En los límites radicales de la ambigüedad moral… o un cuento de terror y de amor.
Título original: Quand vient l'automne
Año: 2024
Duración: 102 min.
País: Francia
Dirección: François Ozon
Guion: François Ozon,
Philippe Piazzo
Reparto: Hélène Vincent;
Josiane Balasko; Ludivine Sagnier; Pierre Lottin; Garlan Erlos; Malik Zidi;
Paul Beaurepaire; Sophie Guillemin; Vincent Colombe; Marie-Laurence Tartas;
Sidiki Bakaba; Pierre Le Coz;
Michel Masiero; Adam O-H; Isabelle Mazin.
Música: Evgueni Galperine,
Sacha Galperine
Fotografía: Jérôme Alméras.
El cine de
Ozon siempre plantea casos morales sobre los que el espectador ha de tomar partido
con la única información de lo que se le narra, pero siempre hay un margen para
la ambigüedad que permite sospechar que acaso no sea tan fácil llegar a una
conclusión. El arranque de la película, además, genera una expectativa muy alta, porque desde el inicio de la
historia asistimos a un posible caso de envenenamiento por setas que lleva a la
hija de la protagonista al hospital para que la salven mediante un lavado de
estómago. Antes aún, cuando la hija y el nieto llegan con el coche a casa de la
madre y abuela, la hija le pide a su madre que no la bese, que está constipada,
pero el modo displicente, y aun hiriente, con que lo dice levanta enseguida la
sospecha en el espectador de que estamos ante una relación, esta sí que sí,
envenenada.
Creemos, pues, que vamos a asistir a la enésima
repetición de las clásicas relaciones tormentosas entre padres e hijos o, casi
peor aún, entre madres e hijas, pero no tardamos en asistir a un giro de guion
que instalará en nosotros la comezón de la duda a lo largo de toda la película,
y no nos quitaremos de la cabeza Arsénico por compasión, de Frank Capra…
Michelle y Marie-Claude son dos jubiladas
que viven en un pequeño pueblo, cuidan de sus casas, salen a recoger setas, y
cuidan la una de la otra. La hija de Michelle llega con su nieto Lucas para
dejárselo a la abuela unos días, pero, tras sufrir lo que ella considera que es
un intento de envenenamiento, a cargo de su madre, decide no dejarle al nieto,
lo que provoca la tristeza de este y de la abuela. La hija, separada, le pide a
la madre antes de irse una ayuda de 500€ para llegar a fin de mes, que es lo
mejor que puede hacer por ella. El hijo de Marie-Claude está en la cárcel y
sale de ella en esos días, aunque sin un horizonte laboral ni emocional claro,
excepto hacer pequeños trabajos para la madre y su amiga.
Un día, el hijo de Marie-Claude va a París
y se acerca a ver a la hija de Michelle, a quien conoce, pero con quien no ha
tenido mucho trato. Se presenta en casa de la hija como un abogado de la causa
de la madre, cuya tristeza está en relación directa con los malos tratos que la
hija le inflige, al decir de la madre. En un momento dado, salen a la terraza,
donde la hija fuma, tras coger el tabaco de un estante al que accede mediante
el uso de una escalera. Tras el corte de montaje, observamos que Michelle coge
el teléfono y oye la mala nueva de la muerte por accidente de su hija.
Iniciada la investigación policial, Michelle
se desplaza a su casa en París, que la había cedido a la hija, y allí los
inspectores, un hombre y una mujer embarazada, llegan a la conclusión de que
todo parece tener una explicación lógica, sin que haya motivos ulteriores que
indiquen que la muerte pudo haber sido un asesinato. Por supuesto, el hijo ha
de ir a vivir con el padre, que vuelve de Dubai, que es donde parece que vive, para asistir al
entierro y hacerse cargo de él. Sorprendentemente, sin embargo, el niño decide
quedarse en Francia e ir a vivir con la abuela, con quien tiene esa unión tan
especial que, a menudo, suelen tener nietos y abuelos.
Todo discurre con la placidez de la vida
tranquila de los pueblos pequeños, y el niño se incorpora a un curso ya en
marcha, pero no tarda en tener que acarrear con un estigma que propiamente
afecta a la abuela, y que forma parte de las habladurías prototípicas de los
pueblo: la abuela de Lucas ha sido prostituta en su juventud y madurez, en
París. También Marie-Claude, y de ahí la íntima amistad entre ellas. Michelle
no le niega al nieto la veracidad del «rumor» que, lleno de malevolencia, ha
llegado hasta él. Aunque ese conocimiento provoca un distanciamiento entre
ambos, no tiene suficiente poder como para interrumpir su convivencia. Lo que a
esas alturas de la película sabemos es que a la hija, Valérie, le daba «asco»,
literalmente, el pasado de su madre, raíz del desencuentro entre ambas.
El hecho de que Marie-Claude se entere a
posteriori de que Michelle ha financiado la aventura hostelera del hijo de la
primera, Vincent, es el primer cabo suelto que ella anuda para construir una
hipótesis que los espectadores hemos elaborado desde la visita del Vincent a
Valérie, y que, a pesar de los desmentidos narrativos y oficiales de la
policía, seguimos alimentando.
El otro giro narrativo espectacular es el de la visita de la inspectora, que ya ha dado a luz, con nuevas evidencias que quiere contrastar con Michelle, con Vincent y con Lucas, pero, a partir de aquí, no me es lícito proseguir. Sí quiero, sin embargo, poner el énfasis en la aparente «sencillez» de la historia contada por Ozon, porque no hay ningún alarde de encuadres, puesta en escena o innovaciones que distraigan la atención de la historia propiamente dicha, la cual, incluso cuando el niño se convierte en joven que ya va a la universidad, no abandona esa suerte de «tono menor» de la historia que consigue potenciar la verosimilitud de lo narrado. De hecho, es gracias a las interpretaciones, sobre todo de la abuela, la inolvidable protagonista de la excelente La vida es un largo río tranquilo, de Étienne Chatiliez, que la película se nos vaya metiendo hacia los adentros con absoluta naturalidad, y esos momentos distendidos como el de las amigas prostitutas que asisten, en el pequeño pueblo, al entierro de Marie-Claude.
Como tengo por costumbre, leí algunos de los
comentarios de los espectadores en Filmin y tuve la sensación de que buena parte
de ellos se había quedado en una suerte de bucolismo y de exaltación de la «abuela
buena» que me dejaron estupefacto. ¿Hemos visto la misma película?, me
preguntaba. Cada espectador, eso sí, ha de escoger la interpretación de la
historia que, y de ahí la ambigüedad que he recalcado, no es tan unívoca como a
simple visionado parecer.
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