viernes, 15 de marzo de 2024

«American Fiction», de Cord Jefferson, ópera prima con mucho oficio.

 

El poder, los estereotipos y la ideología woke… en una comedia con excelentes finales…

 

Título original: American Fiction

Año: 2023

Duración: 117 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Cord Jefferson

Guion: Cord Jefferson. Novela: Percival Everett

Reparto: Jeffrey Wright; Tracee Ellis Ross; Erika Alexander; Issa Rae; Sterling K. Brown;

John Ortiz; Leslie Uggams; Adam Brody; Keith David; Myra Lucretia Taylor; Raymond Anthony Thomas; Okieriete Onaodowan; Miriam Shor; Michael Cyril Creighton; Patrick Fischler; Neal Lerner; J.C. MacKenzie; Jenn Harris; Bates Wilder; Michael Jibrin; Skyler Wright; John Ales; Michele Proude; David De Beck; Becki Dennis; Greta Quispe; Kate Avallone; Dustin Tucker; Justin Andrew Phillips; Jason A. Martinez; Celeste Oliva; Alexander Pobutsky; Michael Malvesti.

Música: Laura Karpman

Fotografía: Cristina Dunlap.

 

          Otra pieza cobrada a la actualidad: una película con Oscar al mejor guion adaptado en la primera aparición en un largo de su autor, Cord Jefferson, habitual de la televisión, y a quien se le cerraron no pocas puertas antes de poder sacar adelante su proyecto. El premio reconoce la calidad de un guion perfectamente trabado que fluye con una doble perspectiva: el drama familiar y la comedia en el mundo literario. Arranca con el despido de un novelista de su puesto como profesor de escritura en una universidad, donde es denunciado por el wokismo dominante en tantos sectores de la sociedad usamericana y europea, y su regreso a la casa familiar para encontrarse no solo con la muerte de su hermana, el ángel de la guarda que lo ha librado de la responsabilidad frente al envejecimiento de su madre —su padre se suicidó en la casa de la playa de la familia—, con Alzheimer declarado y a quien él se ve forzado a cuidar, dada la ausencia del otro hermano, un escultural gay, aficionado a colocarse, con  quien se reencuentra y a quien tendrá que descubrir para aceptarlo, si bien es él quien se encarga de todos los trámites para instalar a su madre en una residencia donde reciba los cuidados que él no está dispuesto a prodigarle, por supuesto, y en buena lógica vital. Después de algunas publicaciones exitosas, el autor protagonista choca contra un muro de incomprensión acerca de sus proyectos de notable altura intelectual. La desaparición de su fuente de ingresos lo obliga a buscar una solución y, a modo de divertimento, se dedica a escribir una novela llena de motherfuckers y otras crudas lindezas en un ambiente de marginación y drogas que, en un guiño cómico no original, pero sí efectivo, se representa ante su escritorio, de tal manera que los personajes están pendientes de lo que a él, finalmente, le dé por escribir. La escena es divertida y constituye una muestra del disparate frenético y sádico de ciertos ambientes que parecen inspirados en The Wire, de David Simon,  pero en su versión más cutre. Al final, la firma con un pseudónimo  y se la envía a su desesperado representante, quien la mueve entre los editores y consigue «colocarla», con la ficción contextual de que el autor es un huido de la Justicia, y de ahí el uso del pseudónimo. El experimento, en consecuencia, que se inicia como un juego, acaba cobrando una dimensión que se le escapa de las manos al autor, quien, además, es convencido para participar como miembro «de cuota racial» en el comité que otorga el premio al libro del año, comité donde ha de evaluar su propia obra, a la que, en un triple mortal sin red, decide cambiarle el título original por el de Fuck, ante el estupor, primero, y el entusiasmo, después, de los editores que están dispuestos a pagar por esa «mierda» deliberada, hasta 750.000$, lo que queda chico ante los cuatro millones que, rodando y rodando la bola del disparate, está dispuesto a pagarle un director por la adaptación al cine. Y ahí la trama deriva hacia una complicación argumental que se superpone a la historia cotidiana de la vida familiar y la relación del protagonista con una vecina que ha leído sus libros pero a la que sorprende leyendo el bodrio que ha escrito para reírse de los lectores blancos a los que todo lo relativo a la «negritud» les interesa y siguen desde esa superioridad que, junto a otra escritora con quien coincide en el jurado, él califica como «de los Hampton», esto es, la zona residencial del extremo de Coney Island con el valor inmobiliario más alto de toda Usamérica.

          Las dos tramas, que canónicamente acaban convergiendo, se siguen con absoluto placer, gracias, sobre todo, a un protagonista, Jeffrey Wright, que pasea su escepticismo y su contención expresiva a lo largo de la película con un magnífico sentido del humor. Estamos ante un escritor consciente de lo que son los altos valores culturales de la literatura y que se ve embarcado en una suerte de engaño masivo que descubre las miserias de un mundo editorial amigo del sensacionalismo y dispuesto a convertir en un superventas una novela que ni llega a la altura de las de quiosco, las venerables muestras de pulp-fiction a las que rindió extraordinario homenaje Tarantino en su famosa película. Junto a esa trama desternillante, el drama familiar, al que el hermano y la criada de la casa con su boda tardía, añaden un toque de comedia, nos priva, por exigencias del guion que imponen la muerte de la hermana cuidadora para que el autor haya de vérselas con la vida real, en vez de solo con sus elaboradas ficciones, la presencia de una actriz, tan eficaz en su papel de doctora desengañada, como Tracee Ellis Ross. ¡Una lástima que el guion exija óbitos estratégicos así!

          American Fiction, pues, viene a ser como una alternativa a los premios «oficiales» del poderío productor, filmada desde una visión muy realista de la sociedad usamericana y con muy notable sentido del humor. Tenía razón su director. Es posible que en vez de una película de doscientos millones, se deberían hacer diez de veinte, porque hay muchas historias que merecen ser contadas. Y esta de Cord Jefferson es una buena muestra.

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