sábado, 5 de abril de 2025

«Without Warning!», de Arnold Laven, la cima del oficio.

 

Un thriller canónico y de merecido rescate: el jardinero despechado o «el enemigo de las rubias...».

 

Título original: Without Warning!

Año: 1952;

Duración:75 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Arnold Laven

Guion: William Raynor

Reparto: Adam Williams; Meg Randall; Edward Binns; Harlan Warde; John Maxwell;

Angela Stevens; Byron Kane; Charles Tannen; Marilee Phelps; Robert Foulk; Connie Vera;

Robert Shayne.

Música: Herschel Burke Gilbert

Fotografía: Joseph F. Biroc (B&W).

 

          Como espectador, me encantan los géneros bien definidos cuyos códigos exigen ciertos rasgos de estilo que vamos buscando en la pantalla desde que sabemos a qué género pertenece la película que nos disponemos a ver. Frente a esos códigos estrictos caben dos posturas, ambas legítimas: respetarlos fidedignamente o violarlos hasta volverlos irreconocibles y hacer dudar a los espectadores sobre la naturaleza de lo que están viendo. Without Warning está dentro de los primeros, y el arranque no deja lugar a dudas desde que la cámara enfoque, por la noche, el rótulo de un motel y sigue progresando hasta llegar a una habitación donde el asesino acaba de clavarle las tijeras de podar a la víctima, cuya sangre se aprecia en la hoja antes de ser envainadas estas en la vaina correspondiente, tras lo que el hombre abandona precipitadamente el lugar. La música que acompaña esa secuencia es una poderosa partitura jazzística de Herschel Burke Gilbert, otro profesional con un oficio comparable al del director, Arnold Laven. Si esas tomas nocturnas en blanco y negro llevan, además, el sello de la fotografía de Joseph F. Biroc, otro artesano clásico, con un enorme bagaje de títulos en su sabia mirada, no solo a la escena del crimen, sino, en general, a un desarrollo que va a combinar exteriores de Los Ángeles con interiores de la policía, oficinas, laboratorio, coches, etc.

          Desde el comienzo se nos muestra el rostro del asesino identificado, y la película se construirá en torno a un artificio pseudodocumental, remarcado por la voz en off que guía a los espectadores en las técnicas de rastreo policial a partir de la única prueba incriminatoria: un pequeño trozo del traje del asesino, a partir del cual se despliegan los esfuerzos policiales infatigablemente para evitar un nuevo crimen, porque se trata de un asesino en serie que escoge invariablemente el mismo tipo de mujer: joven y rubia. En el desenlace conoceremos el porqué, del mismo modo que solo muy cerca del final se logra estrechar el cerco a partir de la identificación del arma homicida: unas tijeras de jardinero.

          Me ha parecido un gran hallazgo el hecho de que el asesino sepa que ha dejado tras de sí una pista y que intuya que la policía lo busca, por eso nos da la impresión de que se mueve en la historia con esa doble convicción: «Me buscan, sí, pero están a años luz de poderme relacionar con esas muertes», lo que no implica la mínima precaución de dilatar los asesinatos, pues se le impone la necesidad compulsiva de cometerlos, y esa es, a fin de cuentas, la película: que un psicópata haga caso omiso de las señales que le advierten del peligro y continúe su cadena de ejecuciones, porque, más allá de las insinuaciones sexuales que cruza con las víctimas, la película no se recrea en ellas, sino en la rapidez con que mata a sus víctimas, habitualmente a principios de mes, cuando dispone de efectivo para poder «alternar» en los bares donde mujeres solitarias de cierta edad no le temen a salir de ellos con un hombre al que desconocen y pasar con él la noche en un motel. Sí, claro, en una ciudad populosa, como Los Ángeles, estamos hablando de la soledad y sus extrañas y a veces arriesgadas circunstancias. El asesino, además, es un jardinero traumatizado que de ninguna de las maneras lleva escrita en el rostro su condición; antes al contrario, se trata de un hombre joven, atractivo, una pareja ideal para pasar un buen rato o para intentar consolidar una relación estable. Ya anticipo, eso sí, que la jardinería nada tiene que ver con su trauma, que es de naturaleza amorosa, pero el contacto turbador con la hija de su suministrador, que ha llegado para trabajar con él, le supone un desafío que la dirección acentúa con algunas secuencias  de movimientos casi coreográficos y de planos estáticos turbadores, como en los que ella está arreglando unas plantas y él está justo detrás, sin que se le vea la cabeza,  y con los brazos caídos, de forma amenazadora, junto a ella. Desde esos planos sabemos que la ha escogido como víctima, porque es tan joven, guapa y rubia, como la causante de su trauma, pero ignoramos cómo y cuándo se cerrará ese acoso con la punta de sus tijeras sobre su espalda.

          De forma paralela, el despliegue policial va a intentar, mediante mujeres policías de las características de las víctimas, tender una celada al sospechoso inidentificado, porque la película es fiel al seguimiento de los tanteos policiales en una investigación que, como en tantas otras ocasiones, como en la que se puede considerar modelo de la presente, La ciudad desnuda, de Jules Dassin, va dando palos de ciego hasta que una intuición brillante, un golpe de suerte o una deducción correcta ponen a la autoridad en el rastro que conducirá al asesino. Las localizaciones son importantes, y si los bares, los moteles o los coches son de dominio común en el género, la ubicación de la casa del granjero en lo alto de un monte desde el que hay unas vistas extraordinarias de la megalópolis y, sobre todo,  la persecución / caza del hombre en el vasto escenario de las cloacas como en las que hemos visto las carreras de coches de Grease, de Randal Kleiser; persecución que se extiende al mercado central de abastos, desde donde el hombre encadena dos carreras de taxis diferentes para no dejar rastro, pero…

          Sí, por supuesto, han de lanzarse a verla, si son amantes del género, y no creo que les decepcione.

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