lunes, 16 de marzo de 2020

«Malos tiempos en el Royale», de Drew Goddard o el motel como espacio totémico.



Un homenaje al espacio; una trama perfecta y una realización con el don del duende: Malos tiempos en el Royale o el barroquismo del thriller.

Título original:  Bad Times at the El Royale
Año: 2018
Duración: 141 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Drew Goddard
Guion: Drew Goddard
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Seamus McGarvey
Reparto: Jeff Bridges, Cynthia Erivo, Dakota Johnson, Chris Hemsworth, Jon Hamm, Cailee Spaeny, Lewis Pullman, Jonathan Whitesell, Nick Offerman, Mark O'Brien, Manny Jacinto, Bethany Brown, Sarah Smyth, Hannah Zirke, Sophia Lauchlin Hirt, John Specogna, Austin Abell, Minn Vo, Vincent Washington, James Quach, Billy Wickman, Xavier Dolan.

Después de haber visto, por pura chiripa -que es el nombre vulgar de la intuición bergsoniana…- este peliculón que te atrapa en el asiento desde el primer al último minuto de su metraje con la misma intensidad, meditaba sobre cuál fuera el verdadero significado del motel en la cultura usamericana y esta mañana he dado con la respuesta: nuestro castillo medieval de la era de los caballeros andantes. De hecho, en una de las obras cumbre del cine «de motel», Psicosis, del maestro don Alfredo, aparecen ambos espacios, el motel y el castillo, si entendemos por tal la casa de estilo gótico del propietario del motel.
Son muchas y de muy diferente calidad las películas que tienen un motel como espacio privilegiado, y muchas más las que tienen al hotel como espacio predilecto. Desde Thelma y Louise, de Ridley Scott, hasta Breaking Bad, de Vince Guilligan o Lone Star, de John Sayles, son innumerables las películas que han escogido el motel de carretera como puesta en escena de algunas de sus secuencias. Es un espacio inquietante, enigmático, usualmente sórdido y, en la mayoría de los casos asociado a la suciedad, el desvencijamiento y la máxima cutrez, espacios degradados que están en consonancia, habitualmente, con la deteriorada moral de sus ocupantes, cuando no de su manifiesta depravación.
El Royale de esta entretenida y muy inteligente película, una mezcla, me atrevería a decir, de Casa de juegos, de David Mamet, Reservoir Dogs, de Tarantino y Atraco perfecto, de Kubrick, está ambientada en un motel que tuvo una mejor vida hace mucho tiempo y que aún se mantiene abierto a pesar de que haya pasado inmisericordemente por él, el tiempo. Al principio, en una muy divertida introducción, con un John Ham muy distante de su papel en Mad Men, y muy efectivo, además, muy convincente, tiene el espectador la impresión de que todo puede derivar por el lado de El gran hotel Budapest, esa joya de Wes Anderson, pero pronto nos percatamos de que  la trama va a derivar por el lado de los botines que acaban pasando de mano, al hilo de las diferentes alternativas que va teniendo la historia, y que se van revelando muy poco a poco, en una estrategia de procrastinación, diríamos, ahora que se ha puesto de moda la palabra, que nos deja siempre expectantes ante lo que puede ocurrir después.
Varios hermanos cometen un atraco y quien logra huir con el botín lo esconde bajo el suelo de madera de la habitación de un motel enmoquetado. Al que pescan y envían a prisión, acaba presentándose, vestido de sacerdote, en el hotel, pero sin recordar exactamente el número de la habitación donde su hermano «enterró» el botín. Allí se encuentra con una cantante de soul que va camino de una prueba para ser contratada en California, ¡y a fe que llama la atención que viaje con unas bobinas de material aislante para las paredes, de modo que pueda ensayar en su habitación sin molestar a los vecinos; de un supuesto representante de comercio,  y, posteriormente, de una joven -Dakota Johnson en un papel nada remilgado ni «exquisito», como el muy «pavo» de las insufribles y aburridas 50 sombras de Grey, de Sam Taylor-Johnson-  de quien pronto descubre John Ham que tiene secuestrada a una adolescente, a la que intenta salvar y en cuyo empeño acabará agujereado por una descarga de escopeta que lo lanza contra el espejo falso tras el cual hay un pasillo desde el que la dirección del motel grababa a los huéspedes para después hacerles chantaje con las grabaciones correspondientes en los tiempos de prosperidad del mismo. Antes, con todo, nos hemos enterado de que John Ham es algo así como un agente de la CIA o algo parecido, cuya misión nada tiene que ver con esa joven secuestrada, razón por la que, al apartarse de su misión acaba como un colador.
Violencia, un secuestro, aparente o verdadero, un cura que lo parece y no lo es, una cantante de la que se ignora todo y un recepcionista del hotel que «ha pecado mucho y muy seriamente» y que busca la absolución del páter tras ser oído en confesión, lo cual nos retrotrae a otro perturbado encargado de un hotel, el inolvidable Jack Torrance de El resplandor, de Kubrick son los ingredientes que perfectamente combinados por el director Drew Goddard, sin relación ninguna con el gran cineasta francés ¡aún en activo!, una leyenda del cine, le han permitido construir una película francamente espectacular. Que hay un culto al espacio, al motel como territorio mítico del cine, pero también a los autores que han influido sobre él, es evidente para cualquier aficionado.
Para este ejercicio estilístico, cimentado en una puesta en escena maravillosa, con una decoración que tendrá múltiples usos, sobre todo en el desenlace de la trama, ha contado con un casting excepcional que responde a la perfección al deseo del autor de crear un thriller tenso que mezcla el humor y la violencia con una ambivalencia muy notable. Desde la misma llegada al hotel, advertimos que hay, en el espacio una línea roja que enseguida se nos explica: divide dos estados, el de Nevada y el de California; se trata de una línea roja que atraviesa el hotel y que nos recuerda esa ambigüedad de poder estar en dos sitios en menos de una fracción de segundo. No se trata de un capricho o una invención afortunada del autor del guion, sino de un recuerdo del casino gestionada por el Rat-Pack, encabezado por Frank Sinatra, Cal-Neva, cuya particularidad era precisamente esa, estar levantado sobre la línea fronteriza entre ambos estados. Gracias a Diego González (https://fronterasblog.com/2016/03/21/cal-neva-el-casino-de-frank-sinatra-partido-en-dos-por-la-frontera-estatal/) los curiosos acérrimos pueden abrevar su curiosidad y saber, por ejemplo, que  Marilyn Monroe era una huésped habitual del Bungaló nº 3. El mismo lugar que estaba conectado al nº 5 por un túnel secreto. El bungaló nº5, por cierto, era de uso exclusivo de Frank Sinatra, y el 3 y el 4 no estaban tampoco abiertos al público, sólo a los invitados personales del cantante y actor. Entre los cuales, como ya se ha mencionado, estaban los Kennedy. Todo ello, de un modo absolutamente indirecto se revive en la película de Goddard, hasta el punto de que los huéspedes se alojan, precisamente en esas mismas habitaciones que menciona Diego González. Qué duda cabe que el antecedente real del Cal-Neva acentúa aún más el interés por la película, y nos descubre un mundo referencial de una historia muy controvertida de la historia usamericana, con el clan Kennedy al frente del país. Lo que no se explica en esa excelente página es que John Ford dirigió una película, Lightnin',  en la que aparece un hotel "Calivada" (Sí, de California y Nevada) también partido por la línea divisoria de ambos estados...
Al margen de la mirada nostálgica a las glorias pasadas, la figura del recepcionista es de lo más atractivo de la película, así como la del secuestrador de la hipotética secuestrada, el popular Thor, Chris Hemsworth, líder sexymístico de una secta tipo Manson, quien reaparece al final de la película para participar activamente en el desenlace de la misma. Todos los personajes se van presentando, a modo de capítulos independientes que nos permiten ir reconstruyendo el hilo narrativo lineal para descifrar las diferentes historias y entender cómo acaban reunidos en el vestíbulo ajado del The Royale, expuestos a una jugada del azar que decante el rumbo de sus vidas.
Si la violencia no echa para atrás a algunos remilgados espectadores, aseguro un disfrute total con el visionado de esta película en la que el veterano Jeff Bridges, el inolvidable Dude de El gran Lebowsky, de los hermanos Coen, nos ofrece una interpretación de muchos quilates, lo mismo que la coprotagonista femenina, Cynthia Erivo, a quien veía por primera vez, pero de quien no creo que tarde mucho en volver a ver algo de sumo interés, a juzgar por la calidad de su exhibición en esta película. Si añadimos la guinda de la banda sonora creada por Michael Giacchino, el autor de Ratatouille, Up o la serie Lost, además de los excelentes números musicales interpretados por la protagonista, además de actriz, increíble cantante, ¿qué más se puede añadir para que los espectadores se lancen como locos a esta orgía de buen cine? ¡Que aproveche!


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