jueves, 15 de abril de 2021

«Mujeres en la calle», de Jack Lee o un día en la vida de tres mujeres excarceladas.

Notable retrato psicológico de tres mujeres muy distintas, marcadas por su paso por la cárcel: cine social y psicológico en un Londres que asume papel de coprotagonista.

 

Título original: Turn the Key Softly

Año: 1953

Duración: 81 min.

País: Reino Unido

Dirección: Jack Lee

Guion: Jack Lee, Maurice Cowan (Novela: John Brophy)

Música: Mischa Spoliansky

Fotografía: Geoffrey Unsworth (B&W)

Reparto: Yvonne Mitchell, Terence Morgan, Joan Collins, Kathleen Harrison, Thora Hird, Dorothy Alison, Glyn Houston, Geoffrey Keen, Russell Waters, Clive Morton.

 

         Es una suerte que haya tanto cine británico «liberado» en YouTube, porque me permite acceder a muy buenas películas que, por su condición de productos «locales», para el mercado interior, no suelen traspasar fronteras. Buen número de esas películas aparentemente «menores» me acaban pareciendo obras de una calidad notable, como el caso de la presente, y, en su momento, me permitió descubrir autores como Basil Dearden, por ejemplo, que merece una atención crítica que no ha recibido. Jack Lee, que acabó como pionero del despertar del cine australiano, y que venía de dirigir a un jovencísimo Dick Bogarde en Once a Jolly Swagman, una innovadora película sobre las competiciones de motos en pistas de ceniza o tierra, importadas de Australia y que acabaron teniendo gran éxito en Inglaterra, y de ahí el extraño título, las primeras palabras de una típica canción australiana: Waltzing Matilda.

         El título inglés de la película, a diferencia del prosaico que tradujeron en español, tiene una resonancia lírica que se compadece a la perfección con el tono intimista de la historia: tres mujeres son sacadas de sus celdas porque ha llegado el día en que, cumplida la breve condena de un año, saldrán de nuevo a las calles de Londres para reanudar sus vidas: Stella, Monica y Granny, de tres edades diversas: Stella es una joven hermosa dedicada a la prostitución y que quiere iniciar una nueva vida. La encarna una muy joven y pletórica Joan Collins. Monica es una mujer de mediana edad que ha cargado con la culpa de un robo para no involucrar a su novio, David, auténtico responsable del mismo, y Granny es una vieja pobre que comete pequeños hurtos, la acumulación de los cuales la lleva inexorablemente a la cárcel cada cierto tiempo. La película, muy cercana al neorrealismo, pero sin la sobrecarga de dramatismo inherente al género italiano, nos narra el primer día de libertad de las tres mujeres. Así, vemos cómo Stella, que se va a casar con un cobrador de autobuses, gasta el dinero que él le ha dado para alquilar una habitación en un barrio extremo, en dos pendientes, y la vemos en compañía de su antigua «madame» y algunas compañeras del viejo oficio. Monica se dedica inmediatamente a buscar empleo y, tras algunos reveses, logra la confianza de un empresario para emplearla, pero cuando vuelve a casa de una amiga donde se hospeda temporalmente, advierte que el enamorado que la dejó en la estacada está llamando al timbre de su puerta. Lo recibe con frialdad y parece dispuesta a deshacerse de tan vil y cobarde compañía, pero… En efecto, la carne es débil y el hombre, agraciado y verboso, luego ya sabemos todos el resultado de dicha combinación. Granny, que se reencuentra con un misterioso Johnny inicial que resulta ser su perro queridísimo, es aceptada en la pensión donde vive, pero con el chorreo de la dueña para evitar, como sucedió la última vez, que el nombre de su «respetable» pensión apareciera en los periódicos. También va a visitar a su hija y es recibida por la nieta con gran cariño, que enseguida extiende al perro, pero la hija se la quita friamente de encima, después de censurarle que no la haya avisado de su visita.

         Las tres mujeres han acordado comer juntas en un restaurante de la ciudad, una comida «de lujo» para Granny, quien asiste a ella con su perro, Monica, con traje de fiesta porque David la llevará de fiesta y Stella, sin haber definido aún cuál es su propósito vital: volver a la vida de alterne, para sacar cuanto pueda de los hombres, como el que se le acerca cuando acaban la comida, o abrazar la vida austera de la clase trabajadora a la que pertenece su novio, del que se siente orgullosa porque quiere casarse con ella.

         La película tiene un cierto tono costumbrista que, por las abundantes secuencias exteriores de la película, con una excelente fotografía del Londres que se despierta de la pesadilla de la posguerra, aún no se había levantado el racionamiento, por ejemplo, nos ofrece una suerte de rodaje exterior que muy pronto devendría la señal identificadora de la nouvelle vague francesa. Pero la película nos reserva tres desenlaces de las historias muy distintos. Los tres constituyen lo mejor de la historia, aunque el resto de la película tiene, en todo momento, escenas magníficas, como la del viaje en metro de las reclusas cuando vuelven, Monica y Granny a sus casas. No debería hablar del desenlace de la historia de Monica, porque, en cierto modo, es un giro de la historia que no se anticipa de ninguna de las maneras en el desarrollo anterior de los acontecimientos, por lo que me limitaré a decir que se trata de unas escenas de acción rodadas con un poderío visual extraordinario, llenas de hallazgos visuales que nos permiten hablar de un tramo de la película digno de un gran thriller, que es el género al que pertenece esa larga secuencia final, que tan buen sabor de boca deja a quienes nos hemos interesado emocionalmente por las tres vidas cuyas historias se nos ha querido contar, con delicadeza y con sinceridad, sin ocultar nada, ni siquiera en los finales que nos sorprenden, por inesperados.

         Un factor decisivo para el interés de la historia es la brillante interpretación de las tres mujeres, quienes encarnan sus papeles con absoluta propiedad y verosimilitud. Se trata de tres mujeres fuertes, a su manera, y en ningún momento ninguna de ellas deja de hacer lo que quiere realmente hacer, aunque se equivoquen. Joan Collins y Kathleen Harrison bordan sus respectivos papeles, especialmente Harrison en el papel de la anciana cleptómana, capaz de reprimirse para no «recaer» el mismo día de su salida. Pero, a mi entender, Yvonne Mitchell, que luego acabaría casi especializándose en películas de terror, se lleva la palma. Se trata de una actriz poco conocida fuera del cine británico, pero con una sensibilidad para la interpretación exquisita: la gesticulación, las miradas, su elegante, aterciopelada  y casi sotto voce manera de hablar…, un conjunto de cualidades que la hacen destacar inmediatamente en cualquier película, como en El corazón dividido, de Charles Crichton —director por el que siento una especial debilidad—, que me apresuro a buscar para no perdérmela. Yvonne Mitchell, para redondear su figura, fue una reconocida biógrafa de Colette y autora de varias obras de ficción.

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