El psicoanálisis, Pigmalión y la
difícil elección del propio camino: El
séptimo velo, de Compton Bennet.
Título original: The Seventh
Veil
Año: 1945
Duración: 94 min.
País: Reino Unido
Director: Compton Bennett
Guión: Muriel Box, Sydney Box
Música: Benjamin Frankel
Fotografía: Reginald H. Wyer
Reparto: James Mason, Ann
Todd, Herbert Lom, Hugh McDermott, Albert Lieven, Yvonne Owen, David Horne,
Manning Whiley, Grace Allardyce, Ernest Davies, John Slater.
El psicoanálisis ha sido un tema
recurrente en el cine, con resultados muy dispares. Usualmente se ha destacado
su capacidad para desvelar la verdadera personalidad de alguien, para lo cual
se ha visto en la necesidad de bucear a través
del palimpsesto en que la persona en cuestión se ha convertido, de modo que
puede descubrirse, sin un rechazo que todo lo arruine, la verdadera naturaleza
original de la misma. A partir de una comparación muy gráfica: comparar la
mente humana con el cuerpo revestido con los siete velos de la danza de Salomé,
la película irá desnudando a una joven huérfana que cae en manos del único
familiar que se puede hacer cargo de ella, el aristocrático y misógino James
Mason, un cojo cuya evidente misantropía lo convierte en poco menos que un
monje enclaustrado que no sin disgusto se hace cargo de semejante carga para su
ordenada vida retirada. La estructura de la película recurre a la técnica del
flash back, porque, a partir de un intento de suicidio, el psicoanalista decide
explorar, a través de la hipnosis, a su paciente para irle sacando la verdad de
su historia que explique o justifique su comportamiento, máxime teniendo en
cuenta su categoría de célebre pianista. Es evidente que la coincidencia en el
tiempo con Recuerda, de Hitchcock, fueron
rodadas en el mismo año, no le hizo ningún bien a la película, aunque ganara el
Oscar al mejor guion original, porque la película de Hitchcock está llena de
imágenes sugerentes difíciles de olvidar y El
séptimo velo tiene algunas debilidades de realización que, sin empañar su
condición de excelente película, la encasillan en una suerte de relato
pseudogótico que le hace perder algunos enteros. A ello ha de añadirse una
decisión polémica, pero que puede tener alguna justificación desde el punto de
vista de la coherencia narrativa: que la protagonista, que va recordando su
vida a través de la hipnosis -acaso con demasiado orden y claridad…, todo hay
que decirlo-, se representa a sí misma
con una edad adolescente que en modo alguno se compadece con la edad real de la
actriz. Lo que parece un sinsentido puede entenderse, con cierta magnanimidad,
si consideramos que lo que se busca en aquella adolescencia traviesa es la
causa que explique la actual situación del personaje, un ser devastado emocionalmente
que solo desea morir. Así entendido el asunto, ha de reconocerse que la actriz
consigue, a través del vestuario y su repertorio de gestos y movimientos hacer
creíble la situación. De hecho, la evocación de su pasado avanza rápidamente
hacia el momento en que su rígido tío descubre que es una pianista con un gran
potencial que él se encarga de hacer realidad mediante una instrucción rigurosa
y tan monacal como su propio concepto de vida, excepto por las épocas de
supuesta disipación a las que se entrega de tanto en tanto, en viajes
inexplicados en la película. Poco a poco, la pianista intenta poner tierra de
por medio con su tiránico tío, quien, también todo ha de volver a decirse, se
desvive por ella para que se convierta en lo que acaba siendo: una pianista
reconocida y exitosa; pero todos sus intentos se resolverán en fracasos por la
mediación interesada de su tío, quien consigue sustraerla a la tentación de convertirse
en una ama de casa más, por enamorada que esté. Salvo alguna elipsis que puede
despistar al espectador poco atento, la historia progresa en la dirección del
trastorno psicológico y emocional de la protagonista, a quien el psicoanalista
intenta descubrir la fuente de sus desasosiegos en una suerte de investigación de
tipo criminal que nos deja a las puertas de un final muy curioso: en su vida
hay tres hombres: su tío, que ha ejercido de Pigmalión con ella; su primer
amor, compañero de conservatorio; y su último amor, el reconocido pintor que se
ha enamorado de ella en el curso de hacerle un retrato que, contra su sentir, presidirá
el salón de su tío encima de la chimenea. La película, con un blanco y negro de
tipo espectral y unos decorados que acentúan el carácter gótico del personaje
del tío, narra, con planos en los que se exprime el significado hasta su última
connotación, una historia de desengaño y frustración de los que la protagonista
saldrá, mediante la ciencia de la nueva técnica del psicoanálisis, purificada y
en condiciones de tomar las riendas de su propia vida; pero eso pertenece ya a
un desenlace del que, por supuesto, no diré ni esta boca es mía. La película de
Compton Bennet, de quien todo el mundo recordará Las minas del rey Salomón, su gran éxito comercial, tiene bastante que ver con La
segunda mujer, de James Kern, criticada no hace mucho en este Ojo cosmológico, pero está lejos de ser
la película redonda que podría haber sido, a pesar de dos excelentes
interpretaciones, la de James Mason, siempre señor de sus registros, y la de
Ann Todd, capaz de desdoblarse en edades antitéticas con idéntica capacidad de
convicción. Ni que decir tiene que la banda sonora de la película contribuye lo
suyo al interés de la misma, porque siempre se está dispuesto a oír a los
clásicos, máxime cuando la protagonista los interpreta desde su trastorno emocional,
lo que enriquece la audición.
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