viernes, 15 de marzo de 2024

«Vidas pasadas», de Celine Song o el mal de ausencia en una ópera prima muy sensible.

 

Rescatar el pasado o el trance de aceptar que no somos, en cierto modo, quienes fuimos.

 

Título original: Past Lives

Año: 2023

Duración: 105 min.

País:  Estados Unidos

Dirección; Celine Song

Guion: Celine Song

Reparto: Greta Lee; Yoo Teo; John Magaro; Moon Seung-ah; Youn Ji-hye; Jonica T. Gibbs; Federico Rodriguez; Choi Won-young; Jane Yubin Kim; Emily Cass McDonnell; Conrad Schott; Oge Agulué; Leem Seung-min; Kristen Sieh; Nathan Clarkson; Nadia Ramdass; Skyler Wenger; John-Deric Mitchell; Bob Leszczak; Isaac Cole Powell; Chase Sui Wonders.

Música: Christopher Bear, Daniel Rossen

Fotografía: Shabier Kirchner.

 

          En estos tiempos de comunicación global, nadie se pierde para nadie en el gran río de la vida. Y no siempre los «¿y qué habrá sido de…?» acaban teniendo un final feliz o siquiera amable. El planteamiento de la película supone, en efecto, la constatación de la validez de mi primer aserto, porque, a través de internet, no resulta complicado, en sociedades avanzadas, seguir el rastro de alguien y dar con la persona deseada para «rescatarla» de un olvido de, a veces, muchos años. Hay una suerte de rito nostálgico en esa búsqueda del pasado, viejos amigos, familiares lejanos, compañeros de escuela, amilegas, etc. al que parece difícil resistirse, si bien todo está en función del recuerdo óptimo que tengamos de ese pasado que queremos descubrir y con el que queremos reconectar.

          Los dos protagonistas de esta película han sido compañeros de clase muy «especiales» durante su infancia, hasta el punto, incluso, de poder hablarse de un «primer amor», jamás formulado de otro modo que el de la felicidad de compartir el tiempo y los juegos, hasta que ella, siguiendo a su familia ha de irse, con el consiguiente desgarro que ello supone. Ella se va a Canadá. Él se queda en Seúl. Su último encuentro es en un jardín en el que, bajo la atenta mirada de sus madres, juegan con absoluta complicidad. Pronto la vida de cada cual es absorbida por su presente inmediato y se olvidan el uno del otro, ¡hasta que ella decide rastrear su existencia en internet!, momento en el que se entera de que él la ha estado buscando también. El momento del contacto, y quien haya pasado por una experiencia similar sabrá la intensidad emocional involucrada en ese reencuentro extraño en el que dos desconocidos  vuelven a cruzar sus caminos como si nunca se hubieran apartado el uno del otro y no hubieran pasado los doce años de la primera separación y luego otros doce más hasta el encuentro en persona, estando, como en este caso de la película, ella casada y él, soltero, y sin saber muy bien qué rumbo ha de seguir en la vida, más allá del del trabajo y la añoranza de un lejano amor infantil que sigue guardando como un preciado tesoro en su memoria.

          La reanudación de la relación es inicialmente cibernética, de pantalla a pantalla, y permite constatar que el afecto de antaño sigue vivo, y que la felicidad de simplemente estar juntos aún mantiene su hechizo. En esta fase de la película, podemos relacionarla con otras como 10.000 km, de Carlos Marquet-Marcés, en la que se mantiene la ficción del enamoramiento de una pareja a través de la relación por videoconferencia a la distancia del título. 1000 km más se añaden en esta otra relación que relaciona a los protagonistas con veinticuatro años, antes de que cada cual siga el curso de su vida, a resultas del cual ella acabará contrayendo matrimonio con un escritor —en parte para conseguir el permiso de residencia en Usamérica— y él seguirá soltero y sin otro compromiso que el trabajo y la amistad. Han de pasar esos otros doce años —pero estamos lejos de la propuesta de Richard Linklater, Boyhood, y sí más cerca, acaso, de su trilogía del Antes de…— para pasar la prueba de fuego de la cercanía, del contacto físico y de la convivencia, aunque sea la algo forzada de ciertas salidas turísticas en una Nueva York muy hermosamente fotografiada, con una presencia y una nitidez que aparecen, sobre todo sus edificios luminosos, como un recordatorio del Manhattan, de Allen. Hacía tiempo que no veía Manhattan tan hermosamente fotografiado como aparece en esta película.

          La castidad del encuentro entre ambos, él, Hae Sung, tan tímido, y ella, Nora, casada y supuestamente enamorada de su marido, aunque sintiendo aún un fuerte tirón afectivo hacia su cómplice de infancia, quien permanecía a su lado, como un feroz e impasible guardián armado, cuando ella cedía a sus muchos llantos, nos ofrece una relación muy sutil que acabará complicándose con la entrada en liza del tercero en discordia: el marido. La impotencia de este, quien se siente marginado ante la relación en coreano de su mujer y su amigo de la infancia le lleva a revelarle que está estudiando coreano porque, por las noches, ella solo habla, cuando sueña, en coreano, acaba «complicando» relativamente el encuentro, porque él se siente inseguro respecto de la reacción de su mujer, aunque, en su calidad de escritora teatral, le recuerda que es imposible que ella deje colgado un ensayo teatral, y menos por ningún hombre. Pero esa valiente afirmación es anterior al encuentro en persona, cuando aparece el concepto budista del In-yun, de acuerdo con el cual, cada uno de nosotros está destinado a tener una relación con alguien con quien, acaso, no hayamos hecho otra cosa que rozarnos inadvertidamente, un hecho aparentemente intrascendente pero que puede tener consecuencias duraderas en nuestras vidas. Hay, en ese concepto, una visión poética de las relaciones amorosas que la película ejemplifica en el caso de ambos protagonistas, cuyo «roce» en la infancia fue tan marcado como para poderlos convencer, ahora, de que han nacido el uno para el otro. La película, romántica como pocas, pero también contenida y sin el más mínimo alarde de sensiblería, va por otros derroteros, esto es, por la fuerza del presente y de lo real frente a las teorías del amor idealizado, pero el caso es que el buen mozo, Yoo Teo, que se planta ante ella, con la misma timidez que de niño, pero también con la misma devoción amorosa, la hace dudar seriamente de cuál ha de ser el derrotero que siga su vida. A quienes no les guste que les destripen los finales, haga el favor de detener su lectura, pero, dada la economía de gestos de la película, tan de matriz oriental, no puede pasar desapercibido al espectador que cuando él se va al aeropuerto en el taxi y ella lo despide en la acera de la calle, vuelve al refugio del abrazo de su marido, pero ella continúa con los brazos extendidos y paralelos al cuerpo, como si aún estuviera recriminándose no haberse ido con su «verdadero» amor. Sí, claro, el In-yun garantiza que siempre se está a tiempo de recuperarlo, porque esa teoría del amor implica un altísimo número de contactos como requisito previo para poder cumplir con él.

          Aunque la puesta en escena, con el fabuloso retrato de Nueva York, otorga cierta majestuosidad a la película, estamos ante una película intimista, casi sotto voce, con diálogos nada grandilocuentes, pero sí llenos de sorpresa y admiración por el azar de los caminos que siguen las vidas. Hay mucho lenguaje fático, el propio que admite esa presencia apabullante de lo real imponiéndose contra cualquier intento de cambiar lo que ha sido escrito con la tinta indeleble del azar: no otra cosa son los wow! con que se saludan a uno y otro lado de la pantalla cuando por fin se encuentran, por ejemplo.

          Si la protagonista, una mujer ambiciosa que quiere llegar a lo más alto en su carrera de escritora, nos enamora con su sensibilidad, la actuación de Yoo Teo es de todo punto admirable, y en su presencia, acaso un poco «acomplejada», por el poco mundo que tiene el joven, se condensan rasgos tan atractivos como la sinceridad y la pasión intacta, aunque controladas por una timidez que lo lleva, acaso por falta de confianza en sí mismo, a no intentar «modificar» una vida tan «escrita» como la de su antiguo amor. Ambos, el uno frente al otro, tienen la misma duda: ¿soy yo, sigo siendo…, aquel que fui? La doctrina budista de los cambios constantes, fundamento del Yijing, impide dar una respuesta definitiva a esa pregunta, si bien siempre queda la esperanza de la puerta abierta a un encuentro futuro.

          Una historia de amor muy de nuestro tiempo, en el que parecemos empeñados en no renunciar a nada; pero ciertos descubrimientos no tardan en revelarnos que la esencia de la vida es la toma de decisiones que nos impiden, paradójicamente, poder tenerlo todo. El dolor de la ausencia, no obstante, puede acabar enquistado de forma endémica en cada uno de nosotros.

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