domingo, 18 de abril de 2021

«La gran mentira», de Bill Condon, o la sempiterna herida abierta de la barbarie nazi.

 

Una trama medida al milímetro para una venganza que no caduca… 

Título: The Good Liar

Año: 2019

Duración: 109 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Bill Condon

Guion: Jeffrey Hatcher (Novela: Nicholas Searle)

Música: Carter Burwell

Fotografía: Tobias A. Schliessler

Reparto: Helen Mirren, Ian McKellen, Russell Tovey, Jim Carter, Mark Lewis Jones, Jóhannes Haukur Jóhannesson, Phil Dunster, Laurie Davidson, Michael Culkin, Aleksandar Jovanovic, Athena Strates, Bessie Carter, Celine Buckens, Sonia Goswami, Ruth Horrocks, Nell Williams, Stefan Kalipha, Dino Kelly, Jag Patel, Lily Dodsworth-Evans, Stella Stocker, Julian Ferro.

 

         Lo cierto es que he dudado mucho de si debería escribir o no la crítica de la última película de Bill Condon, que, como tantos otros estrenos, me pasó desapercibida en su día y que ahora, gracias a Filmin recupero, no solo por el buen sabor que nos dejó su aclamada Dioses y monstruos, también, como en esta, con Ian McKellen y un sorprendente Brendan Fraser, sino porque Helen Mirren es una de esas actrices que dignifica cualquier película en la que aparezca, como sucede en esta.

         El tonteo por un programa de citas entre solteros a través del ordenador lleva al encuentro, no sabemos si deliberado o fortuito de dos viejos que, finalmente, se conocen en el terreno neutral de un restaurante. Parecen avenirse y la película seguirá la evolución de sus citas con una información sorprendente sobre el veterano don Juan de turno: se dedica, con otros compinches, a realizar estafas de alto nivel con inversores que, supuestamente, buscan blanquear dinero. Esa actividad delictiva va adquiriendo, a medida que avanza la película, caracteres cada vez más siniestros, hasta que llega el momento en que incluso el asesinato emerge como un fogonazo, dada la edad del protagonista…

         La viuda, que convive con su nieto, va dejando entrar en su vida al galanteador que la colma de atenciones, si bien ella deja pronto bien claro que lo suyo no puede pasar de la consoladora amistad, del companionship, a las relaciones sexuales, para las que ella no está preparada, por el respeto a la memoria de su difunto y por la muy especial unión que mantenía con él.

Poco a poco, y en eso la dosificación urdida por el guionista es de una suma habilidad, supongo que en justa correlación con el original novelístico, nos vamos enterando, por interesadas conversaciones traídas a colación por el galán, de que ella posee un sabroso patrimonio que no tiene invertido en nada que le rente lo que su asesor bursátil consigue para el de él y que bien podría conseguir para el de ella. Con ese propósito, urde, pues, una trama con su compinche de estafas para presentarlo como su especialista en bolsa, capaz de sacarle al patrimonio conjunto de ambos una rentabilidad de casi el veinte por ciento, siempre y cuando se avengan ambos a reunir sus respectivos patrimonios en una sola cuenta a la que ambos podrían tener acceso, por supuesto.

Todo esto se nos muestra con la desconfianza del sobrino de ella, quien acaba reconociendo que la conducta del galán no se las merece y quien se suma, por sorpresa, al viaje que los dos «amigos» realizan a Berlín, para satisfacer un viejo deseo de ella de conocer esa capital europea. A lo largo de esa estancia en la capital del viejo imperio alemán, comienza el espectador a sospechar que hay algo que no encaja en el hermoso relato de amistad compartida de los dos viejos, porque él ya se ha instalado en casa de ella y comparte su vida como si de un matrimonio se tratase, por eso nos parece natural que, una vez ganada la confianza de ella, él perpetre la estafa morrocotuda que quiere llevar a cabo  para desvalijarla.

Y ahí, con la celebración con cava de esa pingüe inversión para el patrimonio de ambos, ahora unidos en una sola cuenta, comienza otra película de la que a este crítico le está vedado el hecho mismo de la sugerencia, la alusión o la muestra de indicios que permitan a los espectadores llegar a conclusiones a las que solo pueden llegar ellos por si mismos tras ver el desarrollo de los acontecimientos: una suerte de reedición de Casa de juegos, de Mamet, a juzgar por los intríngulis retorcidos y dramáticos que se esconden en la historia de los dos viejecitos afables, uno de los cuales está dispuesto a desvalijar a la otra. Con antelación al «gran golpe», hemos podido comprobar la conducta mafiosa del galán con sus ambiciosos colaboradores, lo que da a entender e peligro inherente a todo lo que con él tenga que ver.

Condon sabe templar perfectamente el desarrollo de la trama en su último tercio y el espectador ve, casi incrédulo, el giro total que da la película, pasando de una película alemana de sobremesa de La 1 de RTVE a un thriller psicológico más que cargadito de tintas…; pero, insisto, sobre todo ello me está vedado ni siquiera insinuar nada.

Véanla y disfrutarán no solo de una película inteligente, sino de una parte de la historia europea que aún no se ha clausurado y que tanto nos ha hecho sufrir.

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