Notable retrato psicológico de tres mujeres muy distintas, marcadas por su paso por la cárcel: cine social y psicológico en un Londres que asume papel de coprotagonista.
Título original: Turn the Key Softly
Año: 1953
Duración: 81 min.
País: Reino Unido
Dirección: Jack Lee
Guion: Jack Lee, Maurice Cowan (Novela: John Brophy)
Música: Mischa Spoliansky
Fotografía: Geoffrey
Unsworth (B&W)
Reparto: Yvonne Mitchell, Terence Morgan, Joan Collins, Kathleen Harrison, Thora Hird, Dorothy Alison, Glyn
Houston, Geoffrey Keen, Russell Waters, Clive Morton.
Es una suerte que haya tanto cine
británico «liberado» en YouTube, porque me permite acceder a muy buenas películas
que, por su condición de productos «locales», para el mercado interior, no
suelen traspasar fronteras. Buen número de esas películas aparentemente «menores»
me acaban pareciendo obras de una calidad notable, como el caso de la presente,
y, en su momento, me permitió descubrir autores como Basil Dearden, por
ejemplo, que merece una atención crítica que no ha recibido. Jack Lee, que
acabó como pionero del despertar del cine australiano, y que venía de dirigir a
un jovencísimo Dick Bogarde en Once a Jolly Swagman, una innovadora
película sobre las competiciones de motos en pistas de ceniza o tierra,
importadas de Australia y que acabaron teniendo gran éxito en Inglaterra, y de
ahí el extraño título, las primeras palabras de una típica canción australiana:
Waltzing Matilda.
El título
inglés de la película, a diferencia del prosaico que tradujeron en español,
tiene una resonancia lírica que se compadece a la perfección con el tono intimista
de la historia: tres mujeres son sacadas de sus celdas porque ha llegado el día
en que, cumplida la breve condena de un año, saldrán de nuevo a las calles de
Londres para reanudar sus vidas: Stella, Monica y Granny, de tres edades
diversas: Stella es una joven hermosa dedicada a la prostitución y que quiere
iniciar una nueva vida. La encarna una muy joven y pletórica Joan Collins.
Monica es una mujer de mediana edad que ha cargado con la culpa de un robo para
no involucrar a su novio, David, auténtico responsable del mismo, y Granny es
una vieja pobre que comete pequeños hurtos, la acumulación de los cuales la
lleva inexorablemente a la cárcel cada cierto tiempo. La película, muy cercana
al neorrealismo, pero sin la sobrecarga de dramatismo inherente al género
italiano, nos narra el primer día de libertad de las tres mujeres. Así, vemos
cómo Stella, que se va a casar con un cobrador de autobuses, gasta el dinero
que él le ha dado para alquilar una habitación en un barrio extremo, en dos
pendientes, y la vemos en compañía de su antigua «madame» y algunas compañeras
del viejo oficio. Monica se dedica inmediatamente a buscar empleo y, tras
algunos reveses, logra la confianza de un empresario para emplearla, pero
cuando vuelve a casa de una amiga donde se hospeda temporalmente, advierte que
el enamorado que la dejó en la estacada está llamando al timbre de su puerta.
Lo recibe con frialdad y parece dispuesta a deshacerse de tan vil y cobarde
compañía, pero… En efecto, la carne es débil y el hombre, agraciado y verboso,
luego ya sabemos todos el resultado de dicha combinación. Granny, que se
reencuentra con un misterioso Johnny inicial que resulta ser su perro queridísimo,
es aceptada en la pensión donde vive, pero con el chorreo de la dueña para
evitar, como sucedió la última vez, que el nombre de su «respetable» pensión
apareciera en los periódicos. También va a visitar a su hija y es recibida por
la nieta con gran cariño, que enseguida extiende al perro, pero la hija se la
quita friamente de encima, después de censurarle que no la haya avisado de su visita.
Las tres
mujeres han acordado comer juntas en un restaurante de la ciudad, una comida «de
lujo» para Granny, quien asiste a ella con su perro, Monica, con traje de
fiesta porque David la llevará de fiesta y Stella, sin haber definido aún cuál
es su propósito vital: volver a la vida de alterne, para sacar cuanto pueda de
los hombres, como el que se le acerca cuando acaban la comida, o abrazar la
vida austera de la clase trabajadora a la que pertenece su novio, del que se siente
orgullosa porque quiere casarse con ella.
La película
tiene un cierto tono costumbrista que, por las abundantes secuencias exteriores
de la película, con una excelente fotografía del Londres que se despierta de la
pesadilla de la posguerra, aún no se había levantado el racionamiento, por
ejemplo, nos ofrece una suerte de rodaje exterior que muy pronto devendría la
señal identificadora de la nouvelle vague francesa. Pero la película nos
reserva tres desenlaces de las historias muy distintos. Los tres constituyen lo
mejor de la historia, aunque el resto de la película tiene, en todo momento,
escenas magníficas, como la del viaje en metro de las reclusas cuando vuelven,
Monica y Granny a sus casas. No debería hablar del desenlace de la historia de
Monica, porque, en cierto modo, es un giro de la historia que no se anticipa de
ninguna de las maneras en el desarrollo anterior de los acontecimientos, por lo
que me limitaré a decir que se trata de unas escenas de acción rodadas con un
poderío visual extraordinario, llenas de hallazgos visuales que nos permiten
hablar de un tramo de la película digno de un gran thriller, que es el género
al que pertenece esa larga secuencia final, que tan buen sabor de boca deja a
quienes nos hemos interesado emocionalmente por las tres vidas cuyas historias
se nos ha querido contar, con delicadeza y con sinceridad, sin ocultar nada, ni
siquiera en los finales que nos sorprenden, por inesperados.
Un factor
decisivo para el interés de la historia es la brillante interpretación de las
tres mujeres, quienes encarnan sus papeles con absoluta propiedad y
verosimilitud. Se trata de tres mujeres fuertes, a su manera, y en ningún momento
ninguna de ellas deja de hacer lo que quiere realmente hacer, aunque se
equivoquen. Joan Collins y Kathleen Harrison bordan sus respectivos papeles, especialmente
Harrison en el papel de la anciana cleptómana, capaz de reprimirse para no «recaer»
el mismo día de su salida. Pero, a mi entender, Yvonne Mitchell, que luego
acabaría casi especializándose en películas de terror, se lleva la palma. Se
trata de una actriz poco conocida fuera del cine británico, pero con una
sensibilidad para la interpretación exquisita: la gesticulación, las miradas,
su elegante, aterciopelada y casi sotto
voce manera de hablar…, un conjunto de cualidades que la hacen destacar
inmediatamente en cualquier película, como en El corazón dividido, de Charles
Crichton —director por el que siento una especial debilidad—, que me apresuro a
buscar para no perdérmela. Yvonne Mitchell, para redondear su figura, fue una
reconocida biógrafa de Colette y autora de varias obras de ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario