y vengarse de semejante afrenta.

          La película tiene un giro insospechado cuando, la noche en que ambos se van de la ciudad son arrestados por haber robado Wilde la caja fuerte del local. Tras un juicio que se resuelve de modo condenatorio para Wilde, una pena de no menos de dos ni más de diez años, Widmark intercede ante el juez para que le concedan la parole, la libertad condicional, que, si transgredida,  lo llevará inmediatamente a la cárcel por el periodo mayor: diez años. Widmark, que pasa por magnánimo, se convierte en algo así como el «dueño» de la vida de su empleado y, de rebote, de la de Lilly, con quien se casa, porque esta en modo alguno quiere poner en peligro la vida de su verdadero amado.

          A partir de ahí, el espectador podrá disfrutar de un final espectacular sobre el que corro la cortina más opaca. Hasta aquí, sin embargo, nos han traído unas interpretaciones más que convincentes, ¡esa risa espeluznante de Widmark!, y, por encima de todos, una espectacular mujer fuerte encarnada por Lupino con una convicción absoluta, porque su reivindicación de la mujer que escribe su historia es un valor añadido de la película en una época en que no solía ser lo frecuente en las pantallas.

          Negulesco es un maestro indiscutible y aquel año de gracia de 1948 no solo rodó está película interesantísima, pero poco vista, me temo, sino que consiguió un Oscar para Jane Wyman con Belinda, una de las joyas del séptimo arte.

         

         

         

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