miércoles, 4 de marzo de 2020

«El último de la lista», de John Huston o el derecho al «divertimento»



Del Who is who? a Who is the murder? en un thriller/comedia, muy discreto pero encantador, de un director de otros altos vuelos. 

Título original: The List of Adrian Messenger
Año: 1963
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Huston
Guion: Anthony Veiller (Novela: Philip MacDonald)
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Joseph MacDonald (B&W)
Maquillaje: Bud Westmore
Reparto: George C. Scott, Kirk Douglas, Jacques Roux, Dana Wynter, Clive Brook, Gladys Cooper, Herbert Marshall, Marcel Dalio, Tony Curtis, Burt Lancaster, Robert Mitchum, Frank Sinatra, John Merivale.

No me he resistido a añadir «maquillaje» a la ficha de la película, porque si hay alguna en la que dicho maquillaje sea un elemento fundamental, esta es El último de la lista, sin duda. Bud Westmore fue uno de los grandes de dicho arte, y a él se deben películas clásicas como Matar a un  ruiseñor, de Mulligan, La criatura de la Laguna Negra, de Arnold  o el mismísimo Espartaco, de Kubrick. Estamos ante una película de detectives en la que el protagonismo lo lleva el criminal, siempre un paso por delante de quien sigue los suyos con notable despiste. Planteado como una lista de la que van desapareciendo los sospechosos que pueden identificar al asesino, la película basa todo su encanto en la creación de personajes cuyos maquillajes esconden a célebres actores que se prestaron al juego que le se le planteaba al público: descubrir quiénes eran bajo las acabadas máscaras que los vuelven irreconocibles salvo al principal de todos ellos, el asesino, Kirk Douglas, al que se le reconoce en su primera personificación como sacerdote, del mismo modo que se le sigue reconociendo en las siguientes que adopta para cometer los crímenes que le despejen el camino hacia el apoderamiento de una gran fortuna cuando se haya deshecho del legítimo propietario que se interpone entre él y su anhelado objeto.
         Sí, estamos ante una trama muy propia de Agatha Christie y ante una realización que bien puede decirse que intenta emular las de Sir Alfred, y he de decir que en todo lo que afecta a la planificación de las tomas, a la puesta en escena, a la interpretación y a la socarronería propia del humor de don Alfredo, la película no desmerece en modo alguno, pongamos por caso, de Pero… ¿quién mató a Harry?, aunque en esta de Huston se presta mucha menos atención al propio desarrollo de la trama y sí mucha a la perfección de los encubrimientos de los actores famosos a través del maquillaje. La promoción publicitaria de la película no se basaba en la intriga acerca del asesino, al que se señala desde el comienzo de la misma inequívocamente, sino en el juego de ocultación del maquillaje, de ahí el epílogo final que pretendía sorprender a los confundidos espectadores, cuando los actores se quitan el maquillaje ante la cámara, con la intención de provocar el ¡Oh! admirativo y el aplauso correspondiente.
         Como la trama tiene que ver con la nobleza terrateniente británica, ya en plena decadencia, salvo el caso de las grandes fortunas, no son pocas las andanadas contra los usos elitistas, clasistas, de esa clase que gobernó un imperio y que acabó permitiendo la visita turística de las mansiones para poder mantenerlas decorosamente. Parte sustancial de la película, porque tiene mucho que ver con la intriga, con el mínimo suspense que se le ha de exigir a una película de crímenes y detectives, es la dedicada a la caza del zorro, un auténtico ritual de clase que se observa escrupulosamente. Lo que sorprende, con todo, es la inusual presencia, a las afueras de la mansión, de una manifestante que protesta contra la salvaje práctica de dicha cacería del zorro, adelantándose muchos años a las protestas masivas que finalmente lograron la prohibición de dicha cacería ¡en 2005!, bajo el mandato de Tony Blair.
         La película gana mucho en las escenas de la caza, con las cabalgadas majestuosas de los jinetes que persiguen a la jauría de perros que acechan al zorro, y en ese seguimiento hallamos, junto con la belleza de los paisajes, uno de los más hermosos alicientes de la película.
         ¿Qué hay de John Huston en ella? Una dirección de actores encomiable, un uso del blanco y negro que retrotrae la película a los mejores momentos de los años 50, cuando esta fue rodada en 1963, y una puesta en escena que le da todo su sentido. La demorada investigación que siempre llega tarde permite que vayan «cayendo» nombres de la lista que sirve al detective. Un espléndido George C. Scott, con unos primeros planos de espectacular calidad cinematográfica, así como la presencia de actores «clásicos», como Herbert Marshall, permiten que el espectador entre de lleno en el juego de la investigación y, sobre todo, en el de si el protagonista será capaz de hacerse o no con la fortuna que está destinada al heredero de la vieja familia.
         Son muy dispares las reacciones críticas ante una película como la presente, y van desde el rechazo absoluto a una mascarada de cameos que no tiene ningún interés, hasta la admiración hacia un director que incluso en películas menores como la presente supo imprimir su sello personal y hacer que remontara el vuelo a pesar de un planteamiento inicial con escaso interés narrativo. No la había visto antes, y he de confesar que he pasado un rato bien entretenido, sin más. A veces, las películas, en un arte con niveles de interés y calidad tan abismales, no obedecen más que al espíritu lúdico de quien rodó en los inicios del arte, la escena de la manguera pisada… Está claro que dentro de la filmografía de John Huston esta película ocupa un lugar menor, dadas las otras cumbres del autor, como La reina de África, El halcón maltés o Los muertos, pero aunque solo sea por las interpretaciones de Kirk Douglas y de George C. Scott, ya merece la pena pasarse una divertida parte de la sobremesa viéndola.

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