martes, 22 de abril de 2025

«Parthenope», de Paolo Sorrentino o el extravío.

 

Entre el mito, la pasión frígida y demasiado Fellini al fondo…

 

Título original: Parthenope

Año: 2024

Duración: 136 min.

País:  Italia

Dirección: Paolo Sorrentino

Guion: Umberto Contarello, Paolo Sorrentino

Reparto: Celeste Dalla Porta; Gary Oldman; Stefania Sandrelli; Luisa Ranieri; Silvio Orlando; Isabella Ferrari; Peppe Lanzetta; Silvia Degrandi; Lorenzo Gleijeses; Daniele Rienzo; Dario Aita; Marlon Joubert; Alfonso Postiglione.

Música: Lele Marchitelli

Fotografía: Daria D'Antonio.

 

          Llego tarde a la visión desprejuiciada, dada la profunda división de opiniones que ha suscitado este extravío fílmico de un director al que sigo con devoción desde aquella joya incomprendida que fue Un lugar donde quedarse; pero he puesto mis cinco sentidos en verla libre de ellos y ajeno a las banderías creadas, ese mal de la polarización que se ha enseñoreado del país en todos los ámbitos, y el cine siempre ha sido terreno fértil para esa planta venenosa.

 Nos impresionó a todos con La gran belleza, que he visto hasta en tres ocasiones, y, en cierto modo, la figura de Gambardella es sustituida en esta película por su homóloga del sexo opuesto: Parthenope, una mujer, también, destinada al fracaso, a vivir en la nostalgia de lo que pudo haber sido, y a vivir, además, una vida de impostura y favor, como profesora de una disciplina indescriptible: Antropología. Diríase que su vida es el único libro de texto posible de la disciplina que estudia, pues toda la película la tiene como protagonista de una existencia en la que, aun siendo protagonista, parece desear convertirse en espectadora, dado su acercamiento a las realidades que van marcando su vida: la familia y sus apuros, la cercanía del incesto, las transgresiones sexuales, en parte como reminiscencia de un libertinaje parecido al de Eyes Wide Shut; las transgresiones morales so pretexto de investigar el fenómeno antropológico del milagro, y, estando en Nápoles, ¡cómo no iba a ser la licuación de la sangre de San Genaro el milagro escogido!

Parthenope no es solo un nombre, el de la protagonista, sino un mito y detrás de él está la historia de la fundación de la ciudad de Nápoles, omnipresente, en forma de planos, muchos de ellos muy bellos, de la ciudad por donde Parthenope pasea su existencia precaria, un poco al albur de sucesos que casi nunca adquieren el carácter de episodios de una línea narrativa clara. Y ese es uno de los grandes defectos de la película: la historia ha sido reemplazada por «cuadros», por escenas, que componen una surte de friso en el que, supuestamente, ha de leerse el carácter ambiguo, complejo y atractivo de una ciudad que es la ciudad del director, metamorfoseada en una protagonista  que suma belleza, juventud y picardía, y que está siempre dispuesta a vivir Las más extravagantes experiencias, sea la de la diva con máscara, sea el trío sexual, con el hermano incluido, sea la repugnante y felliniana escena con el cardenal en el picadero divino donde el viejo sátiro masturba a la ofrecida sirena… Sí, la suma de cuadros no da como resultado una narración, y de ella se resiente la paciencia del espectador, acaso mal habituado a esquemas diegéticos antiguos pero sólidos, en los que no solo se reseñan acontecimientos, sino que se describen psicologías con mayor o menor atractivo: nada de esto hay en la película, sin embargo.

Lo que hay es una entronización de la belleza que se agota en sí misma. Se nos ofrece como una tentación, propiamente como el canto de la sirena que, según la mitología, tentó a Ulises en su travesía. En la película, su presencia seductora no domina a todos los personajes, y ella misma, en muchas ocasiones, se sorprende de su propio escaso poder: de frente a la cámara, observamos sus mutaciones, de la tristeza profunda a la sonrisa ingenua y explosiva, y observamos, no sin cierta indiferencia, sus paseos por lo extraordinario y lo grotesco, como el hijo-globo del catedrático interpretado a la perfección por Silvio Orlando, una presencia que sube inmediatamente el nivel de la película, justo lo contrario de los casi cameos, a juzgar por su escaso y errático papel, de Gary Oldman y de Stefania Sandrelli, en el papel de Parthenope veja.

La película sigue la línea cronológica de la vida de la protagonista y todos los inicios de capítulos se anuncian junto a un resto arqueológico que parece indicarnos la voluntad de nexo histórico con el pasado mítico y real de la ciudad . La casa de los protagonistas, que da a una cala pequeña es un prodigio de quietud, aunque el desmoronamiento de la riqueza familiar va convirtiendo, con el paso del tiempo, el lugar en lo más parecido a una ruina. Como ocurre con las películas de Fellini, la gran influencia  que no esconde Sorrentino, la puesta en escena es uno de los grandes valores de la película, y ya sea la cama con baldaquino alrededor de la cual el hermano de Parthenope tiene permiso para contemplarla medio desnuda, ya sean las rocas a la orilla del mar donde ella toma el sol, ya la aparición surrealista de un camión de riego que detiene el cortejo fúnebre del hermano que ha acabado suicidándose, ya el autobús futbolero de una celebración de una victoria del club de fútbol de la ciudad, una institución que tuvo espacio principal en esa hermosa declaración de amor al cine y a la vida que es Fue la mano de dios…, ya el espacio religioso donde tiene su encuentro antierótico para sonsacarle a su eminencia el secreto del milagro de la sangre de San Genaro, todos esos espacios y la iluminación correspondiente están cuidados hasta el más mínimo detalle. La lástima es que se hayan agotado los esfuerzos en crear esas maravillas que se nos quedan un poco vacías de historia, porque, al menos en mi caso, la belleza de la actriz no llega, de ningún modo, a la explosión arrebatadora que imanta la atención de los espectadores. La vivencia de la sexualidad, por otro lado, adquiere rasgos de ritual, más que de experiencia impactante, y de ahí la frigidez erótica que destila la película, como si se nos quisiera decir que de una ciudad es imposible y estúpido enamorarse, que solo nos va a devolver frialdad y cambio continuo, metamorfosis continua en la que desaparece la propia belleza, la gracia y la ingenuidad, motores que impulsan la vida en sus comienzos, pero que son incapaces de hacerlo cuando esta periclita y la nostalgia se apodera de nosotros y nos deja vueltos hacia lo previsible, no hacia la constante epifanía que significa la juventud y aun la madurez.

 

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