Entre documental y leve ficción: una meditación sobre el tiempo, el pueblo, la naturaleza y la Semana Santa en Baena: la película que hubiera filmado Cristina García Rodero.
Título: Los restos del pasar
Año: 2023
Duración: 83 min.
País: España
Dirección: Luis (Soto)
Muñoz, Alfredo Picazo
Guion: Luis (Soto) Muñoz
Reparto: Antonio Reyes;
Rodrigo Ramírez; Paco Ariza; Rafael Ramírez; Jesús J. Corredor.
Música: Juan Marpe, Pedro
Catalán
Fotografía: Joaquín García-Riestra Guhl.
Solo Azar ha
dictaminado que caigan mis ojos sobre una película en parte sobre la Semana
Santa en Baena, y en su totalidad sobre la tierra, el pueblo, las tradiciones,
el Tiempo —sí, con la mayúscula de la abstracción hecha duración humana— y la
mirada que todo lo ve desde el enfoque privilegiado de la lente hipersensible
al juego de la Luz —también con la mayúscula del poder que revela lo que existe
en una dimensión artística única— que es la cámara cinematográfica, si bien
captado.
Los restos del pasar es una portentosa
película de raíz poética que hechiza al espectador y lo lleva de una a otras
realidades de y en Baena, como si todo lo filmado, obra de siglos, naciera en
ese momento en el que la palabra «acción», del director, es más infiel que
nunca a su contenido. Sí, a veces el Tiempo se detiene, como ocurre en las
películas de algunos grandes como Tarkovski, Béla Tarr, Dreyer o Bresson, y lo
que la cámara engulle con avidez se metamorfosea en el rostro de lo misterioso
esclarecido.
El lector de estas líneas puede pensar que
la película es una sucesión de planos estáticos con una fotografía excepcional
en blanco y negro, y otras en un color que adquiere textura tangible: por un
lado, la propia de las pinturas de uno de los personajes, el pintor Paco Ariza,
fallecido en 2023 y a quien la película rinde homenaje, articulando en torno a
él y a un niño que a él se acerca, con la mirada inquisitiva y las preguntas
desconcertantes que solo a ellos les es permitido hacer; por otro, el de las
manos que cosen, cocinan, pintan, lavan…, las manos que le dan sentido al vivir
cotidiano, de cuanto en ellas nos apoyamos para las más nobles y las más
humildes tareas… Y al fondo o en primer plano, o al costado, el marco de los
campos de olivos de Baena, incluso el tristísimo de los talados, o el propio
entramado urbano que recorren los pasos en las procesiones de Semana Santa,
llenos de imágenes asociadas a la religiosidad popular que las lleva en
volandas por las calles estrechas donde, aquí o allá, una saeta te descose las
arterias y te altera las venas, de puro sobrecogimiento y fe de carbonero.
La dimensión antropológica inequívoca del
documental me ha traído a la memoria las fotografías imperecederas de Cristina
García Rodero y, a su vez, me ha devuelto a los ya muy lejanos años de
infancia, porque sorprende, a día de hoy del siglo de siempre poder filmar los
rostros que aparecen en pantalla, como si emergieran de ese fondo secular en el
que las generaciones se suceden unas a otras con mínimos cambios. La cámara no
selecciona, pero recala en esos rostros anfractuosos o curtidos por las labores
del campo, y sucede, a veces, que, en la celebración religiosa, hombres y
mujeres se disfrazan, y algunos hay que se levanta la careta y el rostro
aparece como otra careta que vuelve prescindible la de la máscara. Sobre todo
en las muchas secuencias dedicadas a la vivencia de las procesiones, la cámara
rueda desde ángulos privilegiados que permiten planos en los que entra la
iglesia, el paso, la calle, los campos y las nubes… en perfecta simbiosis que
expresa el latido humano de lo que es, de lo que dejará de ser cuando toquen,
como esa tarde están tocando, las
campanas del campanario, y lo que quedará de cuantos pasaron.
La poderosa voz en off del adulto
que en el presente es el niño al que vemos nos va guiando con un amor a todo
cuanto aparece como un milagro ante nuestros ojos (personas, cosas, calles,
campos, cielos, piedras, casas, enseres domésticos, pinturas, cocinas, gallinas,
caminos…, ¡Baena!), pero se salva de la envenenada nostalgia y del ciego amor a
lo propio: es una voz evocadora y respetuosa que aprecia los detalles mínimos,
porque sabe que la grandeza de la vida no está en las grandes gestas, sino en
los gestos repetidos ad náuseam, los gestos del vivir cotidiano que nos marcan
y, en cierta poderosa forma, nos definen, y a nuestros semejantes: ¿qué son, si
no, las «cofradías» de Semana Santa, sino la fraternidad en la igualdad de la
devoción a «lo santo»?
Que esta película tiene una fotografía que
cae dentro de lo real maravilloso ha de decirse bien alto, y el trabajo de Joaquín
García-Riestra Guhl destacarse como, acaso, y sin desmerecer las otras
autorías, la gran baza de la película. Alternar el blanco y negro y el color,
sobre todo este último tan táctil, con el ascético de una bicromía tan
artificial, ¡solo en el cine, y en las fotos antiguas, hemos visto todos la
realidad en blanco y negro!, ha sido un total acierto. A mí me han venido a la
memoria las imágenes del gran documentalista Robert J. Flaherty, Man of Aran,
¡y con qué nostalgia me quedé a las puertas de visitar esas islas en nuestro
viaje a Irlanda, contemplándolas desde los Moher de Galway! ¡Qué sentido de la
luz, de la composición y de la perspectiva hay en esta película que, a las
puertas de la Semana Santa, nadie debería dejar de ver! Los planos estáticos
que se centran en rincones de lo que bien podría considerarse casa-museo de
Ariza o de las calles o templos del pueblo aparecen como un juego de
impresiones que nos permiten, con un ágil montaje, algo así como una bendita
inundación visual que contemplamos en un silencio reverente, admirado. El montaje
es la otra baza fundamental de la película, porque, al margen de la historia
del niño, de ojos renacentistas, construye una narración del Tiempo y, como lo
tituló Hesiodo, de Los trabajos y los días que nos dejan helénicamente
pasmados, lo cual es, como nadie ignora, el estadio inexcusable que precede al
conocimiento. Lo que Soto y Picazo consiguen, ¡Meliès los bendiga!, es meterte
el entramado urbano, humano y paisajístico de Baena en el corazón y, a partir
de ahora, en la memoria. No son «restos» del pasar lo que vemos en la película,
sino el latido humano de las vidas que pasaron, pasan y seguirán pasando y forjan realidades, desde la
humildad del arte y de la cotidianidad.
¡No se la pierdan!
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