jueves, 7 de abril de 2016

Entre la poesía y la violencia: “El arco”, de Kim Ki-duk





Una variante surcoreana de Habitación: El arco o la boda imposible entre la realidad y el deseo.

Título original: The Bow (Hwal)
Año: 2005
Duración: 90 min.
País: Corea del Sur
Director: Kim Ki-duk
Guión: Kim Ki-duk
Música: Kang Eun-il
Fotografía: Seung-Baek Jang

Reparto: Jeon Sung-hwan, Han Yeo-reum, Seo Ji-Seok

Un año después de haber rodado Hierro 3, una película tan admirable como originalísima, cuya visión recomiendo fervorosamente, Kim Ki-duk se adentra en el silencio y en la imagen para, con el mínimo de elementos imaginable, construir una fábula de extraña intensidad poética lastrada por el conocimiento final de la verdadera realidad de la situación que se describe, porque estamos ante una película sin narración, una película descriptiva de un ritual que se repite, quizás en exceso, aunque la belleza de las imágenes nos consuele del posible tedio que pueda invadir a los más inquietos o a los adictos a la acción externa. No es una película, ya se intuye, para “todos los públicos”, ni quiere serlo. La propuesta de Ki-duk no puede engañar a nadie que haya visto Hierro3, aunque hay una diferencia notable entre la invención del “fantasma” de Hierro3 y la “reclusa” del barco de El arco. En cualquier caso, la belleza de la joven Han Yeo-reum y su dominio del lenguaje no verbal, sobre todo el de las miradas, a través de las cuales se da a entender la relación que tiene con su ¿padre?, ¿abuelo?, ¿protector?, ¿empleador?..., ese es, precisamente, el meollo del asunto que no se resolverá casi hasta el final, cuando en el mundo exclusivo que ha creado el dueño de la barca, y del arco, irrumpa un personaje, un joven universitario del que se prenda la joven y que supone un peligro definitivo para desestabilizar ese mundo de excepción creado por el viejo, quien, al final nos enteramos, ha secuestrado a la joven a los cuatro años y la ha privado de todo contacto humano que no sea el que mantiene con los pescadores a los que ofrece su barco, mar adentro, como modo de ganarse la vida. El viejo, además, practica el arte de revelar el porvenir a través de la joven, mediante un ejercicio de tiro de arco que la somete a un peligro de muerte, del que, se supone, sale con el aura de la omnisciencia. Casi podría decirse que la película, como ocurría en Hierro3, es una película muda. La acción, casi inexistente, consiste en el celo respetuoso con que el viejo espera a que la joven cumpla la edad apropiada para poder desposarla, unos esponsales que se revelan, aun realizándose, como el último acto de su vida, porque el irreversible enamoramiento del joven deshace el cautiverio de catorce años en que la joven ha vivido ignorando que exista otra realidad que la mínima del bote donde ha convivido con el viejo. El arco, presencia dominante del poder a lo largo de la película es, al mismo tiempo un instrumento musical al que el viejo arranca unas bellísimas melodías que sirven de banda sonora. Hay algo de heraclitiano en ese uso del arco para la muerte y para la vida, el bios griego con que construye el de Éfeso su discurso hermético, y de él nacerá un final tan poético como sorprendente, por sorpresivo, una auténtica parábola metafórica tan arriesgada como impactante y cuya revelación me vedo, claro está. Hay, con todo, algunos simbolismos demasiado explícitos que lastran, en cierto modo, la elevada poesía del planteamiento, pero son concesiones que no empañan la riqueza de tantas imágenes, aun repetidas muchas de ellas, con que se cuenta la historia mínima de un síndrome de Estocolmo que, si bien salvando muchas distancias, nos hacen ver El arco como una película relacionada con Habitación, en la medida en que, el niño de Habitación y la niña de El arco no han conocido otro mundo que aquel en el que han estado recluidos. La morosidad con que va progresando, tan sutilmente, la historia puede que acabe con la paciencia de aquellos espectadores resolutivos y asertivos, poco amantes de la intensidad de las relaciones humanas a través del minimalismo gestual; ahora bien, para aquellos que disfrutan con ese tipo de cine, El arco les parecerá una obra singular que no llega a maestra, pero que tiene suficientes alicientes como para quedar satisfecho de haberla visto. De alguna manera, por lo que se me alcanza de lo que he leído, que no visto, El arco vendría a ser una suerte de versión edulcorada de La isla, con la que comparte no pocos elementos narrativos, si bien el franco erotismo de ésta es sustituido en aquélla por un erotismo de la insinuación, no menos turbador. Resulta, ya para acabar, muy chocante la actuación del joven “salvador”, quien está dispuesto a no ejercer la violencia para rescatarla, sino a convencer al “viejo” de que no tiene derecho a privar a su protegida del conocimiento de la realidad exterior a su humilde bote de pesca. La pericia del director para impedir que se nos aparezca claustrofóbico un espacio tan reducido como el del bote donde ha desarrollado su vida la protagonista consigue que nos centremos en el juego a veces perverso, a veces angelical, de dos seres aislados en la mitad del mar y cuya relación ambigua se va aclarando a medida que las miradas y los gestos se vuelven inequívocos, deshaciendo esa ambigüedad inquietante que domina buena parte del metraje. Kim Ki-duk no deja indiferente al espectador, y mucho me temo que es, además, de los cineastas que los divide entre rendidos admiradores y “estafados” detractores. Estoy entre los primeros.
      

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