Entre el thriller clásico y el
cine social antirracista: Apuestas contra
el mañana, una crónica estilizada de la perdición filmada por Robert Wise.
Título original: Odds Against
Tomorrow
Año: 1959
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Wise
Guión: Abraham Polonsky,
Nelson Gidding, John O. Killens (Novela: William P. McGivern)
Música: John Lewis
Fotografía: Joseph C. Brun (B&W)
Reparto: Harry Belafonte,
Robert Ryan, Shelley Winters, Ed Begley, Gloria Grahame, Will Kuluva, Kim
Hamilton, Mae Barnes, Richard Bright, Carmen De Lavallade, Lew Gallo, Lois
Thorne
Quien habría de dirigir dos años después de esta
película West Side Story, consagrándose como reputado director, dirigió
Apuestas contra el mañana casi como si de una película de bajo presupuesto se
tratase, para una historia de cine-negro, modalidad de atraco a un banco, que
acaba yendo más allá de la simplicidad original del proyecto, diseñado ad maiorem gloriam de Harry Belafonte,
productor y principal impulsor del mismo, así como magnifico intérprete, junto
con Robert Ryan, de una película tensa, medida, excelentemente fotografiada y
con unos exteriores neoyorquinos dignos de mérito, tanto en la metrópolis como
en los alrededores, donde tendrá lugar el atraco, en una pequeña ciudad
industrial río Hudson arriba. Sí, una película que gira en torno a un atraco
que, sin embargo, apenas consume sino el cuarto de hora final de la película.
Ello significa que el detallado retrato de los personajes, tres perdedores natos,
se lleva la parte del león, con lo que el espectador sale ganando, porque en
cuanto oye decir la manida frase: “solo hay que entrar y coger el dinero, está
allí esperándonos” sabe que la cosa acabará como el rosario de la aurora. A
nadie puede sorprenderle, pues, que el fracaso en el golpe sea un desvelamiento
de la trama que pueda influir en el visionado de la película, porque, por
suerte para el espectador, lo esencial de la película no se dilucida en esos breves
momentos en que tres auténticos aficionados, a pesar de los aires profesionales
que se gastan, acaban fracasando, sino en el retrato crudo y objetivo de tres
vidas arruinadas que simplemente precipitan un sórdido final que, tarde o
temprano, habría de producirse. Un expolicía expulsado del cuerpo, un
delincuente de poca monta, racista, y un cantante negro aficionado a las apuestas
de caballos y con una abultada deuda con un mafioso que se la reclama, se unen
para conseguir un botín que les “enderece” sus vidas: uno, para retirarse
definitivamente y salir del cuchitril donde vive; el otro para demostrar a la
mujer que lo mantiene -magnífica Shelley Winters- que es capaz de ganarse la
vida, y el cantante para salir del aprieto y poder seguir contribuyendo al
mantenimiento de su mujer y su hija con quienes tiene algunas escenas muy relevantes
en las que se muestra, curiosamente, la impronta racista del cantante, paralela
a la de su compinche en el atraco, una tensión que estalla, literalmente, en el
desenlace de la película, una persecución llena de tensión en unas
instalaciones industriales que acaban saltando por los aires gracias al cruce
de disparos entre los miembros enfrentados de la banda. Me ha resultado curioso
ver, con pocos meses de diferencia, una película como La casa de Bambú, de Fuller, un thriller en increíble color con un
Ryan relativamente joven y lleno de glamour, con una presencia “negra”
impresionante, y esta Apuestas contra el
mañana, en que aparece como un ser derrotado, envejecido, decadente, pero
con idéntica presencia imantadora para la cámara, que se recrea en él, con
todos los planos imaginables, para disfrute del espectador, como en la
electrizante secuencia erótica que comparte con una Gloria Grahame no menos
crepuscular que él. La puesta en escena, calles, coches, hoteles, apartamentos
y, sobre todo, el club de jazz donde canta Belafonte una pieza extraordinaria
nos habla de la mejor tradición del cine negro, desde Atraco Perfecto de Kubrick hasta La jungla de asfalto de Huston. Recordemos, por si fuera necesario,
que Robert Wise fue el montador -y a nadie se le oculta la importancia del
montaje en la versión definitiva de la película- de lo que se considera la
mejor película de la Historia del Cine: Ciudadano
Kane. No hace mucho, en enero de este año, hacía la crítica de El cuarto hombre, de Phil Karlson, una
película también de atraco a un banco de excepcional factura. Pues bien, la
presente y aquella guardan una similitud de calidad que las hace acreedoras, a
ambas, a formar parte de esa selección de las mejores películas del género que
todos los buenos aficionados suelen tener. Una de las señales distintivas de la
calidad de una película es cómo suelen aprovecharse escenas aparentemente
intrascendentes o “de transición” para redondear bien el retrato de los
personajes, bien el sentido de la trama. A ese registro pertenecen las
diferentes reacciones de los dos miembros de la banda frente al ascensorista
que los lleva a la reunión con el jefe del golpe, el expolicía, y al de la
coherencia del guion la escena en que el personaje, arruinado por su afición a
apostar en las carreras de caballos lleva a su hija al tiovivo y se presentan
dos matones de a quien adeuda los 7500 dólares que pueden significar su ruina y
la de los suyos, pues su mujer y su hija también han sido amenazadas. Los
planos de las sombras de los caballos del tiovivo “compitiendo” como un
recordatorio del origen de su nefasto destino caen del lado de la imaginación
fílmica sobresaliente de Wise. Finalmente, la obra se abre y se cierra con el
primer plano de un sucio charco callejero, charco en el que han desembocado
unos títulos de crédito distorsionados cuyo referente no se intuye hasta que
emerge con nitidez ese charco-resumen de las arruinadas vidas de los
protagonistas. Estamos, pues, no ante una obra menor, sino ante una gran
película del género, cuyo desconocimiento, por mi parte, me parece, a toro
pasado, imperdonable. Ahora lo reparo.
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