La maestría indiscutible de un director injustamente
preterido y cuyas películas se aprecian ahora mismo como en el mismo momento de
ser filmadas: el terror, la comedia y el drama social y de aventuras en una
trilogía de lo mejorcito que puede verse en estos tiempos de confinamiento…,
amén de la caracterización para El hombre que ríe que inspiró el Joker
de Batman.
Título original: Das Wachsfigurenkabinett (Three Wax Men) aka
Año: 1924
Duración: 84 min.
País: Alemania
Dirección: Paul Leni, Leo Birinsky
Guion: Henrik Galeen
Música: Película muda
Fotografía: Helmar Lerski (B&N)
Reparto: Emil Jannings, Conrad Veidt, Werner Krauss, William Dieterle,
Olga Belajeff, John Gottowt, Georg John, Ernst Legal.
Título original: The Cat and the Canary
Año: 1927
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección:Paul Leni
Guion: Robert F. Hill, Alfred A. Cohn (Obra: John Willard)
Música: Película muda
Fotografía: Gilbert Warrenton (B&W)
Reparto: Laura La Plante, Creighton Hale, Forrest Stanley, Tully
Marshall, Gertrude Astor, Flora Finch, Arthur Edmund Carewe, Martha Mattox,
George Siegmann, Lucien Littlefield.
Título original: The Man Who Laughs
Año:1928
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Paul Leni
Guion: J. Grubb Alexander, Walter Anthony (Novela: Victor Hugo)
Música: Película muda
Fotografía: Gilbert Warrenton
Reparto: Conrad Veidt, Mary Philbin, Olga Baclanova, Cesare Gravina,
Julius Molnar Jr., Brandon Hurst, Stuart Holmes, Sam De Grasse, George
Siegmann, Josephine Crowell.
Paul
Leni murió muy joven, con 44 años, de septicemia, por la herida de una muela
infectada y mal curada, y ello lo privó, sin duda, de haber alcanzado el lugar
que se merece, por su obra, en la Historia del Cine. Lo más destacado de sus
películas es que se ven hoy con el mismo entusiasmo con que se vieron en su
día, tanto las de la época alemana como las de la época usamericana. Paul Leni fue
uno de esos alemanes reclutados por Hollywood por la reputación conseguida en
Europa. Aquí fue el escenógrafo de MaxReinhardt y colaborador, como guionista,
de otros grandes como Murnau y Lang, por ejemplo, y director de la primera que
ofrezco en esta trilogía [Todas las películas pueden verse en YouTube], El
hombre de las figuras de cera, una traducción que margina, sin embargo, una
palabra clave del título en alemán, Kabinett, de traducción obvia, porque
la película sigue la estela del gran éxito del expresionismo cinematográfico
alemán: El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene.
La
condición de escenógrafo de Leni, forjado en el teatro espectacular de Reinhardt,
le permite crear unos decorados no realistas que otorgan a su película la atmósfera
expresionista que tanto sirve para una comedia festiva, como para una cinta de
terror. O, dicho con las propias palabras de Leni: For my film Das
wachsfigurenkabinett. I have tried to create sets so stylised that they evince
no idea of reality. My fairground is sketched in with an utter renunciation of
detail. All it seeks to engender is an indescribable fluidity of light, moving
shapes, shadows, lines and curves. It is not extreme reality that the camera
percieves, but the reality of the inner event, which is more profound,
effective and moving that what we see through everyday eyes, and I equally
believe that the cinema can reproduce this truth, heightened effectively.
La película
cuenta tres historias que toman como protagonistas tres figuras legendarias, el
Califa de Las Mil y una noches, Harún al-Rashid, Iván el Terrible y Jack
el Destripador. Curiosamente, para los cinéfilos, el protagonista masculino de
las tres es quien luego sería famoso y prolífico director, Wilhelm [después
William] Dieterle, quien dirigió la muy curiosa, pero cinematográficamente
impresentable Bloqueo, sobre nuestra Guerra Civil. Ahora bien, como
Califa actúa Emil Janning el célebre profesor Umrath de El ángel azul,
de Josef von Sternberg y como Iván actúa la gran estrella alemana de los años
20 y 30, Conrad Veidt, quien también protagonizará la tercera entrega de hoy, El
hombre que ríe.
Las dos actuaciones de las grandes estrellas del cine
alemán justifican por ellas mismas el visionado de esta película. La primera es
una fábula oriental sobre “los engaños de las mujeres”, que pueblan las páginas
del Sendebar medieval castellano,
que es traducción de cuentos orientales. Estamos ante una deliciosa comedia de
enredo amoroso con un decorado excepcional y una presentación del espacio
fabulosa, muy digna de la distorsión del mismo en la que se fundamentaba la
perspectiva espacial del expresionismo. Todas las actuaciones, individuales y
corales forman una especie de ballet cómico que hace reír de buena gana, a pesar
de la aparente ingenuidad del planteamiento. El tramo dedicado a Iván el
Terrible, en el que se acentúa la maldad del personaje y de las mazmorras donde
se deshace de enemigos y de rivales con los más crueles tormentos, todo ello
fotografiado con un juego de luces y sombras perfectamente representativos de
la escuela expresionista en la que se forja el director, es un vehículo
perfecto para la actuación «malvada» de quien fue llamado «el demonio de la
pantalla», porque ningún otro rostro, longilíneo y anguloso como el suyo,
además de su maléfica mirada profunda y sombría, fueron capaces de expresar lo
siniestro en el cine. El último personaje no está tratado como los dos
anteriores, porque hubo un cambio de personaje de última hora, pero con ello
salió ganando el espectador, porque el asesino londinense se aborda desde el
sueño que tiene el joven escritor que ha sido contratado por el dueño dela
atracción de feria de sus figuras de cera para que escriba historias
truculentas o divertidas sobre ellos, capaces de divertir y atraer al público.
Tras las dos primeras, agotado, cae en un sueño en el que se representa,
mediante continuas superposiciones de imágenes, una pesadilla en la que el
Destripador quiere robarle a su enamorada, la hija del dueño de la atracción
que ha seguido a su lado la escritura de las anteriores piezas. El juego de
sombras, de espacios nebulosos, de amenazas, etc. logra un desasosiego
constante en el espectador, que asiste a un ritmo frenético de las imágenes
amenazadoras que pasan por la mente durmiente del escritor. Apenas son unos
siete minutos, pero su intensidad y la calidad cinematográfica, por
rudimentarios que fueran los medios para conseguir sus efectos oníricos, se ven
aún hoy con enorme interés.
La
segunda película, El legado tenebroso, en este caso una traducción
acertada de un título facilón, The Cat and the Canary, se convirtió en
un modelo exitoso de película gótica con toques de humor que acabó teniendo una
legión de imitadores y no pocas versiones, como la protagonizada por Bob Hope y
Paulette Godard doce años después de la presente.
Un
excéntrico millonario, a quien la familia ha querido volver loco, primero, para
luego declararlo legalmente como tal y apoderarse de sus bienes, dicta un
testamento que ha de abrirse 20 año después de su muerte. Durante ese tiempo,
su mansión gótica, un castillo que solo se nos presenta con recursos gráficos y un curioso juego de
iluminación , sombras y neblinas, ha sido cuidada por la ama de llaves, quien
va recibiendo a los familiares a quien el notario leerá el testamento.
El
interior del castillo, con un pasillo lleno de cortinas que agita el viento, de
techos altísimos y de paredes en las que, como en el resto de las dependencias,
las sombras se proyectan con un aire amenazador, es un ambiente totalmente
expresionista que sirve de vehículo, con muy pocos elementos, para crear una
atmósfera de temor, de desasosiego muy eficaz, a pesar, incluso, de los toques
de humor de un personaje que se asusta hasta de su propia sombra, pero cuya
valentía será decisiva, sin embargo, en el desenlace de la película. A la que
la heredera es nombrada y descubre el gran diamante que había escondido el
testador, comienza el baile de sospechosos del robo del mismo mientras ella
está durmiendo. Cabe reseñar que hay dos momentos en los que irrumpe en el
plano una mano como la de Nosferatu, en claro homenaje de Leni a la película de
Murnau, un guiño cinematográfico evidente. La trama, procedente del teatro, es
excelente y mantiene en todo momento el interés por el asesino, la clásica obra
del whodunit policíaco, a lo largo del metraje. Súmesele que la heredera ha de probar ante un enigmático doctor que no está loca, lo que lleva a otros posibles herederos a tratar de que así la declaren, porque, en ese caso, otro sobre aun por abrir, revelará el nombre del sucesor en la obtencion de la herencia. Solo quien tiene el
vicio de ver películas de la época muda puede traer ahora a colación un
antecedente de la presente, se trata de One Exciting Night, de Griffith,
rodada en 1922, cinco años antes y que presenta no pocos puntos de contacto con
la presente, a poco que, quien lo desee, lea esta
crítica que escribí de ella. En ambas el misterio y el sentido del humor juegan
idéntico papel y aunque en la de Leni se presta más atención al juego
expresionista de luces y sombras en interiores y la de Griffith tiene una
tormenta en exteriores magnifica, ¡puro cine!, la intriga domina el
planteamiento de la historia. Tanto que en la de Griffith se pide que no se
revele a otros, fuera del cine, el desenlace de la película. Lo mismo haré yo
con la de Leni, por supuesto, porque forma parte del juego propuesto. La
película de Leni incorpora los típicos rótulos del cine mudo para los diálogos,
pero, en el caso de un personaje cómico, la tía Susan, protagonizada por la
magnífica actriz cómica inglesa Flora Finch, a cargo de la cual corren las
secuencias mas divertidas de la película, que abre la boca para decir todos los
sapos y culebras que cierta situación requiere, el rótulo se convierte en un auténtico
y fidedigno «bocadillo» de tebeo repleto de esos dibujos y onomatopeyas que
expresan «decentemente» lo que sale de una boca que echa pestes… De verdad que
es uno de esos momentos insospechados que confirma la total actualidad de la
obra y el placer con se sigue la acción, tanto desde el punto de vista de la
intriga, como desde el de los recursos formales que emplea Leni para
trasladarnos la variada gama de emociones y sensaciones que provoca la película
en los personajes y que los lectores hacen suyas de buen grado.
El
hombre que ríe, que tiene todos los visos de una gran superproducción, aunque
el favor del público no la acogió como hizo con la anterior, es una adaptación
de una novela de Victor Hugo y nos introduce en una práctica que, al parecer, según
el novelista, se dio en la Inglaterra de Jacobo II, si bien la terrible práctica
procedería de España, razón por la que el novelista francés, que hablaba y escribía
el castellano, denominó «comprachicos» a quienes la llevaban a cabo. Según
Hugo, había un mercado de niños pequeños que eran adquiridos para deformarlos
físicamente y convertirlos en atracciones de feria y en bufones, lo cual
recuerda, con siglos de distancia, la novela El callejón de los milagros,
del nobel egipcio Naguib Mahfuz, en la que se narra, aparte de otras historias,
cómo se tullía a los pobres para que pudieran pedir limosna y ganarse la vida.
La película suma todos los saberes escenográficos y fílmicos de Leni, y nos
ofrece una auténtica historia de aventuras, un soberbio melodrama y una crítica
política y social, todo junto y todo excelente. Nada más ver las tres películas,
lo primero que me ha llamado la atención es la atracción que siente el cine por
un escenario, la feria, que pertenece a todas las culturas del planeta. A bote
pronto, cualquiera podría enumerar hasta veinte películas en las que «la feria»
juega un papel esencial, desde la actualísima The Wonder Wheel, de
Allen, hasta El hombre con rayos X en los ojos de Corman, pasando por Extraños
en un tren, de Sir Alfredo... ¿Cuál
es la verdadera esencia, si reducimos el campo semántico, de la feria? A mi
modo de ver, la sed de lo extraordinario, de lo nunca visto, la necesidad de lo
maravilloso como contrapunto de la grisácea vida cotidiana monótona. De hecho,
¿no nació el cinematógrafo asociado, como una novedad más a las ferias, antes
de independizarse de ellas y crear sus propios circuitos de exhibición? Pues bien, el protagonista, Gwynplaine, el
hijo de un aristócrata enfrentado al rey, que fue entregado a los «comprachicos»
y deformado a conciencia para imprimir en su rostro la mueca de una risa
eterna, quien fuera abandona a una muerte segura bajo una ventisca de nieve, no
solo se salvó, sino que, en su camino, salvo también a la hija ciega de una
mujer que murió por congelación, y ambos fueron salvados por un filósofo que
los recoge y, después de criarlos, los usa en un espectáculo de feria que logra
hacer famoso al «hombre que ríe». El drama está servido, pues. Ella, la
virginal Dea -diosa de serena belleza-, papel protagonizado por Mary Philbin,
se enamora de quien la salvó, pero él, que considera que no puede ser amado por
nadie, dada su deformidad, se niega a ceder y aceptar el amor de ella, aunque
es obvio que él la corresponde con absoluta pasión. Una aristócrata que peca de
ninfómana y perversa, va a verlo al espectáculo en el que actúa y se siente
irrefrenablemente atraída por semejante deformidad. El accede a la cita con
ella, quien despliega ante él una sensualidad y un erotismo que poco antes la
hemos visto exhibir en su recorrido por la feria ante el agasajo de los pobres
que la rodean como si llevaran en volandas, por las calles, a la Libertad Guiando
al pueblo, la célebre pintura de Delacroix, pero sin tintes patrióticos,
sino exclusivamente lúbricos. Cuando descubre que incluso con su deformidad es
capaz de ser aceptado por el deseo de una mujer, huye de ella para congraciarse
con Dea. Descubierta su verdadera identidad, es llevado ante la presencia real,
nombrado Lord y «condenado» a casarse con quien ostenta el título de duquesa, la
aristócrata que se «encaprichó» con él, pero que en modo alguno lo quiere
aceptar como esposo…
Y ahí
lo dejo para que vayan los espectadores a comprobar con qué habilidad un
actorazo como Conrad Veidt, una auténtica galaxia él solito de la Historia del
Cine, es capaz de interpretar con la sola mirada tantos estados de ánimo que
una sonrisa permanente le permite expresar con propiedad. La caracterización del
actor fue la fuente de inspiración para la creación del villano del cómic de Batman,
Joker, cuya actualización más reciente es la brillante interpretación que del
villano ha hecho Joaquin Phoenix en la película Joker, de Todd Philips.
La época del cine mudo es una fuente de la que brotan constantemente maravillas
que nos sorprenden. Aquí le he ofrecido al imposible lector de estas páginas
una trilogía imprescindible del mejor cine menos reconocido: Paul Leni habría
de compartir la fama con Murnau, Lang, Wiene y tantos otros. ¡Contribuyamos a
ello! Hoy le proponía a mi hija que las viera para que formaran una suerte de
sociedad secreta de admiradores del cine mudo en esta época en que parece que
los videojuegos acabarán, lamentablemente, ganándole la batalla al Séptimo
Arte. Luchemos contra esa maldición…
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