Un retrato no edulcorado
de la difícil asimilación de la inmigración de los 60 en la Cataluña del
desarrollo.
Título original: La piel
quemada
Año: 1967
Duración: 104 min.
País: España
Dirección: Josep Maria Forn
Guion:Josep Maria Forn
Reparto: Antonio Iranzo; Marta
May; Silvia Solar; Luis Valero; Ángel Lombarte; Carlos Otero; Juan Miguel
Solano; Inés Guisado; Santiago Guisado; José Castillo; Carlos Ronda; Miquel
Graneri; Isidro Novellas; Luis del Pueblo; Jaime Picas; Jordi Torras; Salvador
Escamilla; Gina Baró; Luis Puigvert; Jordi Serrat.
Música: Francisco Martínez
Tudó
Fotografía: Ricardo Albiñana
(B&W).
Película
combativa que explora las difíciles condiciones de vida en el sur de España y
la compleja realidad de la última oleada inmigratoria masiva con motivo del
desarrollismo turístico, que tanta mano de obra en la construcción necesitaba.
La película, con un excelente guion y una realización algo compulsiva, divide
la trama en dos historias paralelas y unos flashbacks que nos explican la
historia de los protagonistas en Guadix, donde viven en casas-cuevas
exactamente iguales a las que apareen en la película de Almodóvar Dolor y
gloria. No deja de ser irónico que el chamizo destartalado que le alquilan
al protagonista para instalarse en él con la familia esté en peores condiciones
que esas cuevas encaladas de donde salen no por gusto o espíritu de aventura,
sino porque la necesidad obliga. Las dos acciones paralelas son la estancia del
protagonista en Lloret de Mar, quien trabaja como albañil en la construcción
que quiere dar respuesta a la fortísima demanda de alojamientos para turistas,
una suerte de maná que contribuirá poderosamente al desarrollo de Cataluña y de
España, y el viaje con sus hijos que hace la mujer del protagonista y su cuñado
para reunirse con él, un eterno viaje en tren con transbordo en Valencia y un
último para coger el autobús hasta Lloret en Barcelona.
Los
flashbacks nos cuentan la vida del pueblo, la dificultad de encontrar trabajo y
la boda forzada de los protagonistas por un desahogo sexual que deja embarazada
a la novia, lo que implicaba un casamiento que, ya por aquellos años iniciales
de los 60, se llamaba «casarse de penalti», como lo recoge Camilo José Cela en
su Enciclopedia del erotismo. Ese «castigo» consiste en tener que salir
del pueblo e irse a una gran ciudad para encontrar trabajo, algo que,
finalmente, consigue el marido en Lloret.
Aunque
el viaje de la mujer, una persona sin otra formación que la propia de la
familia, y sin estudios básicos, retrata un modo de estar en el mundo desde la
humildad de la ignorancia, los efímeros contactos que tiene con diferentes
viajeros sirven para trazar una suerte de radiografía del país y marcan, de buen
comienzo, un territorio del gusto del director, encarnado en ese inmigrante que
trabaja en Cataluña y que la admira y la quiere, y que no consiente que se
hable mal ni de Cataluña ni de los catalanes en su presencia. Esa sería la
visión que domina el último éxito del cine español, El 47, de Marcel Barrena, unos
trabajadores que llegan a Cataluña y son «convertidos»
al catalanismo acogedor a través de la monja que hace entre ellos su doble
apostolado, religioso y nacionalista. En la otra narración, la del reprimido
trabajador de la construcción que se vuelve loquito por la exhibición carnal de
las turistas que van llenando las playas del Principado, el choque de los
obreros con quienes tienen una visión casi racista de los trabajadores y de sus
costumbres es casi feroz, como se ve en el caso del conato de pelea porque un fill
de la terra, molt senyorívol… reprocha a quien toca la guitarra y canta con
sus compañeros que le aturde, pero usa deliberadamente un término imposible de
entender para el recién llegado: eixordar, «ensordecer». Curiosamente,
la definición del DIEC parece sacada de la película: M’eixorda, aquesta
música!, que es exactamente lo que le dice quien con tanto desprecio se
dirige a esos trabajadores que se alegran la tarde después de sus duros días de
trabajo. El capataz que reparte los sobres con la semanada es otra figura que
muestra su desprecio hacia quienes, objetivamente, le permiten disfrutar de su posición,
si bien se trata de un hombre amargado y enfrentado a una realidad con la que
no comulga emocionalmente, aunque sí le rente un beneficio fijo.
El
turismo, en su faceta más cercana al futuro landismo por venir, ocupa un lugar
destacado en la trama, muy sujeta, en ese aspecto, a un triste tópico: las
extranjeras venían a nuestro país buscando al «macho ibérico» que las saciara
sexualmente. Algo de ello hay en la aventura del protagonista, un Antonio Iranzo
que se debate entre sus necesidades y su respeto a la madre de sus hijos, de
tal manera que ha de dejar plantada a una camarera de hotel por la llegada de
su mujer y, después, se embarca en una noche loca con otro amigo y dos turistas
la vigilia de la llegada de su mujer.
La
película tiene mucho metraje sobre la vida del turismo en la costa catalana,
imagino que en la propia Lloret ―aunque para el cine los exteriores son un poco
de quita y pon, y no necesariamente donde ocurre la acción es el sitio donde se
rueda―, lo cual acerca la película a un estilo documentalista que contribuye
poderosamente a dotar de realidad a la historia, narrada en clave neorrealista,
pero cuando ese movimiento italiano ya ha pasado a mejor vida: su influencia en
directores que recogen la mejor enseñanza realista de aquellas tremebundas
historias y acongoja al espectador.
Algo
de eso sucede aquí, porque vemos despeñarse por el lado del hedonismo de usar y
tirar al protagonista mientras, al otro lado de la noche, su mujer y sus hijos
viajan, incómodos, en un tren que los lleva hacia él. Tememos por que el desvarío
se apodere de él y, también, de que el reencuentro acabe convertido en un
conflicto de imprevisibles consecuencias, porque la mujer, al irse del pueblo,
ha «quemado las naves» y ya no tiene otra vida que la de ese reencuentro con su
marido.
Todas
las interpretaciones están ajustadísimas, y destaca la pareja protagonista,
Antonio Iranzo, una voz prodigiosa y llena de matices, y Marta May, quien «compone»
su personaje con una capacidad de verdad extraordinaria. La dirección de Forn
dije al principio que era algo nerviosa, pero eso se debe al ritmo que imprime
a la narración, con una dosificada alternancia entre uno y otro eje narrativo:
el viaje de la mujer y la aventura erótica extramatrimonial del marido. Más
importancia tiene ese valor documental de la obra, que nos representa perfectamente
lo que fue la inmigración en Cataluña, la vida de los pequeños pueblos costeros
con la llegada de los primeros turistas, el choque cultural de los catalanistas
de la ceba contra los recién llegados y una puesta en escena
ajustadísima a la España de la época. Se mire como se mire, la película se ve
con muchísimo interés y, en su momento, constituyó un aldabonazo respecto de
ese choque que, con las nuevas inmigraciones del siglo xxi ha degenerado en una suerte de supremacismo racista
incalificable y políticamente golpista.
