De la demoscopia a Bienvenido
Mr. Marshall, en Ciudad mágica,
de William A.Wellman y una oportuna reflexión sobre la prevalencia del derecho
como fundamento de la convivencia en El
asunto del día, de George Stevens: La impagable tradición de la comedia lúcida
en el cine usamericano.
Título original: Magic Town
Año: 1947
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Director: William A. Wellman
Guión: Robert Riskin
Música: Roy Webb
Fotografía: Joseph Biroc
(B&W)
Reparto: James Stewart, Jane
Wyman, Kent Smith, Ned Sparks, Wallace Ford, Donald Meek, Regis Toomey, Ann
Doran
Mi primer comentario, nada más acabar de ver la película,
fue que me parecía haber visto una película de Frank Capra, porque la historia
tenía todos los ingredientes de su cine, incluido el actor icono de ¡Qué bello es vivir!, el mismísimo James
Stewart. Más tarde, en las reducidas investigaciones que realizo sobre las
películas dignas de crítica, me entero de que el alma de este proyecto es el
guionista habitual de Capra, Robert Riskin, con quien trabajó en ocho películas
y con quien mantuvo una relación personal y comercial -fueron socios en Frank
Capra Productions, con un reparto del 65%-35%, entre director y guionista, lo
que se reveló, al cabo, fuente de no pocos conflictos- sobre la que bien podría
rodarse una película no exenta de interés. Que Riskin se casara con Fay Wray, un
auténtico icono cinematográfico como heroína de King Kong, con quien vivió
hasta la muerte del guionista, en 1955, añade un aliciente más a esa hipotética película
sobre la rivalidad entre dos genios del cine, cada uno en su cometido. En
cualquier caso, lo importante es saber que el lado progresista y solidario de
las películas de Capra dependía de Riskin, conspicuo demócrata, no de Capra,
reconocido republicano. Ciudad mágica, con todo, está dirigida
por un director tan excelente como William A. Wellman, si bien suele caer en la
clasificación de directores “artesanos”, más que en la de “artísticos”. Como
comedia, la película está a la altura de muchos clásicos del género y sin duda
le parecerá un feliz descubrimiento a más de uno. Lo primero que llama la
atención es la temática de la película: el negocio de las encuestas de opinión,
la demoscopia. Pocas películas tendrán como eje temático dicho mundo, si bien
ha de decirse que pronto el desarrollo del argumento va por otros derroteros
mucho más comunes al espectador medio que el abstruso mundo de la demoscopia,
sus métodos y sus conquistas. En cualquier caso, dicho punto de partida es de
una originalidad total. Arranca la película con el desahucio de un joven empresario
demoscópico que llega a la bancarrota antes de poder demostrar que tiene un
método infalible para conseguir encuestas con resultado fiables en mucho menos tiempo que
cualquier otra empresa del sector. El secreto -no importa desvelarlo- es una
pequeña ciudad en la que cualquier sondeo que se haga clava los resultados de todo el país de las grandes encuestadoras tradicionales, con
una mínima muestra, a diferencia de otras empresas que necesitan invertir más tiempo y
dinero para conseguirlos. El jefe y sus dos fieles empleados se instalan en la
ciudad, Grandview, -de alegórico nombre, como se advierte- e intentan sacar
partido de esa condición de ciudad representativa de las corrientes de opinión
de toda la nación. El azar lleva a que Stewart haya de enfrentarse a la
redactora-jefe del periódico local, Jane Wyman, quien abandera un cambio urbanístico de la
ciudad que impulse su crecimiento. Ante la posibilidad de que le desfiguren el
perfil de su ciudad única como fuente de opinión con validez nacional, Stewart
se involucra en la vida social de la comunidad a fin de proteger su veta de
negocio y ello llevará a que la periodista descubra accidentalmente que el “benefactor”
ciudadano no es en realidad sino un negociante sin escrúpulos que usa el pueblo
como conejillo de indias demoscópico. El giro de la historia, a partir de que
se sepa urbi et orbi la condición de chamán privilegiado de Grand View adquiere
un ritmo de screwball comedy social -unida
a un conato de melodrama- muy significativo, cercano a lo que supone la llegada
de los americanos a Villar del Río en Bienvenido
Mr. Marshall. De repente, la ciudad se convierte en el epicentro de la vida
del país y se despiertan la sed de las ganancias y la invención faraónica de
negocios sobre cuyo desenlace sí que nada diré. En todo caso, nadie espere una
crítica ácida o demoledora, al estilo del Wilder de Primera Plana o El
apartamento, pero sí una historia exquisitamente desarrollada y con una
Jane Wyman muy efectiva dándole la réplica a un James Stewart encarnando con
total eficacia a un cínico dispuesto a lograr su propósito comercial a toda
costa y contra cualquier valor ético. Como es habitual en estos casos, la
galería de secundarios es encomiable y permite llenar la película de gags
discretos pero muy efectivos, basados en la vis cómica indiscutible de muchos
de esos actores y actrices. Aunque solo fuera por el atrevimiento de montar la
historia sobre un tema tan alejado de las preocupaciones comunes como los procedimientos
demoscópicos, ya merecería la pena ver la película, pero eso, ya lo advierto,
apenas es el inicio de unos planteamientos nada éticos sometidos a dura crítica:
de los sinuosos sueños de los atajos siempre nos despierta la rigidez
implacable del camino recto.
Título original: The Talk of
the Town
Año: 1942
Duración: 118 min.
País: Estados Unidos
Director: George Stevens
Guión: Irwin Shaw, Sidney
Buchman, Dale Van Every (Historia: Sidney Harmon)
Música: Frederick Hollander
Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W)
Reparto: Cary Grant, Jean
Arthur, Ronald Colman, Edgar Buchanan, Glenda Farrell, Charles Dingle, Emma
Dunn, Rex Ingram, Leonid Kinskey, Tom Tyler, Don Beddoe
George Buchman firmó el guión de la película de Capra
que hizo de Stewart una estrella: Mr.
Smith goes to Washington, en España ridículamente traducida por Caballero sin espada. Y en El asunto del
día hay un trasunto de la perspectiva progresista que concibe la democracia como
el imperio de la ley. Si a ese fundamento argumental se le reviste de un tono
de comedia de enredo, con un preso evadido de la justicia y hospedado en la
casa de un recién nombrado miembro del Tribunal Supremo usamericano, casa que
es, a su vez, de una joven que, a lo largo de la película, habrá de debatirse
entre la seducción sibilina de uno y otro personaje, con quienes convive
mientras se busca al prisionero para poder reanudar un juicio donde condenarlo sin
pruebas de cargo, nos encontramos ante una obra divertidísima, llena de diálogos
chispeantes, ingeniosos, que provocarán la admiración de los espectadores,
encantados de seguir el desarrollo de una situación cómica con un trasfondo
realmente dramático, porque al evadido se le acusa de haber incendiado una fábrica
y se le hace, por lo tanto, responsable de la muerte de un trabajador que
pereció en el incendio. El trío de actores que lleva el peso de la acción, el
superdotado comediante Cary Grant, el
ajustadísimo a su papel Ronald Colman y la pizpireta Jean Arthur, dueña
de miradas y visajes que corresponden con efectividad a la sutileza de la
relación entre el miembro del Tribunal Supremo y el encausado judicial,
garantiza un disfrute constante a lo largo de la película, en la que las situaciones,
a menudo de excelente vodevil, rozan la perfección de las conocidas leyes de la
comedia, con una sabia dosificación gagística -permítaseme el engendro léxico-
cuyo timing es esencial para garantizar el ritmo de la comedia y su progreso
hacia un final convincente. A su manera, la situación tiene algo de la del Earl
de Primera Plana escondido en el buró de la sala de los periodistas en el
penal donde lo van a ejecutar dentro de unas horas. La película, como las
mejores comedias usamericanas, está llena de pequeños detalles que la dotan de una
densidad humana y cómica entrañable. La figura del juez dedicado en cuerpo y
alma a la teoría del derecho, que ha de vérselas con un caso práctico que le
impulsa incluso a saltarse la ley para mejor poder garantizar su aplicación, es
una creación magnífica, a la que el criado negro envejecido a su servicio de
bachelor impenitente, complementa a la perfección, una encarnación del orden,
la mesura y el common sense que no puede ver sino con inmenso dolor que su
señor llegue incluso al pecado de afeitarse la perilla para “rejuvenecerse”
ante su patrona y… Las lágrimas que surcan las mejillas del criado al
contemplar a su señor afeitándose es uno de esos grandes momentos de la comedia
usamericana. El tono de comedia alocada en el que se mueve Cary Grant como pez
en el agua, como dejó atestiguado en La
fiera de mi niña, depara un nutrido grupo de excelentes escenas que van
creando una expectativa final de envergadura, como así ocurre. Me abstengo, por
si hay algunos espectadores que, como yo hasta hoy, no la hayan visto, de revelar ese
final para no estropear el visionado de la película. En cualquier caso, la
puntita de dulzor acaramelado no anula en modo alguno las gotitas de crítica
ácida que la trama ha ido asperjando a lo largo de la cinta. En fin, El asunto
del día es lo que podríamos considerar, con todas las de la ley, una comedia “clásica”
que se ha ganado con creces su buena reputación.
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