lunes, 14 de abril de 2025

«Pan», de Mykola Shpykovskyi, o la censura soviética.


Los dramáticos prolegómenos del Holodomor ucraniano.

Título: Pan

Duración: 44 minutos

Año: 1929

Dirección: Mykola Shpykovskyi

Reparto: Fedir Hamalii, Dmytro Kapka, Luka Lyashenko, Sofia Smirnova, Vladimir Uralsky

Música: Luke Corradine.

 

          Pan es, ¡cosas de la censura!, una novedad que se estrena en Filmin trece años después de que fuera descubierta, tras haberla devuelto a Ucrania el gobierno Ruso. La película fue censurada en 1930, siete días después de su estreno y quedó inédita en la caja de lata del olvido, sufriendo los rigores del silencio, la degradación cromática y el olvido. Una caja como esas que persigue el protagonista de la bellísima Un segundo, de Zhang Yimou, y que, en este caso, parece haber protegido la cinta, pues, dentro de la que cabe, son mínimas las imperfecciones del negativo y nos hacemos a la idea, perfectamente, de la alta calidad fílmica de este mediometraje combativo que no pasó el exigente listón de la devota propaganda soviética.

          Después de los clásicos revolucionarios rusos, fílmicamente hablando, es posible que ninguna de las técnicas empleadas en la película le diga algo nuevo al espectador con galones; pero sí les dirá a todos aquellos jóvenes que comienzan a descubrir el cine mudo en blanco y negro, como parte esencial de la historia del séptimo arte. Un montaje rítmico, unos primerísimos planos en los que se capta la profundidad del espejo del alma que son los rostros castigados por la penuria, por la escasez, por la pobreza, una iluminación contrastadísima y una suerte de dialéctica entre los planos generales, sobre todo de las inmensas tierras donde ha de crecer el pan que el gobierno de la URSS promete a través de los planes de colectivización y los primeros planos del pueblo quejoso que no ve transformarse en realidad las promesas y los intentos de los terratenientes de que no les sean arrebatadas sus tierras y puestas al servicio del bien común.

          El origen del Holodomor se halla en la política de colectivización y eliminación de los kulaks o pequeños propietarios que contemplaban la nueva política de Moscú como una vuelta a la servidumbre. Esa lucha, en la que habrá decenas de miles de exterminados y deportados, es paralela a la «rusificación» de Ucrania, no solo mediante la instalación de colonos rusos en los campos que eran expropiados, sino a través de la sustitución de la lengua ucraniana por la rusa, y he ahí el origen bastardo de las minorías prorrusas en la Ucrania actual. En la época de la URSS como en a Rusia actual, la independencia de Ucrania se ha visto siempre un gran peligro para Rusia.

          Un joven y guapo soldado vuelve de la guerra para instalarse en la miseria de sus mínimas tierras que no puede cultivar por falta de semillas que, prometidas por el gobierno, no les llegan. El soldado es un propagandista de la colectivización, y responderá con un optimismo revolucionario casi de opereta a la desolación y derrotismo de las masas y de los kulsáks, con quienes no tarda en establecerse una cruenta batalla. A pesar de haber sido prohibida, la película sigue la línea oficial y defiende la propiedad común de la tierra y la industrialización y modernización, que se representa por la maquinaria y los postes de teléfono que se levantan en el estéril paisaje. Como buena película de propaganda, está llena de efectos especiales que pretenden convencer a los espectadores del «mundo feliz» que les está trayendo la Revolución.

          Hay algo de representación ritual en las estampas inmóviles de los campesinos, en el interior de sus chozas o en los campos forzados al barbecho. Tampoco faltan las asambleas, como no faltan, y eso es lo más interesante de la película, los «traidores» nacionalistas ucranianos, a quienes se opondrá el protagonista con la fe de carbonero que le da sentirse en «el lado bueno de la Historia», es decir, y en aquel caso, el que llevó, mediante las requisas estatales de las cosechas, a la cifra de más de millón y medio de ucranianos muertos de hambre, y hay fotos reales que son espeluznantes, con los muertos de hambre en la calle o siendo transportados en carretas. Para quien quiera conocer lo que supuso el Holodomor en Ucrania, es decir, los hechos que siguen inmediatamente a esta historia de agitprop revolucionario, les recomiendo la visión de Mr. Jones, de Agnieszka Holland, en la que se aprecia muy nítidamente lo que aquí se oculta.

          Ignoro qué debió ver el gobierno de la URSS en esta película de propaganda, excepto que la reivindicación constante del «pan» que se hace en ella, mediante rótulos que aparecen como intertítulos, fuera entendida como una crítica directa a la incapacidad del Régimen `para siquiera alimentar a sus súbditos, más que ciudadanos.

          Por otro lado, es desolador contemplar las condiciones de vida de la época y cómo pretendían, entonces, y con tan míseros medios, sacar adelante una familia. Ahí sí que también, por vía indirecta, puede «leerse» una crítica feroz al sistema, pero ha de entenderse que la película, más allá de la sofisticación del lenguaje cinematográfico, se apoya en una descripción realista de la vida de los personajes.

          Lamento que en la escueta ficha de Filmin no conste el cinematografista de la película, aunque muy bien podría darse el caso, nada inusual, de que fuera el propio director, porque hubo un tiempo en que la dirección asumía también esa función que acabó especializándose, como casi todo en esta industria que es el cine.

          El metraje medio de la obra permite verla sin agobios, para quienes no soportan el cine mudo, y les mete de lleno, además, en una de las épocas más controvertidas de la historia de Ucrania, lo que la hace decididamente muy actual. Cuando contemplamos el asesino imperialismo ruso de Putin decidido a apoderarse de Ucrania, conviene que repasemos dónde está el origen del enfrentamiento entre ambos pueblos.

         

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