miércoles, 28 de abril de 2021

«La balada de Buster Scruggs», de Joel y Ethan Coen, fragmentos crueles y surrealistas del western…

 

Episodios del western con un fondo, entre lírico y burlesco, de aquilatado humor negro: una joya digital de los hermanos Coen.

 

Título original:  The Ballad of Buster Scruggs

Año: 2018

Duración: 132 min.

País: Estados Unidos Estados Unidos

Dirección: Joel Coen, Ethan Coen

Guion: Joel Coen, Ethan Coen. Historia: Jack London, Stewart Edward White

Música: Carter Burwell

Fotografía: Bruno Delbonnel

Reparto: Tim Blake Nelson, Zoe Kazan, Tom Waits, James Franco, Liam Neeson, Harry Melling, Bill Heck, Brendan Gleeson, Tyne Daly, Jonjo O'Neill, Saul Rubinek, Clancy Brown, Willie Watson, Ralph Ineson, Grainger Hines, David Krumholtz, Stephen Root, Sam Dillon, Jesse Luken, Chelcie Ross, Danny McCarthy, Thomas Wingate, Tim De Zarn, E.E. Bell, Alejandro Patino, Tom Proctor, Clinton Roberts, Matthew Willig, Jesse Youngblood, J.J. Dashnaw, Mike Watson, Brian Brown, Michael Cullen, Austin Rising, Paul Rae, Jefferson Mays, Prudence Wright Holmes, Eric Petersen, Doris Hargrave, Thea Lux, Rod Rondeaux.

 

         Sin haber pasado por los cines, la última película de los hermanos Coen la descubro en Netflix, con un título y una imagen de cartel que no invitan precisamente a adentrarse en ella, a ese arriesgado nivel se ve uno obligado a juzgar cuando el tiempo ha pasado de ser enemigo a mortal enemigo, pero, finalmente, ¡qué diablos!, me digo que los Coen son los Coen y que solo he huido de una de las suyas, O Brother!, y entramos, mi Conjunta y yo, en ella con el interés de siempre y las mejores expectativas, que, me adelanto, se cumplen de un modo absoluto.

         Un western con historias de los Coen inspiradas en lecturas clásicas universales, como la de Jack London, o locales, como la de Stewart Edward White, se nos presentan como extraídas de un viejo manuscrito cuyos capítulos dan pie a las seis historias cortas, de muy distinta naturaleza, aunque todas ellas ambientadas en el mundo del western. La película es, si no he recibido mal la información, el primer rodaje digital de los Coen y a fe que ello se nota perfectamente en la puesta en escena en general y en la creación de unos efectos de imagen que, a menudo, dan la impresión de haber superpuesto un primer plano de acción a un decorado pregrabado. En todo caso, los efectos cromáticos y de iluminación de la película me parecen uno de sus grandes atractivos, al margen, por supuesto, del humor negrísimo de la mayoría de los episodios, de la atmósfera surrealista de algunos y, en general, de unas interpretaciones que convierten en verdaderas gemas individuales cada uno de los episodios de este western con tan marcada unidad de tono sombrío en el que florecen no pocas risas de los espectadores.

         La capacidad de los hermanos Coen para mezclar géneros y, sobre todo, para el uso de la parodia, en la que tanto destacan, se pone de manifiesto en este repertorio de historias muy pero que muy singulares. Ninguna de ella, a pesar de las inverosímiles situaciones de algunos episodios, nos invita a contemplar con condescendencia lo que ocurre, aceptando el posible disparate a la espera de algún momento de naturaleza cómica, estética o dramática que lo justifique. Han cuidado mucho que cada episodio tenga su propia especificidad. Y así es. Nada se repite. Cada situación es completamente distinta de lo visto hasta entonces, y si, entre todas, alguna destaca por apartarse aún más, entre las seis, esa es el fragmento Meal Ticket, interpretado por Liam Neeson y Harry Melling, conocido por la serie de Harry Potter. Un feriante va de aldea en aldea llevando su espectáculo: un homúnculo, sin brazos ni pies, vestido a la moda romántica que recita fragmentos de origen muy diverso, con una exquisita pronunciación expresiva que representa ante sobrecogidos aldeanos que, después, dan o no su caridad. Me resisto a decir nada del episodio porque es un auténtico cuento de terror del que conviene no saber nada, excepto que los surrealistas jamás se hubieran cansado de verlo…Como el orden de los factores no altera el desarrollo del largo, ni tampoco están ordenados de un modo que haya una suerte de juego dialéctico entre unos y otros episodios, aunque sí una innegable marca estética de belleza que recorre todos los episodios y que parecen concentrarse singularmente en la atmósfera sombría de lo poco que  cae fuera de campo del último episodio, un homenaje indirecto a dos clásicos: La diligencia, de Ford, y La carreta fantasma, de Victor Sjöström.

         Pero volvamos al principio. La película se abre con La balada de Buster Scruggs, en la que un amable pistolero cantante nos va a deparar una hilarante ensalada de tiros en una taberna perdida en medio de la nada y en el típico Saloon, donde se las verá con el inolvidable sacerdote fanático de Carnivàle, Clancy Brown. El desenfadado tono de comedia loca, con toques surrealistas incluidos, como la ascensión al cielo del imbatible pistolero. Sigue con Near Algodones, un escenario teatral en el que una oficina bancaria en pleno desierto, sin nada ni nadie a muchos kilómetros a su alrededor recibe la visita de un atracador… Estoy convencido de que a nadie le sorprenderá, una vez visto, que a mí se me ocurra que parece un fragmento de Alicia en el país de las maravillas… Sigue Meal Ticket, y ya está todo dicho. Después florece el valle idílico con un río en el que el clásico buscador de oro nos da una lección de cómo hacer catas prospectivas para encontrar un filón. Hollar esa prístina  naturaleza virgen no puede despertar sino el demonio de la ambición, al que el brillo del oro parece reclamar… Vea cada cual lo que sucede y admire la labor interpretativa de un Tom Waits como buscador de oro tan crepuscular y eficaz como Jason Robards en La balada de Cable Hogue, y bien pudiera ser que hubiera, también, otro homenaje encubierto en el que caigo una vez lo he formalizado. La penúltima, The Gal Who Got Rattled, ambientada en el mundo de las caravanas que se adentraban en el Oeste parta colonizarlo parece una «miniatura fordiana», aunque el sentido del humor se lleva, francamente, hasta esa variante del humor negro que recorre toda la película como una suerte de leit motiv permanente. Tanto las escenas con indios de Near Algodones como las de este episodio, están muy conseguidas. La última, The Mortal Remains, de título tan explícito para quienes viajan en una diligencia que parece desplazarse por un espacio ignoto, a juzgar por el tenebrismo con que se insinúa el paisaje exterior a través de los planos en los que se recuadra en la ventana un resplandor naranja y algunas sombras… es una suerte de diálogo «hacia la muerte» de tres personajes que viajan con un personaje de apariencia totalmente mefistofélica y una suerte de hipnotizador musical que vence a las piezas antes de ser cobradas para llevarlas a su última morada. Los tonos fúnebres del conjunto, la iluminación que potencia el interior de la cabina frente al espacio exterior, la incomodidad de los tres personajes en su asiento corrido, frente al desahogo de sus interlocutores, todo parece indicarnos que estamos en «el estrecho de la muerte» que decían los clásicos, ese «pasaje angosto» que lleva a tres pasajeros muy distintos y de distinta nacionalidad a un hotel ciertamente solo apto para novelas de terror…

         La película es larga, pero ello se debe a que sus directores se han recreado con un «espíritu de largo» en cada una de estas breves joyas. Y el resultado es una de las películas más cuidadas de los Coen, por la puesta en escena, por el resultado cromático de la película y por unas interpretaciones extraordinarias, a las que, nada más vista la película, ya apetece volver.

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