La película que eclipsó a Reservoir Dogs en Sundance: un homenaje a Godard y Cassavetes.
Título original: In the Soup
Año: 1992
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Alexandre Rockwell
Guion: Alexandre Rockwell, Sollace Mitchell
Música: Mader
Fotografía: Phil Parmet
Reparto: Steve Buscemi; Seymour Cassel; Jennifer Beals; Jim Jarmusch; Carol Kane; Elizabeth Bracco; Will
Patton; Debi Mazar; Stanley Tucci; Sam Rockwell; Sully Boyar; Steven Randazzo; Francesco
Messina; Rockets Redglare; Ruth Maleczech; Pat Moya; Jaime Sanchez; Paul Herman;
Richard Boes; Keivyn McNeill Grayes; Michael J. Anderson; Anibal O. Lleras.
Parece mentira que hayan
traducido, para el título español, In the soup, como «En la sopa», así,
literalmente, sin más… ¿Pereza, ignorancia, desidia o, y es mi opción, fracaso
del sistema escolar? En fin, tras ese título que presagiaba un disparate, y en
el que acabé entrando por la presencia de dos actorazos como Buscemi y Cassel,
a pesar de la sobreactuación a la que siempre tiende este último, me encontré
con una joya de muchísimos quilates, aunque el fundamento de la historia tenga,
eso sí, algo de ese disparate que intuí. Ignoraba su existencia, lo cual, en el
hiperproductivo mundo del séptimo arte casi está justificado, sobre todo por
los cuasi monopolios de la distribución. De hecho, al menos en Filmin, su
filmografía parece un territorio ignoto. He leído, en ausencia de poder ver
algunas de sus películas, que en esta joya invirtió todo su caudal imaginativo,
pero líbreme Méliès de dar por buenas las opiniones de desconocidos.
Lo que sí es cierto
es que esta joya «derrotó» a Reservoir Dogs, de Tarantino, en el
festival de Sundance, aunque las carreras de ambos directores ya se sabe cuáles
han sido… ¿Cuál es el atractivo de esta comedia agridulce y un punto gamberra
que sedujo al jurado de Sundance? En primer lugar, una historia imaginativa, una realización en blanco y negro, deudora de Cassavetes, de Godard y del expresionismo germánico, unos actores
magníficos y una puesta en escena de altísima categoría, porque la atmósfera de
degradada que generan los espacios y que corre paralela a la condición de los
protagonistas, un guionista y director arruinado y un mafioso de medio pelo que
decide convertirse en su productor para usarlo como parte de su engranaje
picaresco que le permite sobrevivir e incluso vivir bien, ante la incomprensión
alucinada del aspirante a director que, en un arrebato propio de la
supervivencia, pone en venta su «obra», su guion por 500 dólares con los que
salir al paso de la presión de los propietarios de su miserable apartamento.
Con ese pretexto, la compra del guion por parte del mafiosillo vividor, se
inicia una relación compleja en la que el joven aspirante acabará participando
incluso como miembro de la reducida banda de su supuesto «caballo blanco». Los
ecos de la nouvelle vague —a ese respecto la secuencia del baile en la
azotea no deja lugar a dudas— tan presentes, el cine con aristas del primer Cassavetes, el de Sombras, y el uso filoexpresionista de los innumerables
primeros planos que tienen a Steve Buscemi, el más fotogénico de los actores
imaginables como objeto nos plantan ante
una película narrada en primera persona, con voz en off por el
protagonista, y que tiene esa extraña mezcla del cine y la delincuencia como
materia narrativa.
La película
imposible que nunca comienza se complica con la relación del tímido
protagonista con «the girl next door», la vecina, pared con pared, de
quien no solo está enamorado, sino en quien piensa como protagonista de su
película, quien vive, también, una suerte de infravida a la que tiene acceso el
joven de un modo casi mágico, como se encarga de subrayar él mismo al pensar en
la escena que está viviendo como una secuencia cinematográfica. Esas mezclas
entre una realidad ciertamente sórdida —la mujer se casó para legalizar a un inmigrante
francés, Gregoire, en un cameo extraordinario de Stanley Tucci, que, obtenido
el permiso de residencia, desaparece sin pagarle los tres mil dólares
negociados, por ejemplo— y la apelación a las posibilidades cinematográficas
que el joven ve en cuanto le pasa acabará, finalmente, convenciéndole de que el
«sublime» guion que él atesora como lo más valioso de su vida, no vale ni un
ardite en comparación con todo lo que la experiencia vital en compañía del
gánster de medio pelo le ha reportado, de tal manera que, al final, se le
ocurre que en vez de rodar su guion, deberían rodar una historia basada en su
relación, pero eso forma parte de una de las grandes secuencias de la película,
el desenlace, y conviene ni saber de qué se trata, porque es absolutamente
redondo.
En la historia,
aparte del cameo de Tucci, Podemos ver el de Sam Rockwell —ningún parentesco entre ambos,
director y actor…— y otro, tan gracioso como el de Tucci, a cargo de Jim
Jarmusch, como director de un transgresor programa de televisión que parecerá
en la trama cuando menos se espera que lo haga, con la consiguiente hilaridad.
Sí, sí, la película es una comedia casi desmadrada, aunque todos los protagonistas
las pasan canutas para sobrevivir. En medio de esa ruina social y personal, la
aparición del gánster cariñoso, que parece necesitar adoptar al director como a
un hijo, a quien no deja de requerirle mimos y besos, por ejemplo, lo transforma
todo y permite, al protagonista, soñar con la realización de sus máximas
aspiraciones. Lo sorprendente es que las esperpénticas situaciones que se
suceden ante los ojos de los espectadores asumen una naturalidad, un realismo,
que aceptamos como lo más normal del mundo. Es evidente que las actuaciones son
tan magníficas que contribuyen lo suyo a naturalizar la disparatada historia
que tiene momentos de profunda intensidad, como los bailes y la reflexión de
Cassel en plena calle en una peculiar noche de fin de año.
Lo del cine «indie»
es etiqueta, sí, que acaso vale para un roto y para un descosido; pero In
the Soup escapa a esa o a cualquier otra a través de la imaginación y la
calidad de su realización, por el poderío de su concepción narrativa, y por la
creación de unos planos y secuencias tan estudiados que permiten admitir el expresionismo
onírico de la «pesadilla» del aspirante a director casi como si de una película
neorrealista se tratara. ¡La magia del arte!
No hay comentarios:
Publicar un comentario