Los dramáticos prolegómenos del Holodomor ucraniano.
Título: Pan
Duración: 44 minutos
Año: 1929
Dirección: Mykola
Shpykovskyi
Reparto: Fedir Hamalii,
Dmytro Kapka, Luka Lyashenko, Sofia Smirnova, Vladimir Uralsky
Música: Luke Corradine.
Pan es, ¡cosas de la censura!,
una novedad que se estrena en Filmin trece años después de que fuera descubierta,
tras haberla devuelto a Ucrania el gobierno Ruso. La película fue censurada en
1930, siete días después de su estreno y quedó inédita en la caja de lata del
olvido, sufriendo los rigores del silencio, la degradación cromática y el
olvido. Una caja como esas que persigue el protagonista de la bellísima Un
segundo, de Zhang Yimou, y que, en este caso, parece haber protegido la
cinta, pues, dentro de la que cabe, son mínimas las imperfecciones del negativo
y nos hacemos a la idea, perfectamente, de la alta calidad fílmica de este
mediometraje combativo que no pasó el exigente listón de la devota propaganda
soviética.
Después de los clásicos revolucionarios
rusos, fílmicamente hablando, es posible que ninguna de las técnicas empleadas
en la película le diga algo nuevo al espectador con galones; pero sí les dirá a
todos aquellos jóvenes que comienzan a descubrir el cine mudo en blanco y
negro, como parte esencial de la historia del séptimo arte. Un montaje rítmico,
unos primerísimos planos en los que se capta la profundidad del espejo del alma
que son los rostros castigados por la penuria, por la escasez, por la pobreza,
una iluminación contrastadísima y una suerte de dialéctica entre los planos
generales, sobre todo de las inmensas tierras donde ha de crecer el pan que el
gobierno de la URSS promete a través de los planes de colectivización y los
primeros planos del pueblo quejoso que no ve transformarse en realidad las
promesas y los intentos de los terratenientes de que no les sean arrebatadas
sus tierras y puestas al servicio del bien común.
El origen del Holodomor se halla en la
política de colectivización y eliminación de los kulaks o pequeños propietarios
que contemplaban la nueva política de Moscú como una vuelta a la servidumbre.
Esa lucha, en la que habrá decenas de miles de exterminados y deportados, es
paralela a la «rusificación» de Ucrania, no solo mediante la instalación de
colonos rusos en los campos que eran expropiados, sino a través de la sustitución
de la lengua ucraniana por la rusa, y he ahí el origen bastardo de las minorías
prorrusas en la Ucrania actual. En la época de la URSS como en a Rusia actual,
la independencia de Ucrania se ha visto siempre un gran peligro para Rusia.
Un joven y guapo soldado vuelve de la
guerra para instalarse en la miseria de sus mínimas tierras que no puede
cultivar por falta de semillas que, prometidas por el gobierno, no les llegan.
El soldado es un propagandista de la colectivización, y responderá con un
optimismo revolucionario casi de opereta a la desolación y derrotismo de las
masas y de los kulsáks, con quienes no tarda en establecerse una cruenta
batalla. A pesar de haber sido prohibida, la película sigue la línea oficial y
defiende la propiedad común de la tierra y la industrialización y modernización,
que se representa por la maquinaria y los postes de teléfono que se levantan en
el estéril paisaje. Como buena película de propaganda, está llena de efectos especiales
que pretenden convencer a los espectadores del «mundo feliz» que les está
trayendo la Revolución.
Hay algo de representación ritual en
las estampas inmóviles de los campesinos, en el interior de sus chozas o en los
campos forzados al barbecho. Tampoco faltan las asambleas, como no faltan, y
eso es lo más interesante de la película, los «traidores» nacionalistas
ucranianos, a quienes se opondrá el protagonista con la fe de carbonero que le
da sentirse en «el lado bueno de la Historia», es decir, y en aquel caso, el
que llevó, mediante las requisas estatales de las cosechas, a la cifra de más
de millón y medio de ucranianos muertos de hambre, y hay fotos reales que son
espeluznantes, con los muertos de hambre en la calle o siendo transportados en
carretas. Para quien quiera conocer lo que supuso el Holodomor en Ucrania, es
decir, los hechos que siguen inmediatamente a esta historia de agitprop
revolucionario, les recomiendo la visión de Mr. Jones, de Agnieszka
Holland, en la que se aprecia muy nítidamente lo que aquí se oculta.
Ignoro qué debió ver el gobierno de la
URSS en esta película de propaganda, excepto que la reivindicación constante
del «pan» que se hace en ella, mediante rótulos que aparecen como intertítulos,
fuera entendida como una crítica directa a la incapacidad del Régimen `para
siquiera alimentar a sus súbditos, más que ciudadanos.
Por otro lado, es desolador contemplar
las condiciones de vida de la época y cómo pretendían, entonces, y con tan
míseros medios, sacar adelante una familia. Ahí sí que también, por vía
indirecta, puede «leerse» una crítica feroz al sistema, pero ha de entenderse
que la película, más allá de la sofisticación del lenguaje cinematográfico, se
apoya en una descripción realista de la vida de los personajes.
Lamento que en la escueta ficha de
Filmin no conste el cinematografista de la película, aunque muy bien podría
darse el caso, nada inusual, de que fuera el propio director, porque hubo un
tiempo en que la dirección asumía también esa función que acabó
especializándose, como casi todo en esta industria que es el cine.
El metraje medio de la obra permite
verla sin agobios, para quienes no soportan el cine mudo, y les mete de lleno,
además, en una de las épocas más controvertidas de la historia de Ucrania, lo
que la hace decididamente muy actual. Cuando contemplamos el asesino imperialismo
ruso de Putin decidido a apoderarse de Ucrania, conviene que repasemos dónde
está el origen del enfrentamiento entre ambos pueblos.
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