miércoles, 5 de septiembre de 2018

“Casada con un comunista”, de Robert Stevenson, una rareza del agitprop anticomunista.



Entre el thriller potente y la  propaganda política, una película que acaso inspirara la “caza de brujas” del senador McCarthy.

Título original: The Woman on Pier 13
Año: 1949
Duración: 73 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Stevenson
Guion: Charles Grayson, Robert Hardy Andrews (Historia: George W. George, George F. Slavin)
Música: Leigh Harline
Fotografía: Nicholas Musuraca (B&W)
Reparto: Laraine Day,  Robert Ryan,  John Agar,  Thomas Gomez,  Janis Carter,  Richard Rober, William Talman,  Paul E. Burns,  Paul Guilfoyle,  G. Pat Collins,  Fred Graham, Harry Cheshire,  Jack Stoney.

El director inglés Robert Stevenson, un clásico artesano que hizo obras notables como Alma rebelde, la adaptación de Jane Eyre con Orson Welles y Joan Fontaine, o la popularísima Mary Poppins, por la que fue nominado al Oscar al mejor director, dirigió antes de la turbulenta llegada a la escena política usamericana del senador McCarthy una película anticomunista que, al mismo tiempo, está planteada en clave de thriller, por un lado, y de película social, por otro, pues se dirime en la historia, al margen de la cuestión comunista, un enfrentamiento entre estibadores y navieros.
Robert Ryan, un hombre que encubre un pasado como agitador comunista, es ahora, recién casado, un directivo de la asociación de navieros, quienes delegan en él la consecución de un acuerdo con los trabajadores para evitar una huelga perjudicial para todos. La irrupción de su antigua novia, aún militante del Partido y activista disciplinada, una Janis Carter exuberante y perfecta en su papel de doble femme fatale, le llevará a tener que enfrentarse a ese pasado que creía definitivamente enterrado.
El modo como presenta la historia a los dirigentes del Partido, propiamente como una banda mafiosa, consigue, paradójicamente, que la carga política quede muy desustanciada, porque a los esbirros del Partido que incluso llegan al asesinato se les acaba viendo más como lo que realmente son, una organización mafiosa, que como los viejos idealistas del socialismo dispuestos a conseguir una revolución al servicio del pueblo (pero sin él, claro).  Y de ello se beneficia la película, sobre todo en el tramo final, cuando la acción ya toca de cerca a la protagonista, una enamorada y sorprendida Laraine Day, actriz emblema de la “mujer de orden”, quien, tras el asesinato de su hermano, que había sido seducido por quien fuera la novia comunista de su marido, se lanza a la búsqueda de pruebas que demuestren que esa muerte no se debió a un “accidente”.
La verdad es que, más allá de la anécdota argumental en que se presenta poco menos que como hienas sanguinarias a los mafiosos comunistas, la película tiene un pulso narrativo excelente -excepto por la debilidad argumental de no querer revelar su pasado el personaje y afrontarlo desde la legalidad, en vez desde el heroísmo individual que tan confundido anda entre la antigua lealtad a “los de abajo” y sus nuevas responsabilidades negociadoras entre estos y ·los de arriba” a los que ahora pertenece. Salvando esa debilidad, ya digo, el guion nos lleva por una vía de thriller de muchos quilates. La presencia de Robert Ryan, aunque algo apagado, basta para ponerle ese toque de calidad indiscutible, del mismo modo que la contribución rigurosa y apabullante de Janis Carter como la tentación que viene de un pasado aún envuelto en luces y sombras. De hecho, resulta incoherente la pasiva reacción del protagonista cuando contempla uno de los asesinatos de la banda ante sus ojos, como aviso si se niega a colaborar en el hundimiento de las negociaciones que provoque la huelga que van buscando para sus planes agitadores.
La ambientación en el puerto y en las barracas de feria donde la mujer del protagonista va buscando pruebas que incriminen a alguien en la muerte de su hermano, unas secuencias en las que Laraine Day brilla con luz propia por el modo como sabe embaucar al asesino hasta que confiesa cómo mató a su hermano, se revela como una eficaz puesta en escena que, en vez de hablarnos de una organización política,  más retrata los procederes de una mafia. No me parece, a tal efecto, menospreciable la selección de Thomas Gómez, de origen hispano, como el jefe inmisericorde del Partido, dispuesto a expedir sentencias de muerte en un abrir y cerrar de ojos.
Me abstengo de desvelar el final, porque esas escenas de acción redondean la película, incluida cierta moralina indispensable en este tipo de productos a los que lastra el peso de su concepción como instrumentos de lucha ideológica. Insisto, la película se ve con interés y con mayor aún la visión hipersesgada de la ideología que amenazaba el american way of life… Bien pudiera decirse que, recién acaba la Segunda Guerra Mundial, esta película, y otras como ella, como Telón de acero, de William Wellman, un año antes, en 1948, inauguraron oficialmente, para el cine, la Guerra Fría.

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