Los extraños senderos del amor y el sacrificio: La señorita Oyu, una bellísima exploración
psicológica de Kenji Mizoguchi.
Título original: Oyû-sama
Año: 1951
Duración: 94 min.
País: Japón
Director: Kenji Mizoguchi
Guión: Yoshikata Yoda (Novela: Junichirô Tanizaki)
Música: Fumio Hayasaka
Fotografía: Kazuo Miyagawa (B&W)
Reparto: Kinuyo Tanaka, Nobuko Otowa, Yuji Hori, Kiyoko Hirai, Reiko
Kondo, Eitarô Shindô, Kanae Kobayashi, Fumihiko Yokoyama.
Tiene cierto cine oriental un atractivo a medias
originado en la maestría artística de cineastas como Mizoguchi, Kurosawa y
tantos otros, a medias en la diferente concepción del mundo de esas culturas.
El melodrama, sin embargo, como género cinematográfico, demuestra en esta
película no conocer fronteras y aclimatarse con una admirable facilidad en la
filmografía de cualquier país. La
señorita Oyu es, en efecto, un poderoso melodrama que se sigue hasta el
admirable final con el ánimo en suspenso por la soterrada intensidad con que vive
el espectador, a lo largo de toda la película, una historia de amores
contrariados y sacrificios fraternos de cruel naturaleza. La trama es tan
sencilla como terrible el drama que genera, porque a un soltero le es
presentada una joven por medio de una casamentera para tratar de cerrar un
compromiso de boda. Acompañada por su hermana, viuda y con un hijo, el joven
casadero se enamora de la viuda, una mujer llena de vitalidad, talento
artístico y permanente sentido del humor, que eclipsa por completo a la
candidata para la boda. A partir del conocimiento de ambas mujeres, el hombre
inicia una relación ambas hermanas, a las que frecuenta solícitamente, si bien
a cada nueva revelación de las “virtudes” de la hermana viuda, más se va
acendrando el amor que siente por ella. Llegado el momento de concretar la
concertación de la boda o el desestimiento, la joven hermana de la viuda le
propone al joven que contraigan matrimonio para así poder seguir teniendo
relación con la hermana por quien la joven se desvive, ya que no tiene otro
objetivo en la vida que hacerla feliz. El joven acepta y, respetando el pacto
de tratarse como hermanos, se inicia una relación a tres que acabará levantando
las sospechas y los rumores malintencionados respecto de la solicitud con que
el joven marido trata a su cuñada en detrimento de su esposa, quien, resignada,
acepta ser preterida en favor de su hermana. Cuando Oyu se entera del “pacto”
de los casados, se aleja de ellos y accede a casarse con un partido de quien no
está precisamente enamorada. Todo esto se narra de esa manera tan delicada que
tiene Mizoguchi para moverse en los interiores de las casas japonesas, con ese
aire ceremonial de quienes se desplazan por ellos como tratando de evitar el
más mínimo ruido, en escenas muy a menudo estáticas en las que el retrato
psicológico de los protagonistas se va perfilando con idéntica delicadeza que
las secuencias narrativas. El juego de los malentendidos, tan propio del
melodrama, así como el tema del amor imposible por las convenciones sociales
-la hermana no puede casarse por deberse a la crianza del hijo y porque tiene
hermanas menores que han de precederla en la concertación del matrimonio-,
además de la presencia canónica de la música, de la que la hermana viuda es
intérprete destacada, ajustan La señorita
Oyu a los cánones de un género del que esta película es la obra más sobresaliente
que he visto en años. Ni que decir tiene que para una película así se necesitan
actores y actrices capaces de expresar matices de los sentimientos de un modo
tan persuasivo que no le quede ni un resquicio de duda de lo que en la historia
está sucediendo, por más que, por la lejanía de las costumbres japonesas, por
ejemplo, nos resulten difíciles de aceptar algunas decisiones como la de la
hermana pequeña de sacrificarse en aras de la felicidad de la mayor, aunque
para ello haya de reprimir el verdadero amor que la convivencia con su esposo
genera en ella. La película tiene un final trágico que está expresado muy
poéticamente en dos planos fijos en cuyo fondo un tren, con su penacho de humo,
entra en escena y sale de ella, como heraldo de la vida y de la muerte. La
confesión de la mujer a su marido, en el momento de su muerte es un prodigio de
emoción contenida y de amor fraterno: en el momento de dar a luz al hijo que
confirmaba la relación marital entre ambos esposos, ella muere, no sin antes
confesarle que siempre ha sabido que la mujer de la vida de él ha sido su
hermana, por más protestas que haga de que ahora todo es diferente y que es
ella la mujer de su vida. La señorita Oyu
es un potente melodrama capaz de emocionar al espectador más exigente, porque
la facilidad narrativa de Mizoguchi y su decidida voluntad de no tomar partido
por ninguno de los tres personajes, permite que el espectador saque sus propias
conclusiones sobre lo que ve. Hay un ritmo casi de ritual religioso en la película
que se acentúa por el estrecho contacto de los protagonistas con la naturaleza.
La escena de la muerte de la esposa, con un motivo que parece extraído del
poema de Machado Al olmo seco, sería
el paradigma de la importancia de la naturaleza en la película, así como las
ceremonias del té que se suceden en esos interiores en los que se fingen
armonías que ocultan pasiones y decepciones de fuerte calado.
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