Un Coup de
dés jamais n'abolira le hasard…
Título original: Coup de
chance
Año: 2023
Duración: 96 min.
País: Francia
Dirección: Woody Allen
Guion: Woody Allen
Reparto: Lou de Laâge; Niels Schneider; Melvil Poupaud; Valerie
Lemercier; Elsa Zylberstein; Grégory Gadebois; Guillaume de Tonquedec; Bárbara
Goenaga; Jeanne Bournaud; Anne Loiret; Sara Martins; Arnaud Viard.
Fotografía: Vittorio Storaro.
Fortuna es diosa
ampliamente frecuentada en la filmografía de Woody Allen, y en esta película,
con la que me tropecé en Movistar+ tras haberme olvidado de que la había
estrenado, juega un papel determinante. Todo comienza con un encuentro fortuito
entre dos antiguos compañeros de Liceo que va progresando poco a poco por las
especiales circunstancias de ambos, que han tenido dos matrimonios iniciales
desafortunados y difieren en la soltería de él y en el matrimonio levemente
insatisfactorio al inicio de la película y una cárcel cuando ella se da cuenta
de que se ha enamorado del antiguo condiscípulo. La planificación es lenta, pero
desde la primera fiesta a la que van los esposos se nos pone al corriente de
los rumores que han corrido sobre la improbada responsabilidad del marido en la
desaparición inexplicable de su socio en los negocios, lo que lo dejó a él al
mando de los mismos, con el consiguiente incremento de su patrimonio. No
tardamos, además, por la reacción de ella ante un carísimo regalo que él le
hace, que se trata de dos sensibilidades y dos temperamentos muy distintos. La
aparición de la madre, aliada incondicional del marido, que la trata como a una
reina (madre, por supuesto), parece un incordio, primero, pero acaba
adquiriendo un papel protagonista que supone un giro inesperado para el
espectador, quien, además, lo agradece.
Los celos, que
también mueven el mundo, no tardan en aparecer en quien tiene un sentido
ultraposesivo de todo, su mujer incluida, y para quien la riqueza es la mayor ambición
que se puede y debe tener en esta vida. Enemigo del azar, para él no existe,
sino que las personas lo han de provocar, no tardamos en descubrir el lado «oscuro»
de un personaje que ha levantado toda clase de rumores. Su enigmático negocio:
hacer más ricos a los que ya lo son, forma parte de esa zona de sombra sobre la
que la mujer cierra los ojos, abstraída en su trabajo como galerista.
En términos
cinematográficos, la película «francesa» de Allen recuerda bastante la vena
criminal de películas como las de Chabrol, aunque, dado el nivel social de los personajes,
en vez de una pequeña población con entorno rural, Allen se recrea en el París por
cuyos parques, río e interiores fastuosos de pisos de ensueño se mueve con un
excelente ojo planificador. Ahí está, con todo, para esos interiores como la
mansarda bohemia del joven escritor con quien se ha encontrado la esposa, la
fotografía emblemática de Storaro, muy presente también en el bar recoleto
adonde los seguirá la detective privada, ¡impagable, la señora en cuestión!,
para recoger la prueba evidente del adulterio que desatará la maquinaria
criminal que activa su marido con un par de rumanos de impresentable catadura
que más parece asemejarlos a los Dalton que a concienzudos profesionales,
aunque cuando liquidan al amante y limpian el piso cumplen como tales.
No rompo los
sellos del secreto mejor guardado, porque la película tiene dos partes bien
marcadas por esa desaparición que, antojándosele inexplicable a la amante, la «redirige»
al confort de su matrimonio. A partir de este momento, también, otra fiesta con
los corrillos de rigor en uno de los cuales está la madre, quien oye el rumor que
acompaña, desde siempre, al empresario de éxito: la desaparición de su socio. A
partir de ese momento, la madre ata los cabos de rigor y comienza una
investigación que tiene diversos momentos de muy variada naturaleza: cómicos,
tensos, dramáticos, y a todos los cuales acompaña un suspense perfectamente
trazado. Es cierto que hay elementos muy previsibles en la trama, pero Allen se
reserva un final que deja al espectador un excelente sabor de boca.
Insisto, no
estamos ante Match Point o El sueño de Casandra, y mucho menos
ante Delitos y faltas, pero la aparente amabilidad con que transcurre la
película, a pesar de los tópicos que abundan en la trama, no impide que haya
excelentes retratos de los personajes, sobre todo del celoso marido, perfectamente
encarnado por un Melvil Poupaud que tiene cambios de registro muy notables, y
su transfiguración en la entrevista con el director de la agencia de detectives
es buena muestra de ello.
Los jóvenes
amantes, que se citan en los parques hasta que ella da el paso de aceptar ir a
su apartamento, lo que transforma su relación en una pasión compartida, cumplen
de modo muy natural con su cometido, lo que no es poco, dado el alto grado de «topicidad»
al que tienen que hacer frente. Y lo sorprendente es que su aventura discurra
de forma paralela a las crecientes sospechas del marido sin que estas aparezcan
antes, aunque está clara la intención del marido de hacer todo lo posible para
no perder a su esposa, por quien es notablemente envidiado.
No sabemos aún
si esta será o no la última película de Allen, pero lo cierto es que, sin ser
un broche de oro indiscutible, es una excelente muestra de esos temas a los que
ha dedicado decenas y decenas de películas con mayor o menor acierto: el
adulterio, los celos, el amor romántico, la importancia del azar en las vidas
de las personas, lo cerca que está el amor del delito, y todo ello rodado con
una elegancia y una puesta en escena que maravilla a propios y extraños. Las
películas de Allen siempre han sido notables por las localizaciones, y aquí no
falla: la ribera del Sena, el mercado popular callejero donde los amantes compran
para su primer encuentro en casa de él, las casas, los cafés, las fincas de
recreo…, la oficina de ella, todo está medido al milímetro para que unos
personajes sin aparentes necesidades descubran sus insatisfacciones y sus
miedos. Claro que hay alguna sorpresa notable, pero la más importante cualquier
aficionado al cine sabe que se va a producir en los términos en que se produce,
pero en modo alguno ello arruina el final espectacular de la película, lleno de la
habitual ironía del autor.
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