lunes, 4 de marzo de 2024

«Venganza de mujer», de Zoltan Korda


Un guion modélico de Aldous Huxley para una fina trama psicológica.

 

Título original: A Woman's Vengeance

Año: 1948

Duración: 96 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Zoltan Korda

Guion: Aldous Huxley. Relato: Aldous Huxley

Reparto: Charles Boyer; Ann Blyth; Jessica Tandy; Cedric Hardwicke; Mildred Natwick;

Cecil Humphreys; Hugh French; Rachel Kempson; Valerie Cardew.

Música: Miklós Rózsa

Fotografía: Russell Metty (B&W).

 

          El hermano mediano de los Korda, Alexander y Vincent, es reconocido como gran director de películas de aventuras, Las cuatro plumas y El libro de la selva, por ejemplo, de ahí que sorprenda mucho verlo en menesteres de delicadeza psicológica como la de esta historia original de Aldous Huxley que él mismo adaptó como guion para la gran pantalla, habiendo sido antes adaptada al teatro, algo que se advierte en las muy numerosas secuencias de interior que hay en la película. Si hablamos de Huxley, hemos de tener presente el potencial narrativo de este autor británico tan interesado en todo lo psicológico, o espiritual y aun lo metafísico, además de su intensa dedicación a las drogas alucinógenas y su interés en la espiritualidad oriental. A partir de uno de sus cuentos, La sonrisa de Gioconda, Huxley va a indagar en la pérfida psicología de algunas mujeres y en cómo determinadas circunstancias ajenas al protagonista, acabarán poniéndolo en el mayor de los riesgos imaginables: perder la vida.

          En un ambiente de alta sociedad, un hombre de exquisita cultura y gran sensibilidad artística visita a una amiga suya que coqueteó con él, pero fue incapaz de derivar hacia ella la galante atención de un  hombre que la ve, ciertamente, como una «amistad» y en modo alguno como una tentación erótica, de lo que ella se resiente. Que Charles Boyer sea el amigo, tras el crédito internacional que le valió Luz que agoniza, de Georges Cukor, es el mejor de los contextos para darnos por enterados de cuál es la situación de partida, aunque la elección de Boyer cumple la función, paradójicamente, de frustrar las expectativas de los espectadores. Ella es íntima amiga de la mujer de él, quien está postrada por la enfermedad, más imaginaria que real, y se deja cortejar por galanes que la consuelan de la distancia que el marido pone respecto de ella y de su enfermedad histérica; distancia que acaba revelándose como el recurso más tradicional imaginado: una amante joven a la que tiene engatusada con su labia, con sus maneras y con la firme promesa de convertirla en su mujer en cuanto su mujer actual dé un paso fatal hacia el armario de pino del que ya no se sale. A la amiga la interpreta una estilizadísima, tan elegante como bella, Jessica Tandy, a quien la fama le llegó de muy mayor, con Paseando a Miss Daisy, de Bruce Beresford. Ello ocurre, cierto, pero también que el amante de la enferma ha descubierto al marido en la grata compañía de la amante, lo que le brinda la oportunidad de chantajearlo por bastante más dinero del que la mujer, antes de morir, estaba dispuesta a entregarle en agradecimiento por su compañía.

          La muerte de la mujer, un día en que la enfermera había salido, provoca un viaje del marido del que vuelve a una casa que se está vaciando, porque es voluntad del viudo trasladarse a Europa. Su amiga lo visita en una casa prácticamente desolada, en una fiera noche de tormenta que impresiona más allá de las altas cristaleras del salón donde tiene la entrevista entre los amigos. A punto de irse, aparece la amante del protagonista, quien se la presenta a su amiga como su mujer, con quien acaba de casarse súbitamente, antes de partir de viaje a Europa. El shock de la amiga, que mil veces había pensado que su amiga enferma era el único obstáculo que había entre ella y él, que con tanto afecto y cortesía la ha tratado, siempre es escondido bajo una tonelada del savoir faire británico que encaja una puñalada en el pecho con la más dulce de las cortesías y los parabienes a la nueva pareja. A lo largo de esa entrevista, ella ha dado a entender que por fin había caído el muro que los separaba a ambos, pero la extrañeza de él la lleva a refrenar las ansias de confidencialidad y la recata en una prudencia que la proteja. El espectador lo entiende casi todo, el protagonista no entiende nada de nada, porque el contraste entre una exuberante jovencita de 20 años, Ann Blyth, magnífica en su papel de casada que se deja convencer por la sospecha que enseguida aparece de que su marido bien pudiera haber sido el asesino de su primera mujer, y una mujer hermosa y madura, en lo mejor de su treintena larga, no tiene color para el protagonista. Una cosa es la amistad intelectual y artística y otra, muy distinta, la pasión erótica. La amiga vive la primera con la intensidad de la segunda, pero él distingue ambas y busca para cada una de ellas la mejor compañía…

          Por la sinopsis ya todos los lectores habrán intuido que, en efecto, el marido es llevado a juicio y que no solo es incapaz de defenderse, sino que acaba siendo condenado a muerte.

          La intercesión de un doctor próximo a ambos amigos va a generar un relato que añadirá el giro de tensión y suspense que la historia ha ido gestando poco a poco: a través del juicio y a través de las reacciones de todas las mujeres involucradas en el caso, incluida la enfermera a quien se dio el día libre, y cuya resolución habrá de esperar hasta la secuencia final.

          La dirección de Zoltan Korda, ajustadísima al denso contenido psicológico de la película se recrea en muchos primeros planos de alta expresividad, así como en secuencias tan formidables como la de la tormenta cuando su amiga está a punto de hacerle una confesión que, con enorme cautela, refrena en su boca, lo cual agradece cuando recibe el revés del ya consumado matrimonio del viudo con una joven demasiado joven, que es lo que todo el mundo a su alrededor piensa de él. La amiga, no obstante, es capaz de superar su despecho acercándose a la nueva mujer y ofreciéndose a «acompañarla» en los primeros compases de su nuevo estado. Pensemos, para complicar aún más la situación, que la joven mujer ha quedado embarazada y vuelven a Inglaterra para tener el hijo, justo cuando él es acusado del asesinato de su anterior esposa.

          Los diálogos brillan a la gran altura literaria característica de un escritor como Huxley, autor de Contrapunto, Un mundo feliz, Ciego en Gaza o La isla, entre otras. Lo mejor del refinado espíritu británico para unos personajes con los que la literatura y el cine nos han familiarizado desde hace mucho.

          No es una película demasiado conocida, pero entretendrá e interesará a cuantos amantes del cine británico frecuentan las pantallas.

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