De Sarrià (Barcelona) a las pantallas de medio mundo: La
cena: los dilemas éticos del estado
del bienestar o la ancestral llamada del clan…
Título original: The Dinner
Año: 2017
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Oren Moverman
Guion: Oren Moverman (Novela: Herman Koch)
Música: Elijah Brueggemann
Fotografía: Bobby Bukowski
Reparto: Steve Coogan, Laura Linney, Richard Gere, Rebecca Hall, Chloë
Sevigny, Charlie Plummer, Michael Chernus, Seamus Davey-Fitzpatrick, Adepero
Oduye, Dominic Colon, Joel Bissonnette, Emma R. Mudd, Onika Day, Robert McKay,
George Aloi, Benjamin Snyder.
Después
del experimento que supuso Invisibles, con Richard Gere haciendo de homeless,
un error de casting que arruina cualquier película, el director Oren Moverman
devuelve al actor el brillo de papeles en los que encaja a la perfección y nos
lo presenta como un senador en apuros políticos a los que se añade un drama familiar
que comparte con su hermano. Aunque tiene el marcado aire teatral de películas
como Un dios salvaje, de Polanski, con la que guarda cierto parecido, la
película traduce al cine la novela de
Herman Koch de idéntico título, inspirada en un suceso acaecido en el barrio de
Sarrià de Barcelona y que impresionó vivamente al autor, acérrimo culé y
enamorado de nuestra ciudad, como nos impresionó a todos los barceloneses cuando
conocimos la noticia del terrorífico suceso: unos jóvenes sin principios ni escrúpulos
ni humanidad quemaron viva a una vagabunda que dormía en un cajero automático
de una sucursal bancaria.
Moverman
adapta la obra a la sociedad usamericana y nos muestra dos familias muy
distintas de dos hermanos cuya rivalidad constante ha impedido que se relacionaran
con cordialidad e incluso afecto a lo largo de su vida: uno es el triunfador,
Richard Gere, Senador en Washington, casado en segundo matrimonio y con dos
hijos del primero, uno de ellos, negro, adoptado, y su hermano, un excéntrico
profesor de Historia obsesionado con la batalla de Gettysburg, que supuso el principio
del fin de la Guerra de Secesión, una Guerra Civil terrible cuyas heridas
forman parte del cine de John Ford en películas inolvidables como El sol
siempre brilla en Kentucky, que recomiendo fervientemente.
Ambos
matrimonios quedan en un restaurante exquisito exclusivo de la Jet, para absoluta
incomodidad del hermano, quien se siente como un pez fuera del agua en ese
ambiente refinadísimo y de quien acabaremos sabiendo que padece una enfermedad
mental que no le impide, sin embargo, mantener viva, y con plena memoria de
hasta los más íntimos detalles, la rivalidad con su hermano mayor. Dicha
incomodidad tiene su raíz última en el paternalismo con que cree ser tratado por su hermano, de
ahí su propensión a boicotear una reunión a la que no quería asistir.
La película
se estructura en capítulos que reciben el nombre de los sucesivos platos que
les son servidos a lo largo de una cena constantemente interrumpida por el
equipo de apoyo del Senador que está haciendo las gestiones urgentes y de ultimísima
hora para recabar apoyos de otros senadores para una ley progresista que quiere
aprobar el protagonista. Ese «ceremonial» gastronómico es uno de los puntos
fuertes de la vertiente cómica que tiene la película, y remite, conscientemente
o no, al banquete de Trimalción del Satiricón, de Petronio. Boadella
hizo también algo muy gracioso en ese sentido en su adaptación de El retablo
de las maravillas, de Cervantes.
Todo
parece discurrir como una comedia costumbrista, con críticas al sistema político
usamericano y a las tradicionalmente «imposibles» relaciones de fraternidad,
así como las complejas relaciones matrimoniales de ambos hermanos, cuando, casi
de pronto, porque están ya cerca de los postres aparece el «tema muy importante»
el que tienen que hablar ambas parejas y que constituye, en el fondo, el motivo
de la reunión: Emerge entonces, ante los ojos atónitos del espectador un suceso
del que ha ido recibiendo fragmentos narrativos inconexos a lo largo de la
reunión hasta que el Senador los sintetiza en toda su crudeza: sus hijos, los
de los dos hermanos, han prendido fuego a una homeless en el refugio urbano
donde pasaba la noche en una orgía de desprecio, agresividad, desconsideración,
odio y supremacismo en el que el hermano y primo negro no ha querido participar,
el mismo que amenaza a ambos con denunciarlos a la policía, lo que genera un intento
de sobornarlo por parte de la mujer del profesor. El enfermo mental, quien ignoraba la totalidad del asunto, es
tratado por el hijo con un desprecio no muy distinto del que exhibió en la agresión
a la anciana a la que quemaron viva.
La decisión que quiere compartir el Senador con su hermano
es la de la renuncia a su cargo y la admisión del delito ante la Justicia, para
que sus hijos reciban un castigo que pueda incluir una rehabilitación que no
condicione sus vidas, algo a lo que la mujer del hermano no está dispuesta de ninguna
de las maneras…
Cuando creíamos que la película «moriría» lentamente, emerge
el gran dilema ético que se les presenta a los personajes: dado que no hubo más
testigo que el hermanastro negro, ¿han de arruinar las vidas de sus hijos,
quienes apenas las están iniciando, por unos escrúpulos de conciencia? ¿Qué vale
más, la satisfacción del deber cumplido o evitarles, porque pueden hacerlo, a
sus hijos una condena que arruinará sus vidas? Y ahí les dejo yo a los espectadores, aupados
a ese péndulo que oscilará hacia uno y otro lado y cuyo desenlace sorprenderá a
no pocos, y ese es otro de los méritos de la película. Hasta la irrupción del «caso»,
bien creeríamos que estábamos ante una comedia de costumbres perfectamente «*ceremoniadas»
e interpretadas por un cuarteto en el que sobresale, por mucho, ese excelentísimo
actor que es Steve Cooghan, a quien espero ver, de aquí a poco, en su
interpretación de Stan Laurel, de la que he oído bondades. En fin, una película
valiente que muestra las miserias y podredumbres humanas en el marco de la
mayor exquisitez hedonista de la sociedad de consumo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario