domingo, 15 de marzo de 2020

«Aliento», de Kim Ki-Duk, o la lírica del amor imposible.


Un poema arrancado al silencio y escrito sobre el camino errático del deseo…

Título original: Soom
Año: 2007
Duración: 84 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Kim Ki-duk
Guion: Kim Ki-duk
Música: Myeong-jong Kim
Fotografía: Jong-moo Sung
Reparto: Chang Chen, Ha Jung-woo, Park Ji-a, Kim Ki-duk.

Hay películas que están hechas no tanto con la fuerza de la imagen, ¡que también!, sino con el volumen y la intensidad del silencio y de las miradas. Aliento es una de ellas. Su autor, Kim Ki-Duk, al que conocí por vez primera en Hierro 3 y de cuya maestría quedé admirado ya para siempre, vuelve a realizar una obra personalísima que requiere una suerte de «aprendizaje de la mirada» que los espectadores pueden adquirir, por ejemplo, en la contemplación de obras maestras como las de Bergman y las de Dreyer. No quiero decir con ello que Aliento, por ejemplo, no se entienda sin ellas, pero sí que se han de haber visto algunas obras cuya capacidad de entrenar nuestra mirada nos permitirá no tanto aceptar esta película de Ki-Duk, cuanto disfrutar plenamente de ella, sin hacernos absurdas preguntas sobre la verosimilitud u otras cuestiones de naturaleza semejante a que suelen abocar las películas de carácter psicológico que se apartan de las explicaciones simplistas de los comportamientos humanos, sobre todo cuando son tan complejos como al que induce la herida que sufre la protagonista.
Una escultora y un compositor musical viven juntos con su hija pequeña. Ella está atravesando una severa depresión porque su marido la engaña con otra, un adulterio que ni se recata en esconder, aunque tampoco “la meta en casa”, claro. El silencio y la reconcentración introvertida de la amante despechada la lleva a someterse a un plan irracional: convertirse en la amante de un peligroso asesino condenado a muerte que intenta suicidarse en prisión, intento que vemos en directo, porque abre la película, y que se convierte en la noticia que en la televisión seguirá con inusitado interés la mujer despechada. Recordemos que, aunque vigente legalmente, la pena de muerte suele conmutarse por la cadena perpetua.
En un taxi -cuyo conductor es el propio director, haciendo un breve cameo- se acerca a la prisión e intenta obtener permiso para ver al hombre, diciendo que es «su novia». Al principio, no la dejan, pero el director de la prisión, desde su privilegiada posición ante las cámaras de vigilancia de la prisión, decide dejarla entrar, movido, sin duda, por la curiosidad. Y, sobre todo, por el morbo de ver ese extraño encuentro entre dos seres tan distintos. El primer encuentro, con la mampara de seguridad por medio, se cierra con el hermoso plano del asesino arrojando vaho a la mampara e imprimiendo sobre él el beso de sus labios dirigido a su visitante.
A partir de ese momento, la película se diversifica en tres escenarios: el primero es la exigua celda donde cohabitan cuatro prisioneros, uno de los cuales está avasalladoramente enamorado del asesino y pretende seducirlo, a pesar de la resistencia de este, más otro dos que se aliarán con el enamorado para sacar de quicio al suicida, robándole sus preciosas pertenencias, fotos que la mujer le va entregando en cada una de las sesiones de sus encuentros con él; el segundo es la casa familiar, una hermosa casa «de diseño» que nos habla del magnifico nivel de vida del matrimonio, donde ella trabaja en sus esculturas, una de ellas alegórica de su profunda herida, y que acaba destrozando con un martillo; y el tercero las celdas de los vis a vis, con un funcionario dentro, entre la desconocida y el asesino, quienes, poco a poco, van intimando emocional y físicamente, una progresión sexual que va permitiendo el «voyeur» que dirige la prisión, quien se divierte, desde la sombra impenetrable desde la que gobierna la representación, desde el panóptico que todo lo ve y controla.
Poco a poco, asistiremos a la progresiva desesperación del marido, una vez que averigua el sentido de las extrañas visitas de su mujer a la prisión, y a una serie de encuentros en el venusterio que constituyen un punto de contraste en la película, hasta esos momentos tensa como el olfato de la madre de Bambi en el bosque, una irrupción de la alegría en forma de canción alegórica interpretada por la enigmática «enamorada» que lo ha escogido como objeto de deseo, para complacencia de él, quien no abre la boca -salvo para besarla a ella- en toda la película. Tengamos en cuenta que los intentos de suicidio los realiza clavándose en el cuello el cepillo de uñas afilado por otro interno de la celda en los dibujos que hace en la pared. Hay, por lo tanto, una suerte de elogio del silencio que lleva a los protagonistas a una comunión silente poderosísima, un nexo que, llegado el momento… Me freno, que arruino el desenlace.
         El gran giro de la película es el detalle del Gran Panóptico, personalicemos así al jefe de la prisión, de permitir la entrada del marido en la sala de monitores cuando su mujer está abrazada al asesino, besándolo con una pasión arrebatada. El desconcierto del hombre es de tal naturaleza que su actitud cambia totalmente y se «deshace» de la amante, ante la contemplación impávida de su mujer, quien no por ello abandona sus encuentros con el asesino, a quien regala con una escenificación del venusterio con papeles pintados alusivos a las cuatro estaciones del año que ella parece querer comprimir para él antes de que se ejecute la pena de muerte. La tensión entre ambos esposos, ahora en igualdad de adulterios, podríamos decir, es lo que en realidad se ventila en la película, una crisis amorosa de pareja que ha de buscar un nuevo equilibrio a pesar de por lo que el marido ha de pasar. Hablamos, por lo tanto, de una película archiintimista, y como tal ha de prestarse mucha atención a todos los detalles, a todas esas secuencias que aparentemente pueden parecer gratuitas y que, sin embargo, conforman un lenguaje visual potentísimo que nos obliga a descodificarlo pacientemente para acabar entendiendo y aceptando la historia que se nos cuenta, por enrevesada y arbitraria que pudiera parecer. Ojo, estamos ante el misterio de las relaciones de pareja, esas que el feminismo radical simplifica hasta el catecismo, y ello significa que Kim Ki-Duk plantea una historia muy pero que muy políticamente incorrecta, lo cual es muy de agradecer en estos tiempos de ortodoxias populistas neoinquisitoriales. Una joya de película y dos protagonistas, la esposa y el asesino, en estado de gracia. No pongo el punto final sin recordar lo mucho que tiene la celda que comparten los cuatro prisioneros con el teatro del absurdo, y concretamente con el teatro de Samuel Beckett: esa parte de la película funciona como una unidad con vida propia, al margen de la trama principal, ¡una maravilla! ¡Qué contraste el de la mísera celda con la mansión del matrimonio! ¡Ah, y la canción de Adamo, al final, un colofón de lujo!

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