jueves, 27 de septiembre de 2018

«Todos lo saben», de Asghar Farhadi o los rencores de las “vidas vox pópuli” de los pueblos.



La presión del espacio, la decadencia de los terratenientes y las disputas familiares: Todos lo saben o un drama sólido con algunas imposturas disculpables.

Título original: Todos lo saben
Año:  2018
Duración: 130 min.
País:  España
Dirección: Asghar Farhadi
Guion: Asghar Farhadi
Música: Alberto Iglesias (Canciones: Nella Rojas, Javier Limón)
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Penélope Cruz,  Javier Bardem,  Ricardo Darín,  Eduard Fernández,  Bárbara Lennie, Elvira Mínguez,  Ramón Barea,  Inma Cuesta,  Sara Sálamo,  Carla Campra, Sergio Castellanos,  Roger Casamajor,  José Ángel Egido,  Tomás del Estal, Esteban Ciudad,  Nella Rojas,  Jaime Lorente,  Jordi Bosch.

La “aventura española” de Asghar Farhadi se ha centrado en una historia rural con fuertes componentes familiares que pretenden conceder a la película una dimensión global. Da igual que el pueblo sea iraní que español o que chino; las leyes que rigen la vida familiar y de vecindad en los pueblos pequeños se parecen en todo el globo, salvo detalles folclóricos que, en este caso, tampoco están muy acentuados. De hecho, hay como una suerte de asepsia geográfica y folclórica que nos llevan a no reconocer exactamente el lugar para que probables prejuicios no nos estorben a la hora de centrarnos en el drama de un secuestro que sirve de pretexto para poner al descubierto rivalidades, rencores, odios e historias encubiertas que, sin embargo, son vox pópuli. La película se abre con lo que podríamos denominar “las tripas del tiempo”, esto es, el desvencijado mecanismo del reloj que “marca” las horas de la vida de la gente desde hace siglos, allá en lo alto del campanario, como una presencia divina y ajena a las obras de los seres que viven bajo la constatación de sus horas inapelables. El tiempo pasa, sí, pero no pasa en balde, y la película parte de ese presente oxidado del mecanismo del reloj para remontarnos, a partir del secuestro de la hija de la protagonista, que vuelve a casa para asistir a la boda de su hermana pequeña, al tiempo, también oxidado, del pasado. Aunque pudiera parecer, por lo que llevo de sinopsis, que la película se plantee como la resolución de un caso de secuestro, lo cierto es que la decisión de no avisar a la policía para intentar recuperar a la adolescente mediante el pago del secuestro, y la contratación de un expolicía que les asesore sobre cómo conducirse en esa difícil situación, hacen derivar la película hacia los móviles del secuestro y hacia los “sospechosos”, lo que altera radicalmente el  microcosmos familiar para orientar la trama en una dirección arqueológica que desembocará en el reconocimiento de un presente lleno de fracasos, envidias y rencores. El patriarca de la familia, un terrateniente que ha ido vendiendo sus tierras a los aparceros que antes las cultivaban, y que está “impedido”, anda con unas muletas de fuerte carga simbólica, como aquel José María Prada con el brazo en cabestrillo en claro saludo fascista en la película de Carlos Saura La prima Angélica, vive lleno de un resentimiento total hacia quienes les compraron las tierras y, sobre todo, contra el hijo de los antiguos sirvientes de la casa que ahora explota unos prósperos viñedos. Poco a poco, de forma muy medida, y ese timing es la razón de ser de la película, se nos va entregando la madeja de relaciones y de apariencias que se desmontan con la llegada de la hija que emigró a Argentina y el secuestro de su hija. Es cierto que hay detalles inexplicados, como la propia emigración a Argentina, o el “pelín forzado” matrimonio de la hija precisamente con un catalán, lo que permite introducir apenas tres frases que se subtitulan, suponemos que para demostrar urbi et orbe que somos un país plurilingüístico -¿o me paso de susceptible?-, pero, en términos generales,  lo esencial de la trama se va desgranando poco a poco, sobre todo a partir de la llegada del marido argentino de la protagonista, Ricardo Darín, que cumple con creces, a la atura de lo que se espera de él, pero que no ensombrece la actuación “mater dolorosa” de Penélope Cruz, quizás un pelín sobreactuada en algunos momentos. No ocurre lo mismo con quien fuera su amor de adolescencia y primera juventud, el ahora propietario Bardem, y en tiempo, hijo de los sirvientes de la casa de los “amos”, que, salvo las escenas algo impostadas de la boda, y los saludos a los recién llegados, amén de algunas gracias con las criaturas, está muy en su papel de hombre de campo, tosco y delicado al tiempo, capaz de guardar un secreto que su esposa, magnífica y materialista Bárbara Lennie, conseguirá arrancarle a fuerza de sospechar, con impecable lógica, de su comportamiento. Las historias cruzadas entre los personajes van creando una red de “secretos y mentiras” y “delitos y faltas” que nos ponen ante los ojos una suerte de podredumbre social de baja intensidad pero suficiente para condicionar las relaciones entre los seres humanos de forma trascendental. Recordemos que el “argentino” que ha contribuido generosamente a la restauración de la iglesia del pueblo es el mismo que vuelve, arruinado y deprimido, para reunirse con su mujer y tratar de rescatar a su hija. Y hasta aquí la información que puedo dar sin chafarle a nadie una trama bien construida y mejor interpretada, salvo esos pequeños detalles que he mencionado. No hace mucho tuve la oportunidad de criticar en este Ojo dos muestras de ese cine de pequeños espacios con relaciones tóxicas: La propera pell, de Isaki Lacuesta y  Un cos al bosc, de Joaquim Jordà. Y hace más tiempo la excepcional Condenados, de Manuel Mur Oti. La película de Farhadi no supera ninguna de ellas, aunque se vea con agrado y se disfrute con un coro de secundarios que asumen, de hecho, un papel protagonista coral. Se advierte que Farhadi se muestra cómodo moviendo grupos amplios y sabe por otro lado, conceder a casi cada uno de los intérpretes momentos de auténtico lucimiento. Eso pasa con el magnífico Eduard Martínez, soberbio en su papel, con Elvira Mínguez, con Bárbara Lennie, con Inma Cuesta y con unos jóvenes actores que dan la talla muy decorosamente junto a los consagrados. Aunque el reclamo popular sean Cruz y Bardem, la película no gira exclusivamente en torno a ellos, sino que ellos forman parte de ese engranaje de la pequeña localidad en la que su historia ocupa un lugar en la vida de las gentes, de ahí el título, Todos lo saben… Lo bueno es que el espectador solo llega a saberlo al final de la película, abierto en el sentido de que la solución del “secuestro” abre otros interrogantes que quedan en el aire, en una suerte de “la vida continúa”, sí, y se siguen oyendo, una tras otra, las horas que marca ese oxidado reloj de la iglesia…, llenas de  pasado y de futuro. La dirección de Farhadi es de las que podríamos llamar “transparente”, esto es, se preocupa más de la historia que de que el espectador se fije en el estilo con que es filmada. Con todo, la fluidez narrativa es magnífica y la puesta en escena se ajusta estupendamente al espacio rural que gravita sobre la historia con los ecos de las antiguas fechorías que han condicionado las vidas de sus habitantes. Que Farhadi apenas conceda importancia a los secuestradores tiene mucho que ver con ese bisbiseo entre los esposos que sobreviven a duras penas regentando un hostal en el pueblo, a pesar de pertenecer, por familia, a la casa del antiguo terrateniente del lugar; un “secreto” en la voz baja de la sofocación de los trapos sucios que, sin embargo, con el tiempo, acaban siendo de dominio público…

2 comentarios:

  1. Coincido con tu valoración muy positiva de esta película que vi con agrado creciente y que me terminó convenciendo. La semana anterior había visto Carmen y Lola y fueron dos semanas de buen cine español, aunque no sé si a esta película planteada desde la óptica de un director iraní se le puede llamar española porque si hay algo que se me hizo evidente durante el metraje de la misma es que la perspectiva narrativa de la misma no es propia de este solar. Hay mucho en ella que revela que el director pertenece a otra óptica, que no cuenta las cosas del mismo modo, que sus tics son otros, que hay distancia narrativa con lo contado. Es española -y argentina- porque los actores lo son, además de la mayor parte del equipo técnico, pero no es española en su visión de las cosas, y eso en alguna manera me enorgullece, que un director de la talla del iraní haya recreado una realidad española desde su óptica universalista, me llena de placer como espectador en un tiempo que los españoles no recibimos demasiado buenas noticias de otros países. Y es que la intrahistoria de Irán y España pueden ser no muy diferentes, como sostiene Farhadi. Otro apunte es que la película me pareció que tenía una poética lorquiana que se me hacía evidente. No hay duda de que Farhadi se ha embebido de cultura española para realizar esta película -sin hablar ni español ni inglés- y es profundamente española pero desde otra óptica no española. Como la película que no fuiste a ver -no entendí el motivo- sobre Don Quijote de Terry Gilliam, una aventura intelectual de primer orden, fruto de un sueño inverosímil que le ha costado más de veinte años realizar y varios intentos fallidos además de un making off sensacional. Terry Gilliam pudo hacer una película en cierto modo cuestionable pero lo que no le quita es que se haya metido hasta el tuétano en el Quijote y que sea profundamente quijotesca. Pues la de Farhadi es muy lorquiana. Me gustan estos directores que, enamorados tal vez de España, algo que los españoles llevamos mal, vengan a asumir la dirección de proyectos muy interesantes que tienen como eje nuestro país.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya he expresado algunos reparos no menores, pero, en conjunto, se deja ver, sobre todo porque recuerda esas magníficas películas "corales" de los años 50 del cine español en el que los protagonistas eran literalmente barridos por los secundarios. Aquí ocurre algo parecido. A veces te da incluso la sensación de que Eduard Fernández, magistral, es el verdadero protagonista. La vida pequeña de los sitios minúsculos siempre ha sido buen motivo narrativo, del que no pocos autores han sabido sacar provecho. Esa indefinición "nacional" se advierte, por ejemplo, en el contraste de una oda casi andaluza en tierras castellanas, pero eso es defecto de la Direccion Artística de la película, sin duda.

      Eliminar