Los apuros morales y económicos de la burguesía en la
España de los 60: Los culpables o una
trama de intriga criminal rodada con exquisito primor visual.
Título original:Los culpables
Año: 1962
Duración: 88 min.
País: España
Dirección: Josep Maria Forn
Guion: Luis Alcofar, Josep Maria Forn, Jaime Salom
Música: Federico Martínez Tudó
Fotografía: Ricardo Albiñana
Reparto: Tomás Blanco, Florencio
Calpe, Susana Campos, Félix Fernández, Luis Induni, Yves Massard, Gonzalo Medel, Carmen Mejías, Salvador Muñoz, Joaquín Navales.
Se me pasó grabarla hace unos días, y enseguida me he
apresurado a rescatarla en la web de RTVE, donde siguen disponibles durante un
tiempo, para comprobar si, como se anunciaba, estábamos ante una película digna
de ser recuperada o ante un fracasado intento de internacionalización de
nuestro cine. Si la he calificado de chabrolada en el título de la crítica es
porque reúne todos los ingredientes del cine “de provincias” de Chabrol, que
tantos éxitos le ha hecho cosechar al director francés. José María Forn-el
actual Josep Maria Forn- adapta la obra teatral de Jaime Salom del mismo título
y la ubica en la ciudad de Gerona, con una espectacular secuencia iniciale en
la que se sigue a la protagonista, Susana Campos, a través de las calles de la
ciudad bajo una fuerte lluvia, vestida ella con un impermeable claro y pañuelo
del mismo color, hasta llegar a una casa donde enseguida advertimos que se
cuece un secreto al fuego más lento que pueda imaginarse, el de la delación que
se intuye en un horizonte cercano. Enseguida se nos pone al tanto de la trama:
la mujer de un empresario al borde de la bancarrota tiene una relación adúltera
con un médico. El empresario -el siempre eficaz Tomás Blanco- va a ver al
médico y le plantea fingir su muerte para huir de España e iniciar una nueve
vida en el extranjero, adonde se hará reenviar el importe del suculento seguro de
vida suscrito a causa de su afección cardiaca. La certificación de la muerte súbita,
por infarto, ocurrirá en una finca de la familia del empresario, una masía
fotografiada con mimo, dada su belleza, sobre todo la de la entrada con los
árboles podados, como una fila de esqueletos premonitorios. La puesta en escena
de la película es una de sus mejores bazas, y Forn consigue planos muy
meritorios, contrapicados psicológicos incluidos, a pesar de que en modo alguno
entorpece la narración de un caso hipercomplicado que irá desvelándose poco a
poco, porque, la insufrible culpabilidad del médico acaba asemejando mucho el
planteamiento a las narraciones de Simenon. Por un lado, el planteamiento moral
de los hechos incalificables en que se embarcan los protagonistas, y que acaban
atormentándolos, aunque aspiraban a conseguir la felicidad. Recordemos que el
trato del marido con el médico es el intercambio de su muerte por la renuncia a
su esposa para que construya una nueva vida con su amante. Por otro, una investigación
criminal que, partiendo de la empresa aseguradora, acaba desvelando una trama
sobre la que no entraré, porque, a poco que diga, le arruinaré la película a
los posibles espectadores. Supongo que no soy el único caso de espectador al
que, mediante estas películas, le gusta bucear en el pasado, en este caso, la
vida en una pequeña y hermosa ciudad de provincias catalana, Gerona. ¿Qué
busco? Detalles minúsculos, si se quiere, pero que permiten comprender aquellas
épocas, en mi caso de mi infancia, para contrastar el conocimiento con los
recuerdos. Que en la primera entrevista de un médico con un posible paciente,
el médico abra una caja y le ofrezca al paciente un cigarrillo es una de esas
señales de identidad de época impagables. La tercería de la propietaria de una
mercería que les facilita una habitación donde encontrarse forma parte de esa
tradición españolísima del celestinazgo. En este caso, además, quien interpreta
a la “facilitadora” -que diríamos hoy- es una actriz como la copa de un pino,
Ana María Noé, quien se prodigó en el teatro comprometido ideológicamente y,
hacia el final de su carrera, también en los dramáticos de TVE. Con todos estos
ingredientes, José María Forn logra levantar una película, muy en la línea de
obras anteriores como Muerte de un ciclista, de Bardem, o como el primer
thriller que dirigió Borau y que ya critiqué aquí, la estupenda Crimen de doble filo. Recordemos,
además, la importancia el cine policiaco barcelonés de la década de los 60, del
que se despega, si acaso, por la cuidada atención a la puesta en escena y por
el intento de contrastar con planos muy escogidos la miseria moral que anida en
el fondo del relato. Dentro de esa arqueología de la sociedad española que
supone el visionado de estas películas, no puede dejar de chocar que no le
llamara la atención a la censura el modo irregular como, por ejemplo, una
agencia de viajes, se convierte en instrumento de una evasión de divisas a
Suiza. He de reconocer que la película tiene un antes y un después con la
entrada en acción de Félix Fernández, un secundario que, como ocurría entonces
en aquel cine nuestro, es capaz de merendarse la película él solito, convirtiéndose
en la estrella principal. Inspector de policía que conoció al padre del
protagonista, un ajustado a su tormento moral Yves Massard, desde que él entra
en escena, poco a poco, con ese olfato de los comisarios a punto de jubilarse,
se va esclareciendo la trama, que incluye algún golpe de efecto que logra sorprender
al espectador y permite “redondearla” brillantemente. La atmósfera de la
narración, insisto, es exactamente la misma de esas dos referencias francesas:
Chabrol y Simenon. Y ahora que quien la vea y no lo vea, me lo reproche aquí
mismo. Finalmente, a modo de apéndice, me ha llamado la atención la aparición
de Luis Induni, a quien tenía visto en mil películas que no lograba recordar.
Un habitual de los espaghetti western rodados en Almería que veía cada semana,
¡por partida doble”, en el cine de barrio de mi adolescencia. Lo curioso es su
historia personal: Luigi Induni, luchador italiano proalemán en la Segunda
Guerra Mundial, se refugió en España y pasó hambre y hasta durmió en la calle.
Iquino lo “recogió” como limpiador de su estudio a cambio de un techo, y poco
tiempo después comenzó su carrera, primero como figurante, y después como
habitual de esos westerns almerienses.
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