Dos hermanos policías, ignorando uno de ellos que persigue a un asesino desconocido con el que convive…, y un final espectacular que nos remite al de El tercer hombre, rodada un año antes.
Título original: The Man Who
Cheated Himself
Año: 1950
Duración: 81 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Felix E. Feist
Guion: Seton I. Miller, Philip
MacDonald (Historia: Seton I. Miller)
Música: Louis Forbes
Fotografía: Russell Harlan (B&W)
Reparto: Lee J. Cobb, Jane Wyatt,
John Dall, Lisa Howard, Harlan Warde,
Tito Vuolo, Charles Arnt,
Marjorie Bennett, Alan
Wells, Mimi Aguglia, Bud Wolfe,
Morgan Farley, Howard Negley,
William Gould, Art Millan.
A
Julio Murillo, que sé que me estará leyendo…
¡No quiero ni imaginar
qué título le hubiera puesto la mente calenturienta del traductor de los mismos
a este clásico del cine negro de serie B que se presenta, sin embargo con un
plantel de actores, escenarios y equipo sobradamente de la serie A! Como la
película no está estrenada en España, hasta donde me alcanza mi limitada
investigación en la red de redes, abre esta crítica el vínculo mediante el cual
se puede acceder a ella para que quienes tengan humor y paciencia puedan
refutar mi entusiasmo por ella. El azar, tan dueño siempre de todo, fue el que
me la seleccionó cuando puse en el buscador de YouTube: «cine negro
norteamericano» y estaba yo en la cinta de correr en el gimnasio, un escenario,
per se, de cine negro, también, al
menos en las películas de boxeadores. A un ritmo moderado, de recuperación de
operación de menisco, 9’5 km/h e ignorando aún que Kipchoge correría ¡a 20km/h
durante 42 quilómetros…!, me sumergí en la historia de un cazafortunas al que la
esposa rica pone de patitas en la calle. Este parece disponerlo todo para
regresar a la casona sin ser advertido y o bien robar lo último que pueda o
bien asesinar a su futura ex. Como la señora alterna la infelicidad conyugal
con la felicidad adúltera con un Teniente de policía, Lee J. Cobb, y ella se
huele que su marido no se quiere ir por las buenas y que trama algo, llama al
teniente para que la proteja esa primera noche. El marido vuelve y ella, que ha
descubierto el arma que ve como una amenaza, acaba disparando contra él sin que
el policía, aunque lo intente, pueda evitarlo. A partir de ese momento, la
pasión amorosa de un bachelor
cincuentón se adelanta a la primera fila de las reacciones posibles y, en vez
de emerger el policía, emerge el amante encubridor de la amada… y empieza el
baile de los infortunios. Antes, en la presentación de los personajes, hemos
sabido que el Teniente trabaja en la comisaría con su hermano, quien se está
iniciando en la profesión, por lo que su primer caso coincide con la
intervención de su hermano en él, lo que él ignora. La película, pues, no
plantea la intriga en torno al asesino, sino que la deriva, con un guion
milimétrico, a los procedimientos de investigación y a la intuición u ojo
clínico del joven hermano, el estupendo John Dall de La soga de Hitchcock y de El
demonio de las armas, de Josep H. Lewis, ambas criticadas canónicamente en
este Ojo. La historia es de Seton I.
Miller, un reconocido guionista, Oscar por El
difunto protesta, de Alexander Hall, y el guion del propio autor y de un
novelista de misterio tan experimentado como Philip MacDonald, lo cual
garantiza un desarrollo pautadísimo que irá sorprendiendo a los espectadores,
porque la investigación parte, no como todas, del desconocimiento absoluto,
hasta que se encuentra la pistola con que se cometió el crimen y que, además, sirvió para cometer otro delito
en el ínterin. Resulta admirable seguir la investigación como una suerte de razonamiento
prolongado que va rechazando digresiones que lo entorpecen hasta que, al final,
se hace la luz y el joven aprendiz descubre que el sospechoso número uno del
asesinato es su propio hermano. No puede hablarse de un policía corrupto y uno
íntegro, sino de un solterón que cree haber encontrado el amor de su vida y de
un recién casado y recién egresado de la escuela de policía que se enfrenta a
su primer caso con un ardor y una inteligencia notables. La película, al menos
sobre la cinta corredora, me pareció excelente, porque su director, el absoluto
desconocido Felix E. Feist logra crear una atmósfera impregnadísima de las
mejores esencias del cine negro, con planos de la mansión, de la oficina e
incluso de la investigación de calle, en el puerto, etc. muy logrados. Supongo
que pasaría con idéntica nota la prueba del sofá…Felix E Feist es, por
supuesto, un perfecto desconocido para mí, pero es el autor de Deluge, una estupenda película de
catástrofes con una magnífica destrucción de Nueva York, ¡para 1933!, que calcaría en 2004 The Day After Tomorrow, de Roland Emmerich, y con un final de leve impronta socialista,
porque, tras la destrucción del mundo hasta entonces conocido, por terremotos y
tsunamis estremecedores, la pequeña comunidad que sobrevive se plantea hacerlo
sobre otras bases, aunque aprovechando las enseñanzas de los 2000 años de
historia desde la aparición del cristianismo. Añado el vinculo bajo la del de The man who cheated himself. De esta, finalmente, quisiera destacar el
magnífico final, rodado en un espacio privilegiado, un edificio deshabitado en
la base del Golden Gate, por cuyos pasillos y salas vacías, así como por sus
escaleras que parecen llevar a ninguna parte, huye la pareja enamorada y delincuente.
La secuencia en que ella pierde un pañuelo que planea sobre el patio central
del edificio mientras el hermano del Teniente no sabe si persistir o desistir en
y de la búsqueda de los fugitivos e, sencillamente, una obra de arte. A mí me
ha recordado mucho la huida de Harry Lime, en El tercer hombre, de Carol Reed, por las cloacas de la ciudad,
después de desaparecer misteriosamente por el interior de la litfasäulen de una plaza vienesa.
También me ha evocado la atmósfera de Shutter
Island, de Scorsese. Solo por ese final, de verdad, merece la pena ver la
película. Las interpretaciones son sobresalientes, por supuesto, y añaden una
veracidad contundente y muy notable al relato de pasiones, moralidades y flaquezas
humanas.
Otra excelente muestra màs de cine negro, con grandes actuaciones de los hermanos policìas. El film va, paso a paso, llevando al espectador, por diferentes caminos hasta lograr aclarar completamente el panorama. Un final magistral, tìpico de la acciòn de una mujer fatal, que no trepida en nada para volver las cosas a su favor, sin ninguna consideraciòn ètica ni moral.
ResponderEliminarEs increíble la cantidad de obras excelentes que los grandes clásicos nos han eclipsado. Encantado de coincidir con Vd. en la apreciación de la película. John Dall, además, participó también en otro clásico" menor pero muy potente: "El demonio de las armas", donde borda su papel. Si no la ha visto, se la recomiendo. Le hice crítica aquí, en mi Ojo.
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