jueves, 14 de abril de 2016

El melodrama sin fronteras: “La señorita Oyu”, de Kenji Mizoguchi



Los extraños senderos del amor y el sacrificio: La señorita Oyu, una bellísima exploración psicológica de Kenji Mizoguchi.

Título original: Oyû-sama
Año: 1951
Duración: 94 min.
País:  Japón
Director: Kenji Mizoguchi
Guión: Yoshikata Yoda (Novela: Junichirô Tanizaki)
Música: Fumio Hayasaka
Fotografía: Kazuo Miyagawa (B&W)
Reparto: Kinuyo Tanaka, Nobuko Otowa, Yuji Hori, Kiyoko Hirai, Reiko Kondo, Eitarô Shindô, Kanae Kobayashi, Fumihiko Yokoyama.


Tiene cierto cine oriental un atractivo a medias originado en la maestría artística de cineastas como Mizoguchi, Kurosawa y tantos otros, a medias en la diferente concepción del mundo de esas culturas. El melodrama, sin embargo, como género cinematográfico, demuestra en esta película no conocer fronteras y aclimatarse con una admirable facilidad en la filmografía de cualquier país. La señorita Oyu es, en efecto, un poderoso melodrama que se sigue hasta el admirable final con el ánimo en suspenso por la soterrada intensidad con que vive el espectador, a lo largo de toda la película, una historia de amores contrariados y sacrificios fraternos de cruel naturaleza. La trama es tan sencilla como terrible el drama que genera, porque a un soltero le es presentada una joven por medio de una casamentera para tratar de cerrar un compromiso de boda. Acompañada por su hermana, viuda y con un hijo, el joven casadero se enamora de la viuda, una mujer llena de vitalidad, talento artístico y permanente sentido del humor, que eclipsa por completo a la candidata para la boda. A partir del conocimiento de ambas mujeres, el hombre inicia una relación ambas hermanas, a las que frecuenta solícitamente, si bien a cada nueva revelación de las “virtudes” de la hermana viuda, más se va acendrando el amor que siente por ella. Llegado el momento de concretar la concertación de la boda o el desestimiento, la joven hermana de la viuda le propone al joven que contraigan matrimonio para así poder seguir teniendo relación con la hermana por quien la joven se desvive, ya que no tiene otro objetivo en la vida que hacerla feliz. El joven acepta y, respetando el pacto de tratarse como hermanos, se inicia una relación a tres que acabará levantando las sospechas y los rumores malintencionados respecto de la solicitud con que el joven marido trata a su cuñada en detrimento de su esposa, quien, resignada, acepta ser preterida en favor de su hermana. Cuando Oyu se entera del “pacto” de los casados, se aleja de ellos y accede a casarse con un partido de quien no está precisamente enamorada. Todo esto se narra de esa manera tan delicada que tiene Mizoguchi para moverse en los interiores de las casas japonesas, con ese aire ceremonial de quienes se desplazan por ellos como tratando de evitar el más mínimo ruido, en escenas muy a menudo estáticas en las que el retrato psicológico de los protagonistas se va perfilando con idéntica delicadeza que las secuencias narrativas. El juego de los malentendidos, tan propio del melodrama, así como el tema del amor imposible por las convenciones sociales -la hermana no puede casarse por deberse a la crianza del hijo y porque tiene hermanas menores que han de precederla en la concertación del matrimonio-, además de la presencia canónica de la música, de la que la hermana viuda es intérprete destacada, ajustan La señorita Oyu a los cánones de un género del que esta película es la obra más sobresaliente que he visto en años. Ni que decir tiene que para una película así se necesitan actores y actrices capaces de expresar matices de los sentimientos de un modo tan persuasivo que no le quede ni un resquicio de duda de lo que en la historia está sucediendo, por más que, por la lejanía de las costumbres japonesas, por ejemplo, nos resulten difíciles de aceptar algunas decisiones como la de la hermana pequeña de sacrificarse en aras de la felicidad de la mayor, aunque para ello haya de reprimir el verdadero amor que la convivencia con su esposo genera en ella. La película tiene un final trágico que está expresado muy poéticamente en dos planos fijos en cuyo fondo un tren, con su penacho de humo, entra en escena y sale de ella, como heraldo de la vida y de la muerte. La confesión de la mujer a su marido, en el momento de su muerte es un prodigio de emoción contenida y de amor fraterno: en el momento de dar a luz al hijo que confirmaba la relación marital entre ambos esposos, ella muere, no sin antes confesarle que siempre ha sabido que la mujer de la vida de él ha sido su hermana, por más protestas que haga de que ahora todo es diferente y que es ella la mujer de su vida. La señorita Oyu es un potente melodrama capaz de emocionar al espectador más exigente, porque la facilidad narrativa de Mizoguchi y su decidida voluntad de no tomar partido por ninguno de los tres personajes, permite que el espectador saque sus propias conclusiones sobre lo que ve. Hay un ritmo casi de ritual religioso en la película que se acentúa por el estrecho contacto de los protagonistas con la naturaleza. La escena de la muerte de la esposa, con un motivo que parece extraído del poema de Machado Al olmo seco, sería el paradigma de la importancia de la naturaleza en la película, así como las ceremonias del té que se suceden en esos interiores en los que se fingen armonías que ocultan pasiones y decepciones de fuerte calado.                                                    

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