La hechicera blanca, de Henry Hathaway,
o de cuando la incorrección política no impedía apreciar una buena película.
Título original: White Witch
Doctor
Año: 1953
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Henry Hathaway
Guión: Ivan Goff, Ben Roberts
(Novela: Louise A. Stinetorf)
Música: Bernard Herrmann
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Susan Hayward, Robert
Mitchum, Walter Slezak, Mashood Ajala, Joseph C. Narcisse, Elzie Emanuel,
Timothy Carey, Otis Greene.
Supongo que vista desde la corrección política que propulsan
ciertos movimientos sociales, esta Hechicera
blanca sería una muestra del machismo dominador y una claudicación del
feminismo rampante que parece intuirse en la actitud de la protagonista, una
mujer que se va al Congo, en calidad de ayudante de una doctora, en una aldea
perdida en la jungla, como homenaje a su esposo, un doctor del que ha enviudado
recientemente y al que, por amor, sujetó a su lado en vez de acompañarlo, como
él siempre expresó que quería hacer, a ese continente necesitado adonde él
quería servir a sus semejantes. Que el matrimonio fuera languideciendo hasta el
accidente final en el que perdió la vida un hombre no realizado, abre los ojos
de la protagonista, quien decide redimirse cumpliendo la humanitaria labor que
su esposo quería realizar. El problema es que llega al Congo y “tropieza” con un
aventurero, hijo de aventurero, que no piensa sino en hacerse de oro para dejar
la jungla y llevar una vida confortable y cómoda en cualquier metrópolis
occidental. Que el tal sujeto sea Robert Mitchum, para qué nos vamos a engañar,
le pone algo difíciles las decisiones a la enfermera, aunque la lucha que va a
establecerse entre ambos a lo largo de la película, con las lógicas alternativas
entre una y otra posición, entre el compromiso con el deber o el deber de no
comprometerse sino con el propio enriquecimiento, animan el metraje con
insólita intensidad en lo que, aparentemente, no pasaba de ser una obra de
entretenimiento con aire exótico, al estar rodada en escenarios naturales africanos.
El cine de aventuras y tensión amorosa, tipo Mogambo, para entendernos, depende mucho de los actores y actrices
que lo protagonicen. En este caso, el duelo Mitchum Hayward no decepciona en
ningún momento, aun a pesar de la excesiva flema de Mitchum. La enfermera
alterna los momentos de heroicidad con los de debilidad y se humaniza de tal
manera que queda superada la dialéctica entre machismo y feminismo, porque
enseguida advertimos que no son estereotipos, los personajes, sino seres
individuales, cada cual con su historia, que intercambian, para afianzar su
relación y entenderse mejor. La película, ya digo, tiene el atractivo de los
escenarios naturales y una base antropocéntrica nada desdeñable, aunque
Hathaway sabe dosificar sabiamente la mezcla de los elementos folclóricos con
la trama, de tal manera que tenga esta las dosis justas de emoción y de
animación. La lucha entre los hechiceros de la tribu y la “hechicera blanca”
depara momentos estupendos, como el intento de asesinato de la enfermera por un
hechicero resentido que no soporta la superioridad de la ciencia,
incomprensible magia para él. Hathaway consigue mostrarnos una jungla poderosa,
pero por la que los personajes se mueven con total confianza, como si no
entrañara peligro alguno. Hay escenas muy bien rodadas, como la lucha del joven
guerrero con un león, de la que sale malherido, lo que actuará como motivo
dinámico para la continuación de la trama, al llevar al campamento hostil a la
enfermera acompañada por el aventurero, quien, a su vez, habrá de enfrentarse a
la codicia de su socio, dispuesto a “invadir” a sangre y fuego el territorio de
la tribu donde la enfermera trata de salvar la vida del hijo del jefe de la
tribu. Como los buenos sentimientos forman parte del bagaje del autor, es más
que destacable el modo como le da las gracias el jefe de la tribu a la
enfermera: Hasta ese momento, le dice, nadie se había acercado a ellos para
ayudarles, y sí para combatirlos y exterminarlos. Así pues, La hechicera blanca
es una película a medio camino entre las aventuras y la redención personal, lo
que la hace, a mi modo de ver, una película singular, en comparación con otras
de aventuras en África como la propia Mogambo,
La reina de África o Hatari. Hathaway es un cineasta con un
sólido oficio y autor de películas de mucho mérito, como Tres lanceros bengalíes, Niágara,
La conquista el oeste o El póker
de la muerte, de ahí que cualquier espectador pueda tener la seguridad de
que pasará un buen rato con la película y de que no defraudará sus
expectativas, no solo por la belleza intrínseca de los escenarios naturales
donde se desarrolla la acción, sino por la evolución psicológica y emocional de
los protagonistas.
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